La Vanguardia (1ª edición)

El Real Madrid y el victimismo

- Joaquín Luna

Cuando el FC Barcelona estornuda, Catalunya se resfría. Hasta ahí, el asunto es llevadero, hogareño, pasajero. En tiempos de Maricastañ­a, el BarÁa era m·s que un club: suplía carencias –la falta de libertad de expresión– y contribuía a integrar la inmigració­n de forma espont·nea, la vía m·s eficaz jam·s superada.

Del estornudo al resfriado y del resfriado a la uci ya es cosa del Real Madrid, un club creado por Dios –y un catal·n– para amargar la vida a sus detractore­s. Cuando el catal·n barcelonis­ta cree que no se puede caer m·s bajo –goleados en casa por el artificial PSG–, aparece el Realísimo e imparte lección, una soberana lección, de aquello en que algunos catalanes se creen excelsos: el trabajo bien hecho.

Y, encima, a costa de un símbolo nacional, Pep Guardiola, acaso el catal·n m·s universal del siglo XXI. °M·s vale eso que nada!

El fútbol tiene una virtud, a diferencia

La envidia es sana, lo insano es desear que el vecino sea tan desgraciad­o como tú

de las elecciones: aquí queda muy claro quien gana y quien pierde. Salirse de esa lógica, felizmente binaria, es discutir sobre el sexo de los ·ngeles. Y asomarse al precipicio del ridículo.

En 24 horas, el BarÁa se hundía a la primera adversidad en el camino y el Real Madrid, ante la misma o aún mayor dificultad, se crecía hasta lograr una victoria excepciona­l. Allí donde unos arrojaron la toalla r·pido –con la excusa del arbitraje, antigua y gastada–, otros dieron una lección colectiva de sacrificio. Y de andar por la vida.

Lo que trasciende a lo futbolísti­co es la reacción de cierta Catalunya que deposita la unidad del destino en lo universal en un club de Manchester, propiedad de un fondo de Abu Dabi, y pasa después a la pataleta infantil de negar méritos al Real Madrid y aún despreciar su enseñanza.

A su manera, estos dos partidos de fútbol y sus lecciones representa­n la encrucijad­a de Catalunya. Una opción es encarar el futuro con m·s humildad, menos lobos y m·s mono de trabajo y la otra es aferrarse a la superiorid­ad moral de todo lo catal·n por el hecho de ser catal·n. La envidia es sana: yo puedo desear el Ferrari del vecino. Lo insano es desear que el vecino se estampe y tenga que ir en patinete, como nosotros.c

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