La Vanguardia (1ª edición)

De la angustia personal a la euforia global

Messi iguala los ocho goles y los 21 partidos que marcó y jugó Maradona en los Mundiales

- La $o% ra$r&%!$a Carles R !p"re# Barcelona

Pocas cosas en la vida hay seguras. Según Thomas Jefferson, hay dos fenómenos inexorable­s: la muerte y Hacienda. Habría que añadir la zurda de Leo Messi, capaz de abrir el marcador en los dos partidos de Argentina en Qatar. La bota izquierda del diez –sin tobillo inflamado– es la mejor brújula, la que marca el camino, es un atrapasueñ­os, la que tiene la llave de la gloria, la que puede abrir los mares y hasta regar el desierto del Golfo para la albicelest­e.

Las aficiones de Argentina y México están predispues­tas a la histeria y a la angustia. No es extraño que siempre estén al borde del llanto o hagan apología del sollozo. No llores por mí, Argentina, es la canción del discurso de Evita Perón a los descamisad­os en el musical. Canta y no llores, entonan los aficionado­s mexicanos. Y ese nudo en el garganta, ese pecho oprimido, ese lagrimal que se mueve a punto de emocionars­e sobrevoló el estadio de Lusail. En el ambiente se mascaba la tensión. Mientras en el campo, el juego era físico, proliferab­an los choques, se protestaba todo, las interrupci­ones se sucedían y el nerviosism­o se apoderaba de los dos equipos, más pendientes del árbitro que de la pelota.

A Messi se le vio aborrecien­do el partido, que era feo, cansino, sin continuida­d. En el minuto 50, las estadístic­as reflejaban 20 faltas, doce mexicanas. Así estaba el duelo cuando Di María encontró a Messi en tres cuartos. Era una de las primeras veces que Héctor Herrera se había despistado y había dejado descubiert­a

La zurda de Leo tiene la llave de la gloria, puede abrir los mares y hasta regar el desierto del Golfo

la frontal. Y el diez lo tuvo claro. Controló, levantó la cabeza y cargó la pierna izquierda para ajustar la pelota en la base del poste. El esférico, como si fuera teledirigi­do, superó un mar de piernas, esquivó los obstáculos, nadie la tocó, ni la pudo desviar y dejó en estéril la estirada de Ochoa.

No era un gol cualquiera. Era la octava diana de Messi en los Mundiales, las mismas que Maradona, en la noche que alcanzó los 21 partidos que jugó el Pelusa. Eso sí, todos los de Leo han llegado en la fase de grupos, ninguno –de momento– en las eliminator­ias, a diferencia del Diego.

El 1-0 fue un interrupto­r. A Pablo Aimar, segundo técnico, se le vio desbordado en el banquillo. En la grada, la gente se desató. De la angustia personal se pasó a la euforia global.

En el otro bando, en el banquillo, Gerardo Martino, de Rosario como Messi, ídolo de Newell’s, exseleccio­nador de la albicelest­e que perdió dos finales en los penaltis. Si México hubiera ganado a Argentina, al Tata le hubiese tocado vivir una pesadilla al volver a su país similar a la de Moacir Barbosa, el portero brasileño en el Mundial de 1950 al que culparon del maracanazo y al que nunca le dejaron olvidar la afrenta. En 1993 quiso visitar a la canarinha antes de volar a Estados Unidos y le echaron de mala manera sin poder acceder a las instalacio­nes. El gol de Messi también le hizo un favor a Martino, aunque ahora mismo no lo sepa ni lo entienda el técnico, ya en la cuerda floja en México.c

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EP Leo Messi conectó este disparo seco con la zurda para marcar el 1-0 ante México

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