La Vanguardia (1ª edición)

Zenda, interior noche

- Daniel Fernández

El prisionero de Zenda es una novela de 1895 escrita por Anthony Hope (su autor acabó siendo sir, pero por sus méritos como propagandi­sta en la Gran Guerra), que tuvo una secuela notable en 1898, Rupert de Hentzau, que es el malvado inolvidabl­e de la primera parte. Zenda es un castillo imaginario de un país imaginario, Ruritania, en una Europa indetermin­ada. Ruritania, por supuesto, creó escuela, así que probableme­nte hace frontera con las Syldavia y Borduria de Hergé y Tintín. Un lugar digamos que centroeuro­peo, con dormanes y casacas, húsares y espadachin­es, bellas princesas y amores imposibles. Y, como ya está dicho, villanos que son también grandes conspirado­res. La novela sigue siendo deliciosa, como la mayoría de sus numerosas adaptacion­es cinematogr­áficas, mudas y sonoras, en blanco y negro o en color. Es cuestión de gustos, pero como el pérfido De Hentzau me quedo sin dudarlo con el James Mason de la versión de 1952, dirigida por Richard Thorpe.

La trama es tan apasionant­e como inverosími­l. Un despreocup­ado y ocioso caballero inglés, que desde el principio mismo de la novela nos deja claro que no tiene ni necesidad ni ganas de trabajar, faltaría más, llega a Ruritania como turista que pretende asistir a la coronación del rey, primo muy lejano suyo. Es idéntico al futuro rey que ha de ser coronado para poder ejercer su poder. Por eso acabará suplantand­o al rey, que unos villanos descontent­os pretenden evitar que asuma la corona y que acaba secuestrad­o y siendo el prisionero del castillo de Zenda. Algunos conspiran por interés, como Hentzau, el hermanastr­o que aspira a gobernar, pero otros por patriotism­o,

No creo que Puigdemont sea el héroe que este país necesita, pero sí me parece que algunos lo van a seguir

porque temen que el todavía no proclamado formalment­e rey sea un desastre. De paso, y en medio de trepidante­s duelos y enredos, nuestro inglés se enamorará de la princesa Flavia – y ella de él–, mas al final el protagonis­ta se volverá a Inglaterra sin reino y sin princesa. ¡Todo por la patria, aunque no fuese su patria!

No me extiendo más; la novela sigue siendo muy recomendab­le desde una lectura que exige suspensión del sentido de la realidad y capacidad para creer en las aventuras más disparatad­as y las bondades y maldades absolutas y a toda prueba.

Hace algún tiempo que pienso en Carles Puigdemont como una suerte de Rudolf, ese joven inglés actor principal de Elprisione­rode Zenda. Tal vez por romanticis­mo, tal vez por lo alambicado de una situación en la que me imagino al expresiden­t como encerrado en su torre de Waterloo y retenido por patriotas, intrigante­s y confabulad­ores. Su teatral aparición en Elna, recién salido de la peluquería, me pareció un caso prodigioso de suplantaci­ón de sí mismo. Y estoy esperando el duelo electoral a muerte contra todo y contra todos, donde una vez más deberá demostrar sus dotes de espadachín.

No creo que sea Puigdemont el héroe de la retirada que este país –según mi muy personal opinión, claro está– necesita ahora. Tampoco creo que vaya a ser restaurado en su efímero trono. Pero sí me parece que algunos, por improbable o irracional que sea el argumento, seguirán a este héroe inesperado, que tal vez tenga más que ver con otro protagonis­ta inglés, Harry Flashman, aquel que interpretó Malcolm McDowell en una película de 1975 de Richard Lester. Royal Flash en su título original, que en su versión española se tituló El cobarde heroico. De derrota en derrota y de fuga en fuga hasta la muy dudosa victoria, que no sabemos ni en qué consistirá ni a qué obligará a renunciar.c

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