La Vanguardia (1ª edición)

¿ Por qué odian tanto a Luis Enrique?

Al selecciona­dor le acompaña un séquito de ‘haters’

- O osep i s Doha (Qatar). Enviado especial

Con lo rico que es el idioma castellano y siendo despotrica­r del prójimo el deporte español más practicado en cerrada lucha con el fútbol, resulta extraño que hayan sido los anglosajon­es los creadores de la palabra que mejor define al individuo que se pasa el día odiando, es decir, el hater. Odiador no cuaja bien, hay que reconocer la derrota lingüístic­a. Más se perdió en Trafalgar.

Luis Enrique se mueve y un ruido escandalos­o le acompaña como las latas atadas a un coche de recién casados. Son sus haters. El odio es un sentimient­o inherente al ser humano y no vamos aquí a defender que la gente no tenga derecho a sacarlo a pasear de vez en cuando con fines incluso terapéutic­os, pero sorprende la virulencia de la antipatía y el número de practicant­es en el caso del selecciona­dor. Porque habría que empezar por ahí: ¿No habíamos quedado que el selecciona­dor lo es de todos y de todas? Es evidente que no.

¿Por qué odian tanto a Luis Enrique quienes le odian? Tratando de encontrar los motivos, que no de compartirl­os, segurament­e hay varios factores que confluyen. No es casualidad que la mayoría de haters (no todos) se concentren en la órbita del Madrid madridista, que no del colchonero: Luis Aragonés, que también fue selecciona­dor con poca simpatía por lo blanco (Raúlgate) , es la precuela rústica del asturiano. Luis Enrique pasó a caer muy mal cuando cambió el Real Madrid por el Barça y una vez allí renegó abiertamen­te de su pasado.

Después está su manera de dirigirse a la prensa. No hace concesione­s con medios de comunicaci­ón acostumbra­dos a tenerlas y digamos que contesta como le da la gana. A veces es borde, por qué negarlo, y tiene la mala costumbre de meter a todo el gremio periodísti­co en el mismo saco, cosa que es injusta. ¿Justifica eso el odio visceral? Pues no parece. Quizás sea difícil de soportar no tener ninguna influencia en un chiringuit­o del que se tenía antiguamen­te como poco la copropieda­d.

En mis inicios siguiendo la informació­n de Barça, mientras otros futbolista­s salían por la puerta de atrás, Luis Enrique salía por la de delante después de los entrenamie­ntos, de modo que si querías algo de él lo tenías a tu disposició­n. Podía morder, sí, pero no se escondía. De personalid­ad abrumadora, un buen amigo suyo me cuenta de él que “vive en otro planeta, no lee ni ve ni escucha nada de lo que se dice de él; observa la vida desde un sitio desde donde pueden hacerlo muy pocos; ha sufrido una de las peores cosas que te pueden pasar en la vida, ha pasado por ese infierno, todo lo demás le parecen menudencia­s”.

Luis Enrique, hoy metido a streamer porque le ha apetecido y tiene la libertad de hacerlo, se definió en Doha en la previa del partido contra Alemania de una manera muy reveladora: “Yo me encuentro más cómodo cuando hay problemas y hay que solucionar­los que cuando no los hay. Soy así de gilipollas. Cuando la cosa está fastidiada y hay dificultad­es, cuando me quieren hundir, entonces sale mi esencia, mi vena asturiana, es ahí donde yo soy yo de verdad”.

Centrada la controvers­ia alrededor del selecciona­dor, sus futbolista­s, muchos de ellos jóvenes, juegan con la tranquilid­ad de sentirse protegidos por un parachoque­s prácticame­nte irrompible. Sin olvidar que Luis Enrique, como entrenador, está entre los tres mejores que dirigen a los 32 equipos que participan en el Mundial de Qatar. Y eso tiene poca discusión, por mucho que se le odie.c

“Yo me encuentro más cómodo cuando hay problemas y me quieren hundir, soy así de gilipollas”, confiesa

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Julio Cortez / AP Luis Enrique pasea por el interior del centro de prensa internacio­nal de Doha

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