Un golpe militar digno de ser celebrado
Prácticamente incruenta y con un apoyo popular masivo, la insurrección del 25 de abril cambió Portugal
Al 25 de abril le siguieron 19 meses de período revolucionario y una transición a una democracia liberal
El enorme impacto social de tres guerras coloniales en África está en el origen del apoyo a la rebelión
Pr·cticamente incruenta (cuatro muertos), popular, rom·ntica y surrealista en las dosis debidas y envidiable (soldados rumanos, al igual que hicieran los portugueses, pusieron claveles en sus fusiles en la revuelta contra Ceausescu en 1989), la revolución del 25 de abril en Lisboa, la última en la Europa occidental, fue también especialmente afortunada, al desmoronarse en cuestión de horas un régimen represor de 48 años cuya figura, António de Oliveira Salazar –un caso único de dictador fascista ilustrado–, ya había desaparecido cuatro años antes, en 1970. El 25 de abril no es la fiesta nacional de Portugal, pero es especialmente significativa, marca la gestación del país moderno y es motivo de conmemoración, este año m·s que nunca.
El presidente de la República,
Marcelo Rebelo de Sousa, dijo en vísperas de la efeméride que “la derecha comparte el mismo orgullo por la transición pacífica” que representa el 25 de abril. Para algunos eso implicaría vaciar de contenido una revuelta cívicomilitar que fue de izquierdas. A aquella fecha le siguió un periodo revolucionario que duró 19 meses, con una amplia movilización social que implicó a la clase obrera y la clase media, la universidad o los medios de comunicación, generando cambios de calado. Todo ello, entre intentos de llevar a cabo una contrarrevolución –por parte precisamente del hombre al que se puso en cabeza del país en abril, António de Spínola, un general con monóculo– y hasta seis gobiernos provisionales en ese período, que llega a noviembre de 1975. Algunos de los resultados fueron justamente la participación del Partido Comunista en esos gobiernos y finalmente la hegemonía del Partido Socialista en la izquierda portuguesa, con el regreso desde el exilio de sus respectivos líderes, ¡lvaro Cunhal y M·rio Soares. Aunque el periodo revolucionario aún es digno de estudio, su conclusión fue una transición hacia una democracia liberal, que es a lo que se refería el popular “presidente Marcelo”.
M·s claros est·n los hechos del 25 de abril, y sobre todo la épica de lo que era en principio un intento de golpe de Estado, gestado entre la oficialidad del ejército de tierra, los llamados capitanes de abril, con el comandante Otelo Saraiva de Carvalho como estratega. El héroe entre todos ellos es el capit·n Fernando Salgueiro Maia, instructor en la Escuela Pr·ctica de Caballería en Santarém, que en la noche del 24 dirige una columna de blindados hacia Lisboa. En la mañana del 25, la rebelión de las guarniciones es un hecho, la gente se echa a la calle en apoyo de los soldados, uno de ellos recibe un clavel –que se convertir· en símbolo– y Salgueiro acude al cuartel general de la Guardia Republicana, donde se ha refugiado el primer ministro, Marcelo Caetano. “Préndelo”, ordenar· Saraiva a Salgueiro, quien se resistir· diciendo que solo es capit·n. Caetano se entregar· al general Spínola y ser· evacuado en un blindado llamado Bula (hoy restaurado) como primer paso hacia el exilio.
El carism·tico Salgueiro Maia, que no reclamar· honores, sintetiza el origen y el sentido de la revuelta. Es un veterano de las guerras de Angola (estalla en 1961) y Guinea Bissau (en 1963), a las que seguir· la de Mozambique (1964). Salgueiro es uno de los militares conscientes del absurdo y el desastre al que se avoca Portugal, empobrecida y aislada. Las guerras coloniales tienen un impacto social enorme: 700.000 hombres movilizados, m·s de 8.000 muertos y otros 200.000 huídos de un país que obliga a cuatro años de servicio militar, dos de ellos en ultramar. A ello hay que sumar la represión de la policía política y la falta de perspectivas. Eso explica el apoyo de la población civil al golpe y la incapacidad del régimen para resistir.
Así, ser· la rémora colonial (a los territorios citados, que se independizar·n, hay que sumar Cabo Verde, Santo Tomé y Timor Oriental) lo que provoque la insurrección y el cambio. No obstante, el mismo presidente Rebelo de Sousa dijo el martes a la prensa extranjera que “tenemos que pagar el coste” de siglos de esclavismo y de las “masacres coloniales”. El mensaje confronta el auge de la extrema derecha racista que encarna el partido Chega, con un 23% de los portugueses nost·lgicos –según el Instituto de Ciencias Sociales– del régimen salazarista, que precisamente cultivó el mito de un colonialismo benévolo (no muy distinto del de España respecto a América), lo cual deja todavía un capítulo abierto en la historia de la revolución de abril.c