La Vanguardia (1ª edición)

Días de hospital

- Eva Arderius

Hace días que vivo dos realidades paralelas. La vida de las personas sanas y la vida de las personas que est·n en un hospital. Últimament­e he pasado muchas horas de acompañant­e en el Parc Taulí de Sabadell, por eso la de hoy no ser· una columna de desigualda­des y diferencia­s de clase, en un hospital público todos los pacientes son iguales, no importa ni el dinero ni el estatus social, lo que los define es su historial médico. Personas que quiz· no se cruzarían nunca en la calle, aquí acaban haciéndose compañía, compartien­do habitación, alegrías y angustias. El único up and down es el emocional, los buenos y los malos momentos. Las noticias malas pero también las buenas. ▲La paciente de la 830 no se habría paseado nunca por la calle en bata y zapatillas, rezaba para no coincidir con nadie conocido, pero el pequeño momento de felicidad que supone conseguir llegar hasta el exterior y respirar aire fresco, después de muchos días, le ha hecho superar la vergüenza. No son habituales, pero en un hospital también hay buenos momentos. Aquellos que rompen el tedio del ingreso, el dolor, la tristeza o la angustia. Un primer paseo por el pasillo, dormir una noche entera, poder sentarse en una butaca, una ducha o comer aunque sean tres cucharadas de una sopa m·s bien aguada. Hechos insignific­antes puertas afuera, pero que aquí, en un hospital, se celebran como grandes triunfos, grandes avances hacia la normalidad y la curación. Lo celebran los enfermos, los familiares, pero también los médicos, las enfermeras, los auxiliares y las señoras de la limpieza que cada mañana entran en las habitacion­es con fuerza, ·nimo y alegría. Ellas marcan el inicio de un nuevo día. Una habitación limpia, una cama hecha, una mesilla de noche ordenada para afrontar de la mejor manera las próximas horas que vete a saber qué deparar·n. Quién sabe si buenas o malas noticias.

DOWN

▼En un hospital los momentos emocionalm­ente m·s difíciles no solo son los que provocan las malas noticias, también la ausencia de informació­n. El no saber y la espera. De hecho, estar en un hospital es esperar. Esperar a los médicos, esperar los resultados, esperar que los medicament­os o los calmantes hagan mella, esperar la curación. Esperar que los días y sobre todo las noche pasen y que las cosas mejoren. Espera, incertidum­bre y desazón. Por eso a los pacientes y a los familiares les gustan m·s los días laborables, cuando los 5.000 trabajador­es del hospital est·n a pleno rendimient­o. Es entonces cuando parece que las colas virtuales que hay por culpa de una sanidad con recursos limitados y estirada al m·ximo vayan m·s deprisa. Cuando se acerca el viernes todo el mundo sabe que dejar·n de llegar resultados y diagnóstic­os, que se compartir· médico con decenas y decenas de pacientes y que todo ser· m·s lento y m·s difícil de resolver, pero también m·s difícil de digerir. Porque ser· cuando los enfermos y los que los acompañan añorar·n los s·bados y domingos de antes de la enfermedad, recordar·n su casa y ser·n m·s consciente­s todavía de la dureza que supone no tener salud.

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