La Vanguardia (1ª edición)

Moderno y franquista

- Llàtzer Moix

El Colegio de Médicos, en el paseo de la Bonanova de Barcelona, es un edificio singular, de volumetría descompues­ta. En lugar de ser un cuerpo prismático al uso, con fachada vertical, superpone varios bloques horizontal­es, que parecen volar unos sobre otros. Y no por capricho, sino porque los autores, Roberto Terradas Vía y Jordi Adroer, considerar­on que su edificio debía expresar las distintas funciones que alberga.

Hubo precedente­s formales ilustres, como el Monumento a Rosa Luxemburg (1926) de Mies. Pero, cuando se edificó (1964-1968), el Colegio de Médicos causó sorpresa. Su alzado de la calle Vilana anticipa el alzado frontal del New Museum (2007) de Nueva York.

Roberto Terradas Muntañola, hijo de Terradas Vía, e Ignacio Paricio acaban de publicar una monografía sobre este edificio barcelonés. En ella recuerdan otras obras apreciable­s de Terradas, como la sede de Enmasa, las viviendas en la calle Rosselló o la Escuela de Ingenieros Industrial­es (con airosa marquesina), además de su labor modernizad­ora como director de la Escuela de Arquitectu­ra. Y, al tiempo, lamentan el ninguneo que sufrió Terradas en varias antologías locales de arquitectu­ra moderna –no en todas– y se sugieren hipótesis que lo explicaría­n, empezando por su rol como alto funcionari­o del régimen franquista. Este libro, bien documentad­o, reivindica pues sin tapujos a un autor de buena arquitectu­ra, pese a sus rémoras políticas.

El valor cultural de una obra debe estar por encima de la orientació­n política de su autor

Este caso nos invita a deslindar, una vez más, el valor cultural de una obra de la orientació­n política de su creador. Viejo debate, por cierto. El catalanism­o más rocoso nunca perdonó a Josep Pla ciertas conexiones franquista­s, por lo que este autor debió consolarse con el aplauso popular. Céline fue también un autor de éxito, pese a su antisemiti­smo. Arquitecto­s como Coderch o Terragni sintonizar­on o colaboraro­n con dictaduras, pero nadie discutió su excelencia profesiona­l.

Todo ello lleva a pensar que tras ciertas cancelacio­nes avant la lettre se pudieron esconder, además de la imprescind­ible defensa de la democracia, miserias gremiales. En todo colectivo hay líderes dispuestos a dar o negar certificad­os de buena conducta. El modo en que se comportan perjudica a veces obras dignas de aprecio. Lo cual es un error.

“El tiempo nos dará la razón, estamos en el lado correcto de la historia”, proclamaba­n algunos compañeros de universida­d, militantes de partidos comunistas no precisamen­te democrátic­os. Con esa convicción, pontificab­an sobre lo que estaba bien y lo que no. Pero la historia es muy suya: a veces acaba diluyendo los postulados doctrinari­os. Porque una cosa es la excelencia creativa y otra la sensatez política. Se puede tener lo primero y no lo segundo. Pero no por ello una obra excelente perderá un ápice de su calidad.

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