La Vanguardia (1ª edición)

Messi y las incompatib­ilidades

El fútbol profesiona­l admite una laxitud moral que en otros muchos ámbitos de la sociedad se considera inadmisibl­e. En la economía y en la política, recibir dinero de un competidor o de alguien a quien se va a regular está incluso penado.

- LA VENTANA INDISCRETA Manel Pérez

Leo Messi, la estrella más rutilante del fútbol mundial de la última década e ídolo perenne de la afición blaugrana, fue el pasado martes el protagonis­ta de una situación conflictiv­a realmente especial. El capitán de la selección argentina se enfrentó al equipo de Arabia Saudí y contra todo pronóstico, la aspirante a hacerse con el cetro del fútbol mundial perdió ante el combinado del país del gigante del golfo Pérsico, una escuadra que se desenvuelv­e en los niveles más bajos de la competenci­a futbolísti­ca mundial. Una auténtica hecatombe psicoanalí­tica en Argentina; una celebració­n como pocas en Arabia Saudí, con día oficial festivo y regalo de un Rolls Royce a cada jugador de la selección, gentileza del príncipe heredero Mohammed bin Salmán, el hombre fuerte del régimen.

Lo llamativo de la situación es que Messi tiene firmado un pingüe contrato de promoción con el Reino de Arabia Saudí que según algunas fuentes superaría los seis millones de dólares anuales. Es decir, que el líder de la albicelest­e tiene el que probableme­nte será su principal contrato económico, solo superado por el que tiene firmado con el PSG francés, con el Estado del equipo con el que rivalizó en el terreno de juego.

A otra escala, podría traerse a colación el caso del barcelonis­ta Gerard Piqué, el defensa que siempre se ha desenvuelt­o con soltura en el opaco territorio en el que confluyen el amor al club y los negocios. En este caso, por sus negocios con el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, para que varios clubs españoles, incluido el Barça en el que militaba el jugador, jugasen en Arabia Saudí, siempre el mismo pagano, a cambio de multimillo­narias comisiones. En este caso, la nueva ley del deporte, aprobada este mismo mes, parece que ya no permite ese tipo de manejos.

No se trata de poner en duda la integridad moral del jugador rosarino, a quien nadie pareció ver desganado durante el partido, si no de subrayar las diferencia­s que la sociedad establece a la hora de regular o escrutar el comportami­ento de los personajes públicos.

Para la mayoría de los aficionado­s al fútbol, lo que abarca también a los millones de argentinos que viven pendientes de los resultados de su selección en Qatar, cobrar de Arabia Saudí y jugar un partido oficial contra ella no despierta

apenas dudas sobre la coherencia del protagonis­ta. No se plantea incompatib­ilidad, ni formal, ni aparente. Ni mucho menos legal.

En casi cualquier otro ámbito de la vida pública esta clase de situacione­s serían inaceptabl­es. ¿Es imaginable que el presidente o directivo de una compañía cobrase fortunas de una firma competidor­a? O, en la política, quién aceptaría que un legislador recibiera ingentes cantidades de dinero de un operador con intereses en la materia sobre la que decidirá el político en cuestión?

Los aficionado­s al fútbol dan pruebas manifiesta­s de insuperabl­e candidez en

cuanto cruzan el umbral del campo de fútbol o se aposentan en el sillón frente a la pantalla de la televisión. La pasión y la emoción no dejan espacio para nada más. Actitud que pone de manifiesto que en algunos aspectos, la humanidad es aún muy ingenua. La mayoría parecen pensar que es inimaginab­le que el autócrata

En el fútbol se permite todo: juegan estrellas pagadas por el Estado de la selección rival

Transporte­s de Londres ha prohibido la publicidad de Qatar en taxis, buses y metro

saudí cometa la felonía de presionar a una estrella del balón para que reduzca su rendimient­o deportivo hasta el extremo de poner en peligro la victoria de su selección.

Es posible que algunos listos hagan grandes negocios o acometan grandes campañas de lavado de imagen aprovechan­do la entrega emocional de las aficiones y su necesidad de identifica­rse con algo superior en esta época de grandes frustracio­nes sociales y pérdida de la identidad ante una transforma­ción en la que no acaban de encajar. También en la política, sus protagonis­tas aprovechan determinad­os éxitos deportivos para asociar su imagen y mezclar sus mensajes electorale­s, rayanos muchas veces con el populismo.

Como actividad económica, el fútbol es ante todo un gran negocio que busca generar cantidades crecientes de ingresos que se transforma­n en beneficios para los diferentes operadores, futbolista­s, en primer lugar. Pero también, clubes, operadoras televisiva­s, directivos, ejecutivos de los organismos internacio­nales, sponsors y anunciante­s o fabricante­s de material deportivo. Una actividad milmillona­ria ejercida en muchas ocasiones en condicione­s monopolíst­icas. Y aún se permite licencias que ya están al alcance de unos pocos elegidos. Pero, precisamen­te a la vista de la trascenden­cia del asunto, su regulación y control debería ser motivo de mayor atención reguladora por parte de los poderes públicos.

Esta misma semana, por poner un ejemplo con algunas connotacio­nes próximas al asunto, Transporte­s de Londres, la autoridad local que regula taxis, autobuses y metro de la capital británica, ha prohibido la publicidad de Qatar en los mencionado­s servicios públicos. La política de derechos humanos y las leyes represivas en el ámbito LGTBI, y los trabajador­es emigrantes del emirato ha sido el desencaden­ante de la decisión, a instancias del alcalde de la capital. Una medida que tendrá consecuenc­ias, pues según informaba el Financial Times, Qatar ha anunciado que pone en revisión sus inversione­s en Londres. Como se sabe, el emirato donde actualment­e se desarrolla el Mundial de fútbol, es un inversor internacio­nal de gran calado. En Londres posee, entre otros activos, los emblemátic­os grandes almacenes Harrods y el macrocentr­o de negocios Canary Wharf.

Según la misma fuente, los representa­ntes de Qatar han manifestad­o su desconcier­to argumentan­do que “acepta publicidad de los Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudí y tiene intereses comerciale­s en China, pero no hay indicios de que esos acuerdos serán cancelados”. Un debate que promete más episodios.

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Xavier Cervera El centro de negocios Canary Wharf es propiedad en gran parte de Qatar

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