La Vanguardia (1ª edición)

“‘Oss’, salude al entrar”

“En mi gimnasio solo compiten los críos que cumplen con los estudios”, dice Javier Lozano, dueño del Dojo Forum Kyokushin

- Sergio Heredia Miyagi

Un hombre que atrapa moscas con palillos puede hacer cualquier cosa –Oss –invoca el shihan Javier Lozano (51) al entrar en la sala. Se descalza, pisa el tatami, invoca: –Oss. El dojo se encuentra en silencio. El dojo parece un templo. Es miércoles por la mañana, temprano. A esas horas no hay clases, no hay alumnos, no hay actividad.

–¿Qué significa oss? –le pregunto al shihan.

–Significa respeto, en japonés. Se escribe ossu. Debemos saludarnos al llegar y al salir. Debemos hacerlo al subirnos al autobús, al entrar en la cafetería o en el colmado. Así es como debemos formar a nuestras criaturas.

Habla el shihan y se alumbra la vida en el lugar, el Dojo Forum Kyokushin, que se rinde orgulloso a sus vecinos, la gente de Diagonal Mar, a un paso del Besòs.

–Donde hay un barrio pobre hay gente rica en valores. Quienes vienen a mi dojo lo son, son ricos en valores. Vienen paletas, taxistas y magistrado­s. Todos son humildes en el trato y se mezclan en el vestuario y en el tatami. Muchos traen a sus hijos y así las criaturas ven que, aunque unos sean m·s poderosos profesiona­lmente que otros, aquí todos pueden estar a la altura de cualquiera.

–¿Y sus hijas practican k·rate?

–Tengo cuatro. Las cuatro son karatekas:

Jessica, Lorena, Paula, Laia... En la familia tengo campeonas de España y campeonas de Europa, ¿sabe? Incluso Vicky, mi mujer, también lo practica.

Nombra a Vicky y la mujer asoma en el quicio de la puerta. Vicky viene a saludar al shihan. Viene acompañada de un simp·tico border collie de seis años que me acaricia las pantorrill­as. Se llama Aka (significa rojo, en japonés).

Por doquier, lucen los trofeos.

Reposan en las estantería­s, sobre las mesas, en los sillones.

Ya no caben m·s.

–Ya no caben m·s –me dice el shihan. Nos hemos sentado en un sof·, junto a la recepción del dojo.

–Hasta ahora, los alumnos dejaban las copas en el dojo, pero ya lo ve: no caben. Así que les dejo que se traigan el último trofeo y se retraten con él y luego se lo lleven a casa. ‘Es que en casa no los ve nadie’, me dicen los padres. Ya, pero aquí no caben.

(...)

Javier Lozano trajo el dojo al barrio en el 2009. Traerlo le costó un riñón. Tuvo que perder su piso. Antes de sumergirse en el mundo del karate, Javier Lozano había sido soldador. Trabajaba en Alstom, en Santa Perpètua de la Mogoda, a una hora en coche de Barcelona. Salía del trabajo a las siete de la tarde y corría al gimnasio Mercury, junto al Besòs, a impartir clases.

El dueño quiso traspasar el Mercury y Javier Lozano dijo:

–Me lo quedo.

Pidió una segunda hipoteca, y suyo. Corría el 2004 y España iba bien. El Mercury era gigantesco, nada que ver con este dojo recogido: 700 m2 de m·quinas, una sala de kickboxing, otra de jiujitsu, otra de

baile... 2.800 euros pagaba de alquiler. Y luego vino la crisis.

¿La recuerda, lector?

No sé usted, pero el shihan la recuerda. –No fallaron los del karate. Estaban unidos a mí, al maestro, estaban comprometi­dos, pues en eso consiste esta disciplina. Pero la gente de la sala de pesas, o los del resto de actividade­s... estos se esfumaron. Así que tuve que malvender el piso. Con los 60.000 euros de la venta me reinventé y monté este dojo, justo quería tener un dojo como este. –¿Por qué?

–Los dojos japoneses son así: m·s recogidos, m·s austeros. Algunos no tienen ni duchas. He estado en Tokio y en el monte Fuji, durmiendo en una esterilla, alejado de los móviles y las redes sociales. Aquí veo cómo

“Si la vecina venía cargada con las bolsas, mi padre me daba una colleja y me decía: ‘Ayúdala, ¿no lo ves?’”

los niños de catorce años se alejan de la realidad al meterse en su mundo virtual. Yo no estoy para esas cosas, yo quiero inculcarle­s valores.

–¿Y de dónde salen sus valores?

–De todo aquello que me enseñaba mi padre. …l nunca tuvo una carrera universita­ria, pero me educaba en la calle. Si nuestra vecina, la señora María, venía cargada con las bolsas, José me daba una colleja y me decía: ‘Ayúdala, ¿no ves que lo necesita?’. Hay que decir ‘oss’ al entrar, hay que pedirle permiso al shihan para salir. Aquí solo compiten los alumnos que cumplen con los estudios. Les pido las notas en diciembre y en junio. El karateka debe ser alguien cultivado, no un dejado en el colegio.

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Miquel González / Shooting Javier Lozano, fundador y shihan (instructor) del Dojo Forum Kyokushin, en Barcelona

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