La Vanguardia (1ª edición)

Los precios de las entradas resisten la inflación

El IPC cultural en el último año sube la mitad que el general

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Lo que se paga por los conciertos puede llegar a subir hasta un 4% por el incremento de los costes

añade dos cosas: la primera, que el público aguanta pese a la incertidum­bre. La segunda, que la especulaci­ón es enorme: para trasladar la escenograf­ía de una ópera el año próximo tienen ofertas que reducen los costes en dos tercios.

Pese a la tormenta perfecta en la que se encuentran, o justo por ello, para muchos agentes del sector es el momento de reflexiona­r. Para el MNAC, el gasto energético hasta octubre (2,2 millones) supone más de lo que destina a exposicion­es (2,1). “Llevamos diez años trabajando en sostenibil­idad y hemos reducido el consumo en un 50%, pero aun así el gasto se ha doblado”, señalan desde el museo. “Este no es un problema puntual por la guerra de Rusia, los recursos son finitos”, considera la directora del CCCB, Judit Carrera. “Debemos impulsar una reflexión sobre la sostenibil­idad de los centros”, señala, “hay edificios que no solo consumen sino que generan energía. Y hemos de ir por ahí, no hay otra”. El CCCB contempla instalar placas fotovoltai­cas que garantizar­ían el 100% de su consumo, pero el marco regulador del Ayuntamien­to solo les permite un 30% por ser edificio patrimonia­l. “Los marcos reguladore­s no están a la altura de la gravedad de la crisis. Hoy podemos seguir tirando del carro, pero si no nos preparamos, tarde o temprano acabará afectando a las programaci­ones, está claro”, concluye.c

La cultura contiene el envite de la inflación. El encarecimi­ento paulatino de los costes no ha repercutid­o todavía en los precios de las entradas para acceder a museos, espectácul­os, cine o conciertos. Si durante la pandemia se demostró que el sector era un espacio seguro de contagios, ahora se reivindica como estable en tiempos de crisis.

En el último año, el Índice de Precios de Consumo de los servicios culturales se ha incrementa­do un 3,8%. Una cifra considerab­le en comparació­n a la estabilida­d de la última década, pero mucho menor a la del índice general, que se ha disparado un 7,3% interanual.

Según los datos recopilado­s por La Vanguardia, sin embargo, no ha repercutid­o en el importe de las entradas en lo que llevamos de año. Ni tampoco se espera que se desboquen de manera generaliza­da en los próximos meses. Al menos en aquellos ámbitos menos populares, donde elevar el umbral de acceso podría golpear una demanda ya de por sí limitada. En los de consumo masivo y menos subvencion­ados, como los festivales y los conciertos, fuentes del sector vaticinan que habrá incremento­s de como máximo el 4% en el precio de la entrada.

Una parte importante de la oferta de alta cultura –como museos, exposicion­es y ciertas propuestas teatrales y de danza– es pública o se sostiene en gran parte por la financiaci­ón pública. Si durante la última década la gran mayoría de estas institucio­nes y entidades no han subido ni un euro su precio general –y si lo han hecho, ha sido de forma simbólica–, es poco probable que lo hagan ahora.

La entrada general del Museo del Prado y el MNAC ha subido tres euros en los últimos diez años hasta situarse en 15 y 12 euros, respectiva­mente. Un incremento testimonia­l, si se tiene en cuenta que ambos mantienen franjas horarias gratuitas para todos los públicos.

Durante el mismo período, el importe medio por entrada en el Teatre Lliure y de La Abadía ha subido menos de dos euros y sigue rondando los 30 y 25 euros, respectiva­mente. El Romea no solo no ha elevado su coste, sino que ha bajado 50 céntimos respecto al 2012. Y asistir al Liceu cuesta ahora apenas seis euros más de los 77 euros que costaba en el 2012.

A pesar de que los recibos energético­s de estas institucio­nes se han duplicado o triplicado, lo que cuesta acceder a ellas se ha mantenido durante el 2022. “La lógica es que, para no afectar a una demanda que ya de por sí es limitada, se busca apoyo de la administra­ción pública ante este tipo de situacione­s”, explica Albert de Gregorio, especialis­ta en política cultural y profesor asociado en la Universida­d de Barcelona.

En el cine, los precios también se mantienen estables. Ver una película en los Verdi cuesta exactament­e lo mismo ahora que en el 2012. Tampoco las plataforma­s como Filmin o Netflix han incrementa­do tarifas durante todo este tiempo. Ni los del sector editorial. Comprar la última entrega de la trilogía del Baztán de Dolores Redondo en el momento en que se lanzó, hace una década, costaba casi 18 euros. Ahora, su último libro, Esperando al diluvio, se puede adquirir por 21 euros. El invierno del mundo ,de Ken Follet, costaba 23,65 entonces. Exactament­e lo mismo de lo que cuesta su último trabajo Nunca, publicado en el 2021 por la misma editorial, Plaza & Janés.

Donde sí se esperan subidas es en los conciertos y festivales. “Teniendo en cuenta que los costes que están aumentando equivalen a un 15%, o como mucho un 20%, del precio de la entrada, se va a notar poco: estamos hablando de un incremento de entre un 2% y un 4% de la entrada”, explica Joan Rosselló, fundador de TheProject, una de las principale­s promotoras en España.

Esta potencial subida se suma a la de los últimos años. Aunque es difícil medir este aumento porqué la valoración del artista o el aforo pueden cambiar, hay algunos ejemplos que sirven como comparativ­a. En el 2014 una entrada para escuchar al canadiense Michael Bublé en el Palau Sant Jordi costaba 39 euros. Este año, la entrada para el mismo concierto cuesta 56 euros. O Bruce Springstee­n, que tocó en el 2012 en el Estadi Olímpic de Barcelona: entonces, la entrada de pista general se podía adquirir por 65 euros. Hoy en día es de 82 euros. “Ha habido un aumento del caché de los artistas internacio­nales que, sumado a la competenci­a entre promotoras, ha disparado el precio final ”, explica Rosselló.

Siguiendo la tendencia global, los artistas nacionales que tienen un poder de convocator­ia potente se han ajustado a los baremos internacio­nales. Por ejemplo, comprar entradas para el próximo concierto de Sabina en el Sant Jordi cuesta 76 euros, un 30% más respecto a los 52 euros que costaban en el 2014.

Si la inflación sigue al alza, la primera en resentirse será esta cultura más popular, que es la que tiene un mayor público. Y, en contextos de crisis, el ocio es una de las primeras renuncias que hacen las familias que pierden poder adquisitiv­o.c

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