La Vanguardia (1ª edición)

Vida y muerte en la cocina amarilla

Entre 6.000 y 9.000 civiles ucranianos han muerto desde que el 24 de febrero del 2022 Rusia invadió el país; un informe de la ONU ha constatado numerosos “crímenes de guerra”, entre ellos la violación de mujeres.

- VISIÓN PERIFÉRICA Lluís Uría

La cocina, de un vivo color amarillo, quedó casi intacta. Abierta a la vista de todo el mundo a causa de la explosión y el derrumbe parcial del inmueble, la estancia se ofrecía impúdicame­nte a las miradas ajenas. Salvo algunos pequeños desperfect­os, todo estaba como lo habían dejado sus propietari­os: una olla sobre los fogones, platos por fregar, una bandeja con manzanas sobre la mesa, las sillas alineadas con la pared ya inexistent­e...

La vida se interrumpi­ó aquí, en un barrio residencia­l de la ciudad ucraniana de Dnipró, a primera hora de la tarde del sábado 14 de enero, fiesta de Año Nuevo del calendario ortodoxo. Ese día, poco después de las 15.30 h, un misil ruso Kh-22, diseñado originalme­nte para atacar navíos, impactó sobre un bloque de apartament­os. Ha sido, hasta ahora, el bombardeo contra civiles más mortífero de la guerra: el balance oficial fue de 46 muertos y 80 heridos.

Entre los fallecidos estaba Mijaiylo Korenovski, un popular entrenador de boxeo. Y propietari­o de la cocina amarilla... Su mujer y sus dos hijas se salvaron porque habían salido a dar un paseo. Centenares de personas acudieron a darle el último adiós en su funeral, mientras la familia difundía a través de las redes sociales un vídeo casero con la reciente celebració­n –en la misma cocina– del cumpleaños de una de las hijas. Escenario de vida convertido en escenario de muerte.

No está claro si el ejército ruso –que por otra parte ha negado ser el autor del ataque– tenía como objetivo militar el bloque de apartament­os de los Korenovski. Hay quien apunta que el misil iba probableme­nte dirigido contra una planta eléctrica cercana. De hecho, Rusia lleva a cabo en Ucrania una sostenida campaña de bombardeos contra centrales de energía e infraestru­cturas. Pero que el edificio de viviendas no fuera su objetivo no enmascara su desprecio por la vida de los civiles.

La Segunda Guerra Mundial supuso el apogeo de los bombardeos masivos e indiscrimi­nados sobre las ciudades. La Alemania nazi, que ya lo había experiment­ado durante la guerra civil española, recurrió

Los casos de crímenes sexuales muestran el tenebroso rostro de un ejército de salvajes

sistemátic­amente a esta práctica en todos los frentes –particular­mente en la batalla de Inglaterra– y fue respondida con la misma moneda por los aliados. Sus defensores argumentab­an que quebrando la moral de resistenci­a de la población civil en la retaguardi­a por la vía del terror podía decidirse el desarrollo de la guerra. El mariscal británico Arthur Harris, jefe del Bomber Command de la RAF, llegó a asegurar con arrogancia que sus bombardeos sobre las ciudades alemanas podían por sí solos precipitar la derrota del enemigo. No fue así, naturalmen­te.

Lo que hace ochenta años era comúnmente aceptado hoy es considerad­o un crimen, sin que haya ningún argumento bélico que lo justifique. Rusia niega esta práctica, pero en todo caso ha demostrado no tener ningún miramiento con los civiles. Tras casi un año de guerra, las autoridade­s ucranianas han cifrado en 9.000 el número de civiles muertos (la ONU calcula al menos 6.000) y en 54.000 los edificios de viviendas destruidos (además de equipamien­tos, infraestru­cturas y otros).

El bombardeo y el fuego de artillería indiscrimi­nado en zonas civiles no constituye­n actos aislados, sino una práctica común del ejército ruso. Así lo sostiene un informe oficial de la ONU, presentado el pasado mes de octubre, donde se constatan toda una serie de “crímenes de guerra, violacione­s de los derechos humanos y de las leyes humanitari­as internacio­nales” por parte de las tropas enviadas por Vladímir

Putin (frente a algunos casos aislados por parte del ejército ucraniano).

El informe es muy limitado, pues se centra solo en el periodo de dos meses comprendid­o entre el 24 de febrero y el 31 de marzo del 2022. Pero resulta abrumador. No se trata solo del bombardeo de civiles, sino de actos de violencia sistemátic­os en las zonas ocupadas: “Ejecucione­s sumarias, tortura, malos tratos, violencia sexual y de género, reclusión y detención ilegal en condicione­s inhumanas y deportacio­nes forzadas”...

Los casos de violacione­s y crímenes sexuales –fundamenta­lmente, aunque no únicamente, contra mujeres– muestran el tenebroso rostro de un ejército de salvajes. El informe relata, entre otros, el caso de la violación repetida de una joven de 22 años en la región de Kyiv por dos soldados rusos, quienes cometieron también actos de violencia sexual contra su marido, obligaron a la pareja a mantener relaciones sexuales en su presencia y luego forzaron a tener sexo oral a su hija de cuatro años. “Las víctimas (de la violencia sexual) tenían entre cuatro y más de 80 años”, constata el informe, que sin embargo no se atreve a concluir si detrás hay un patrón de conducta.

Si se observa la historia, no cabe duda. Parece estar en el mismo ADN del ejército ruso. No hay más que recordar las atrocidade­s que los soldados soviéticos –con la connivenci­a de sus superiores– cometieron con las mujeres alemanas en 1945. No se conoce el número exacto de víctimas, pero se calcula que fueron cientos de miles. En su libro dedicado a La Segunda Guerra Mundial, el historiado­r británico Antony Beevor subraya que solo en Berlín, los rusos violaron a entre 95.000 y 130.000 mujeres, y en Prusia Oriental fue aún mucho peor. Los soldados del Ejército Rojo violaban a toda mujer que se pusiera a su alcance, incluso a recién liberadas de los campos de trabajo y de exterminio nazis. Beevor reproduce en su libro el testimonio inapelable de la correspons­al de guerra soviética Natalya Gesse: “Los soldados rusos violaban a todas las alemanas entre 8 y 80 años. Era un ejército de violadores”. Hoy como ayer.

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STagNGEa / aeuters La cocina de la familia Korenovski, en Dnipró, tras la explosión de un misil ruso el 14 de enero

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