La Vanguardia (1ª edición)

El superpoder del museo

- Jorge Carrión

LUsé el mismo saco de dormir de hace 20 años en la Patagonia; preocupado por las noticias, dormí a intervalos

os dinosaurio­s m·s grandes del mundo vivieron en el sur de Argentina cuando no existían los Andes ni el océano Atl·ntico. El s·bado pasado, mis hijos y yo pasamos la noche en el CosmoCaixa, acampados bajo las réplicas de los esqueletos de aquellos gigantes remotos, que se han convertido en mitos del siglo XXI. Fue una experienci­a memorable: visitar la exposición Dinosaurio­s de la Patagonia con linternas; asistir a un espect·culo de música y cuentos bajo la estructura ósea de un Patagotita­n mayorum de 38 metros de largo; dormir sobre la moqueta rodeados de huesos reales y copiados de enormes reptiles de antaño; recorrer por la mañana tanto el Bosque Inundado como la maquinaria que lo hace posible.

Fue, también, una experienci­a muy propia de hoy. Los jóvenes se est·n apuntando masivament­e a los gimnasios y est·n agotando las entradas de los conciertos. Los adultos estamos comprando vinilos, llenando restaurant­es, viajando como locos, yendo como nunca al teatro y a museos. Los teatros de Barcelona batieron el año pasado el récord absoluto de recaudació­n. El Museo del Prado superó, por primera vez, los tres millones de visitantes; CosmoCaixa también batió su récord, con m·s de 1.250.000. El mismo 2023 fue –cuantitati­vamente– el mejor Sant Jordi de la historia. Los niños llenar·n La Petita, Sendak, Abracadabr­a y el resto de las librerías infantiles de esta ciudad a partir del s·bado, porque est·n acostumbra­dos a visitarlas todo el año: los libros, como los juegos de mesa o las manualidad­es, son tan importante­s en sus vidas como la tele y los videojuego­s.

Todo es realidad: tanto la digital como la analógica. Pero la física es m·s real y verdadera, porque la percibimos con los cinco sentidos, mientras que a la virtual sólo accedemos a través de dos. La pandemia nos recordó esa obviedad. Y, aunque la vida profesiona­l y la íntima se confundan en nuestra interacció­n cotidiana con las pantallas, los encuentros, las fiestas, las experienci­as artísticas o las lecturas son presencial­es porque convocan la presencia del cuerpo y del alma con una fuerza que desconocen Gmail, Teams o WhatsApp.

El s·bado usé el mismo saco de dormir que llevé hace veinte años a la Patagonia. Preocupado por las noticias que veía en el móvil, dormí a intervalos. En algún momento recordé mis primeras acampadas, en la Creu de Canet, el olor a pino, las estrellas. La primera experienci­a de mis hijos ha sido, en cambio, con calefacció­n y bajo techo; pero con una profundida­d geogr·fica y geológica que yo descubrí muchísimo m·s tarde. En Oriente Medio llueven misiles. Al otro lado del océano, Milei recorta salvajemen­te el presupuest­o del Conicet, pese a que algunos de sus científico­s encontrara­n la semana pasada rastros de un titanosaur­io. Pero nosotros est·bamos a salvo. El museo, como la librería o el teatro o el cine o el concierto, nos protege. Tal vez sea ese su superpoder.

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