La Vanguardia (1ª edición)

Las cicatrices de la colonizaci­ón

El pabellón español, como toda la Bienal, ‘descubre’ un mundo que fue ocultado

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En lo m·s profundo de nosotros, todos somos extranjero­s. Incluso si se pertenece al elitista mundo del arte y se lleva años acudiendo a la Bienal de Arte de Venecia, pocas cosas en la edición diseñada por el brasileño Adriano Pedrosa le har·n sentir a uno como en casa. Tan trascenden­tal como la del 2022, que ser· recordada como la Bienal de las mujeres (por primera vez superaron en número al de artistas hombres), la que abrir· sus puertas el s·bado marca un nuevo paradigma en el que emergen voces nunca escuchadas – m·s de la mitad de los artistas de la exposición central est·n muertos y 50 de los 332 representa­dos nacieron en el siglo XIX–, artistas del sur global en la di·spora o indígenas que llevaban toda la vida esperando entre bastidores y ahora suben al escenario.

¿Ha terminado la hora del hombre blanco occidental? Seductora y desafiante, la 60.ª Bienal de Arte explora desde múltiples

vertientes las cicatrices sociales que han dejado en el mundo conflictos y divisiones, especialme­nte siglos de colonialis­mo, al tiempo que ofrece visiones de futuro m·s esperanzad­ores. “No se trata tanto de mostrar heridas como de utilizar el pasado, que ya no podemos cambiarlo, para hablar del presente y dejar algo para el futuro. El pasado colonial est· en

muchas de las urgencias actuales, desde cuestiones sociales hasta la crisis clim·tica”, dice Agustín Pérez Rubio, comisario del pabellón español, que por primera vez en mucho tiempo exhibe largas colas a la entrada. En el interior, la Pinacoteca migrante de la artista peruano-española Sandra Gamarra, un museo imaginario que desemboca en un jardín donde, pintadas sobre

metacrilat­o, emergen las figuras de desconocid­os héroes y heroínas de las antiguas colonias hispanas. Que, por supuesto, no aparecen en los libros.

“Hay muchas formas de contar la historia y hay muchas historias”, señala Gamarra, que hackea y vuelve a pintar obras de Murillo, Vel·zquez o Zurbar·n presentes en las coleccione­s españolas para desvelar cu·n vigente est· el pensamient­o colonial y relacionar­lo con cuestiones como el racismo, el sexismo o incluso el cambio clim·tico (“no implicó solo explotació­n de seres humanos, sino también de recursos de la tierra”). En un rincón, crea un Gabinete del racismo ilustrado donde, estamos hablando de hace dos días, encontramo­s las huchas del Domund con forma de un chino con trenza, un negrito de pelo rizado y un indio con plumas, o los Los tres mulatos de Esmeraldas que el Prado utilizó para promociona­r su exposición Tornaviaje envolviend­o tabletas de chocolate con el porcentaje de cacao en función de

“No se trata tanto de mostrar heridas como de utilizar el pasado para poder dejar algo para el futuro”

la intensidad de la negritud de cada uno de ellos.

El pasado que se hace presente, como esa inscripció­n que Gamarra introduce en un paisaje alpino, “Litio para hoy, hambre para mañana”, que encuentra su eco en el pabellón de Rusia, que en el 2022 los artistas clausuraro­n tras la invasión de Ucrania y que este año han cedido a Bolivia gracias al acuerdo entre ambos países para crear una gran industria del litio. También ha cambiado de nombre el pabellón de Brasil, que ha pasado a llamarse pabellón Hãhãwpu·, el nombre que el pueblo pataxó usa para la tierra que ahora se conoce como Brasil, país que recienteme­nte pidió disculpas a los grupos indígenas por la persecució­n durante la dictadura.

También el Reino Unido ha llenado su pabellón con una instalació­n multimedia del artista y cineasta John Akomfrah, nacido en Ghana, que examina la experienci­a colonial en el exilio. Y el de EE.UU., en un giro sorprenden­te, ha invitado al suyo a un artista queer y cheroqui, Jeffrey Gibso, que lo ha llenado de majestuosa­s esculturas hechas de abalorios de colores con referencia­s a historias indígenas.

Los indígenas son también el corazón de la muestra central diseñada por el comisario Adriano Pedrosa, Extranjero­s en todas partes, acaso porque, como recordaba él mismo, “nadie como ellos saben lo que es sentirse extraño en su propia tierra”. La historia vuelve a escribirse.c

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GABRIEL BOUYS / AFP Jardín interior del pabellón español en Venecia, Pinacoteca migrante
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Una GABRIEL BOUYS / AFP Una de las esculturas de Jeffrey Gibson en el pabellón de EE.UU.

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