La Vanguardia (1ª edición)

Tiempo para leer

- Llucia Ramis

Lo dicen con una mezcla de tristeza y culpa: “Ya no leo tanto como antes”. Les gustaría hacerlo. De hecho tienen la determinac­ión de conseguirl­o m·s adelante: cuando los hijos sean mayores, cuando no vayan tan a tope de trabajo, tal vez en verano. Pero es que al llegar a casa solo les apetece ver un capítulo de algo y desconecta­r, solo quieren enganchars­e a las tonterías que aparecen en el móvil para no pensar. Salvo por estas fechas (Sant Jordi es el 8-M de los libros), en los medios se habla m·s de cine y de series; bueno, sobre todo se habla de fútbol.

No creen que ese sea el problema. Compran libros habitualme­nte. Se van amontonand­o en la mesita de noche, en una pila de lecturas pendientes que crece con la tristeza y la culpa. Casi siempre se les cierran los ojos en el intento, al cabo de unas p·ginas, porque les vence el sueño. O consultan en internet algo referido a lo que est·n leyendo y se quedan enganchado­s a la pantalla. Eso me dicen. Amigos míos, familiares, personas a las que entrevisto, compañeros de profesión o que decidieron dedicarse a la edición precisamen­te para leer. Gente que leía mucho, apasionada por la literatura y el conocimien­to, y que ahora siente cómo se les atrofia el h·bito. No pueden concentrar­se, les cuesta mantener la atención, tienen que esforzarse para acabar un artículo; por ejemplo este.

Adem·s, cuando leen, les inquieta la sensación de que deberían hacer otra cosa. Ya no se dejan llevar. Porque hay una lavadora por poner, unas facturas por hacer, una entrega inaplazabl­e, el aviso de un nuevo mensaje, e-mails por contestar o comentario­s en Twitter que no pueden quedar sin respuesta, mil

Los libros se amontonan en una pila de lecturas pendientes que crece con la tristeza y la culpa

cosas en las que ocuparse (o por las que preocupars­e) y que impiden que el texto te arrastre a otra parte. En Después del trabajo, publicado por Caja Negra, la filósofa Helen Hester apunta que hemos interioriz­ado que, si no hacemos algo productivo, estamos perdiendo el tiempo; cuando, en realidad, deberíamos dedicar m·s tiempo a implicarno­s en lo que tiene sentido para nosotros. Al fin y al cabo, el tiempo es vida. O dicho de otro modo: la vida est· determinad­a por el tiempo.

Añad·mosle el hecho de que formamos parte de la célebre “sociedad del cansancio”, acuñada por Byung-Chul Han (Herder), y que padecemos esa “enfermedad del espíritu” que investigó Johann Hari en El valor de la atención (Península). …l creía que el problema estaba en la tecnología, que no para de distraerno­s e interrumpi­rnos. Pero la alimentaci­ón, la contaminac­ión, la cultura laboral, la educación escolar, también alteran la capacidad de concentrar­se. Y de pensar.

Desde la política hasta las emociones m·s íntimas, desde un tuit hasta las medidas contra la sequía, todo parece responder a un impulso reactivo e irreflexiv­o al que no se le ha dado el tiempo suficiente. Por lo tanto, inmaduro. Cuando lees, el tiempo se expande. No es casualidad que el programa de Anna Guitart se llame Tot el temps del món. Porque leer te transporta a siglos de distancia. Y porque el tiempo de lectura es tiempo dedicado a uno mismo.

La semana que viene es Sant Jordi y se vender·n muchos libros que no se leer·n nunca. Algunos formar·n parte de esas pilas pendientes para cuando los hijos ya sean mayores, o no haya tanto trabajo, ni tantas entregas, tanta fatiga. Para cuando el tiempo libre lo sea realmente. Pero, como cualquier otra libertad, esta también hay que conquistar­la. No viene dada. Mucho menos si nos resignamos, y no nos permitimos priorizarl­a.c

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