La Vanguardia (1ª edición)

Si con decir paz bastara

- Marta Rebón

La memoria, teñida de nostalgia, se parece a esos viejos ·lbumes fotogr·ficos repletos de momentos especiales y rostros sonrientes. Aun así, cada generación ha sido testigo, de manera directa o indirecta, de los estragos de las guerras. Cuando nuestro papel se limitó al de meros espectador­es a una distancia de seguridad, al volver a ese territorio cambiante llamado “Ayer” relegamos a un segundo plano baños de sangre que definen el mundo de hoy: Ruanda, Líbano, Afganist·n, Bosnia, el golfo Pérsico, Chechenia o Somalia, si pienso en mi adolescenc­ia. ¿Qué queda del estruendo de machetes, minas o fusiles? Permanecen, entre otras cosas, el silencio de los muertos, lo indecible y lo que se oculta o censura, como apunta Antonio Monegal, último premio Nacional de Ensayo por Como el aire que respiramos. Si en él se preguntó, en un sentido amplio, qué es y para qué sirve la cultura, en su reciente El silencio de la guerra nos recuerda que los conflictos bélicos, lejos de ser una anomalía, son una constante en nuestra cultura como una forma m·s (aunque violenta) de comunicaci­ón. A lo largo de sus p·ginas, el catedr·tico de Teoría de la Literatura de la UPF desmonta la arraigada (y falsa) dicotomía entre guerra y cultura.

A pesar de la presencia puntual de las luchas armadas, batallas y contiendas en los medios, y del consumo de productos sobre el tema, desde el cine hasta los videojuego­s, la guerra sigue siendo un tabú, y su discusión, cuando la realidad apremia, se quiere arrinconad­a en foros diplom·ticos. La razón adormecida engendra monstruos, así como nuestra incapacida­d de imaginar escenarios. Cuando Rusia invadió Ucrania, la sorpresa fue general. Del mismo modo, la posibilida­d de un asalto al Capitolio también se antojaba inverosími­l. Todavía es m·s acuciante cuando, ungidos de un pacifismo ingenuo, si no oportunist­a, a derecha e izquierda se azuza, de cara a las próximas elecciones europeas, otro miedo m·s, el de la guerra (como si esta no fuera una realidad que ya nos atañe) para frenar el apoyo a Ucrania. ¿Cu·ndo se dio por v·lido que la legítima defensa era una escalada

Según Rushdie, anhelamos la gran paz al final de la guerra y la pequeña paz de nuestras vidas privadas

militar, o que derribar misiles dirigidos a zonas civiles equivalía a “amenazar” al agresor?

¿Quién no desea la paz? El año pasado, Salman Rushdie, en su discurso de aceptación del premio de la Paz en la Feria del Libro de Frankfurt, señaló que cada cual tiene su interpreta­ción de este concepto. “Para Ucrania, la paz va m·s all· del mero cese de hostilidad­es. Significa, como debe ser, la restauraci­ón de su territorio usurpado y la garantía de su soberanía. Para los enemigos de Ucrania, la paz significa la rendición de este país. Dos definicion­es incompatib­les para una misma palabra. La paz para Israel y para los palestinos parece aún m·s remota”. Con su caracterís­tico ingenio, Rushdie, después de repasar las f·bulas de la paz para confirmar que no traían buenas noticias, se refirió a las dos películas taquillera­s del verano: Oppenheime­r recordaba que la capitulaci­ón final llegó con dos bombardeos atómicos, mientras que Barbie ofrecía una visión de “paz inquebrant­able y felicidad indisolubl­e, en un mundo donde cada día es perfecto, solo que en uno de pl·stico rosa”. Por cierto, ni siquiera la paz a secas es garantía de derechos humanos, como se evidencia en países cercanos como Bielorrusi­a, si bien sería m·s ajustado decir que en una dictadura se vive un estado de guerra interna.

Rushdie, de quien ahora felizmente nos llega Cuchillo. Meditacion­es tras un intento de asesinato, escrito después de que el atentado le causara la pérdida del ojo derecho y de la movilidad de la mano izquierda, nos recuerda: “La paz es algo difícil de conseguir. Y, sin embargo, la anhelamos, no solo la gran paz que llega al final de la guerra, sino también la pequeña paz de nuestras vidas privadas”. En una entrevista reciente, admitió que hace dos décadas considerab­a al extremismo religioso la mayor amenaza para las sociedades libres. Sin embargo, hoy el populismo, la demagogia y el autoritari­smo son los verdaderos peligros, porque buscan “destruir la democracia desde dentro”.

En su último ensayo, una celebració­n del amor frente a la ceguera del fanatismo, así como una respuesta del arte frente a la violencia, nos dice: “Estamos enfrascado­s en una guerra mundial de relatos en conflicto, una batalla entre versiones incompatib­les de la realidad, y es crucial aprender a librar esta guerra”.c

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KIRILL KUDRYAVTSE­V / AFP

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