La Vanguardia (1ª edición)

Filmar la revolución

- Santiago Vilanova Periodista

Alos que vivimos el proceso de la revolución de los claveles nos ha quedado un recuerdo imborrable pero agridulce. Para la filmación del documental Portugal Año Uno y La caída del poder popular (esta segunda parte inconclusa ) hicimos tres viajes a Portugal en 1974, 1975 y 1976, con lo que pudimos seguir las primeras medidas revolucion­arias del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), las legislativ­as ganadas por el Partido Socialista (PSP) de M·rio Soares y las presidenci­ales que ganó el general António Ramalho Eanes, con el apoyo del PSP, frente a Otelo Saraiva de Carvalho, excomandan­te del Comando Operaciona­l del Continente (Copcon), encargado de garantizar el nuevo orden revolucion­ario con el sostén entusiasta de los Grupos de Dinamizaci­ón de Unidad Popular (GDUPS). Su mitin final de campaña en la plaza do Comércio el 25 de junio de 1976 fue algo que nunca habíamos visto por su sinceridad, emoción y nivel de informació­n sobre las tramas conspirato­rias de las fuerzas reaccionar­ias. Lo filmamos al lado del popular periodista Diego Carcedo, enviado especial de TVE.

Desde el principio pudimos seguir la radicaliza­ción de la democracia de base y autogestio­naria que siguió al golpe de los capitanes: las cooperativ­as agrícolas que ocuparon en dos meses 1.200.000 hect·reas de tierras en la región de Alentejo, dominada por los latifundio­s; el estallido del movimiento de los sin vivienda y de las comissoes de moradores en los barrios de Lisboa y de las principale­s ciudades; la nacionaliz­ación de las eléctricas y de los principale­s bancos propiedad de las oligarquía­s; la ocupación de los medios de comunicaci­ón públicos y la experienci­a autogestio­naria en los diarios O Século y República, que dirigía Raul Rego, a quien entrevisté en varias ocasiones y que sería ministro de Comunicaci­ones Sociales del primer gobierno provisiona­l. Vimos también cómo aparecía en los cuarteles el movimiento clandestin­o de Soldados Unidos Vencerão.

Aquella radicaliza­ción sirvió de justificac­ión para la intervenci­ón de la CIA, con centenares de agentes, y la implicació­n del embajador norteameri­cano Frank Carlucci, quien orquestó la desestabil­ización del proceso apoy·ndose en el grupo de los 9, militares reformista­s liderados por Ernesto de Melo Antunes, Vasco LourenÁo y Vítor Alves, próximos a la solución socialdemó­crata. M·rio Soares, como ministro de Asuntos Exteriores, logró el apoyo de

Henry Kissinger tras entrevista­rse con él en Washington acompañado por el general Francisco da Costa Gomes. “Vigile no convertirs­e en el Kerenski de Portugal”, le dijo Kissinger.

Los periodista­s que asistimos a la vor·gine de los acontecimi­entos (en 19 meses se produjeron cuatro golpes de Estado y seis gobiernos provisiona­les) creímos que aquellas conquistas revolucion­arias se consolidar­ían en notables avances y en una democracia participat­iva de las m·s avanzadas de Europa. Pero no fue así. Los militares volvieron a sus cuarteles. Otelo Saraiva de Carvalho acabó destituido y en la c·rcel por apoyar posiciones extremista­s y por delitos de sangre; Soares en 1986, ya presidente, volvió a privatizar las empresas y

bancos nacionaliz­ados; los latifundis­tas recuperaro­n sus tierras. Portugal se adhirió a la Comunidad Económica Europea (CEE) y las aguas volvieron a su cauce.

Portugal Año Uno, filmada en 16 milímetros y en blanco y negro, superó la censura gracias a la productora de Josep Maria Forn, que nos ofreció generosame­nte cobertura jurídica. La autorizaci­ón de la dirección general de Cinematogr­afía dependient­e del Ministerio de Informació­n y Turismo fue condiciona­da a no vincular el documental de forma tendencios­a con la situación española. El montaje final y la sonorizaci­ón se realizó de forma casi artesanal y con el apoyo de los laboratori­os Fotofilm. Logramos introducir el documental en la Central del Corto, que distribuía películas de Pere Portabella, Josep María Nunes, LlorenÁ Soler, Jacinto Esteva, Antoni Ribas y el propio Josep María Forn destinadas a los cineclubs. Las proyeccion­es en diferentes poblacione­s sirvieron para llevar el debate sobre el posfranqui­smo y sobre si nuestra transición sería sin ruptura o con ruptura democr·tica como en Portugal.

El 8 de abril de 1999, Otelo Saraiva de Carvalho, ya amnistiado y libre, estuvo en el Ateneu Barcelonés para conmemorar los 25 años de la revolución de los claveles. En una entrevista me comentó: “Estoy convencido de que detr·s de todos los golpes contrarrev­olucionari­os estuvo el embajador norteameri­cano Frank Carlucci”. Sin embargo, consideró que Carlucci había evitado que Kissinger utilizara las mismas técnicas duras de desestabil­ización política que aplicó en Chile para hacer caer a Salvador Allende. Su estrategia consistió en apoyar a M·rio Soares. Aún en pleno franquismo, filmar la revolución de los claveles fue una experienci­a apasionant­e que marcó para siempre nuestras vidas.

Saraiva de Carvalho fue el estratega del proceso, se radicalizó y acabó en prisión

EE.UU. optó por apoyar a Mário Soares y evitar un golpe como el de Chile

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Jean-Claude FRANCOLON / Getty Un grupo de soldados, en un momento de descanso en el centro de Lisboa

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