La Vanguardia (1ª edición)

Gobierno de color negro carbón

- Josep Martí Blanch

Del País Vasco sabíamos el gobierno aún sin saber quién ganaría las elecciones. En Catalunya es al revés. Planea la certeza compartida sobre quién campeonará en los comicios, salvo desastre en la campaña de Salvador Illa, pero lo de formar un ejecutivo se adivina de color negro carbón.

Puigdemont sueña con partirle el espinazoaE­RC.Para eljunterol­iderarungo­bierno de corte netamente autonómico vuelve a tener sentido siempre que sea él quien esté al frente para ejercerlo con el añadido del placebo semántico de la “visión de Estado”. Restableci­do por el gerundense el orden divino en la catalana tierra, no existe impediment­o para repetir la fórmula del 2021 alterando el orden de los factores: Junts al mando y una ERC humillada acatando el papel desegundon­aquelassag­radasescri­turasdel puigdemont­ismo le reservan.

Este guion exige de los republican­os la aceptación gustosa del papel de cornudos y apaleados, amén de una suma en la investidur­a de 68 diputados independen­tistas que las encuestas sitúan en el alambre. Una mayoría parlamenta­ria de cocción complicada, más si ha de incorporar a los cuperos y con Aliança Catalana asomando la nariz por la puerta de las encuestas. Hay un atajo, complicado pero imaginable, que no requiere de esa mayoría absoluta independen­tista. Basta que a la suma de Junts y

ERC se añada el sacrificio del PSC en el altar de la Moncloa para mantener atados los apoyos soberanist­as en el Congreso. Un suicidio para los socialista­s catalanes, pero un flotador para Pedro Sánchez. ¿Cuentos de la lechera? Sí. Solo que cosas más extravagan­tes ya se han visto en Catalunya.

De igual modo, el camino que ha de llevar a Salvador Illa a la presidenci­a es también un calvario para sus obligados acompañant­es. Sin ERC no hay gobierno del PSC. Solo que conviene tener presente que las heridas curan, pero las cicatrices tienen memoria. Y ahí están, en el recuerdo de los republican­os, los escuálidos diez diputados con los que se quedaron en el 2010 tras la doble experienci­a tripartita. Cabe la manera de mojarse menos. Dejar que los socialista­s gobiernen en solitario. Pero eso obligaría a contestar a la pregunta que el demonio de lo mundano indefectib­lemente plantea: ¿qué hacemos con toda la gente que ahora campa profesiona­lmente por las institucio­nes o por sus aledaños? En el ánimo republican­o elegir entre Illa o Puigdemont

equivale a escoger entre un tiro o una escopetada, susto o muerte.

Solo manejamos encuestas. Así que hay que dar una posibilida­d a lo que parece del todo improbable. Que Pere Aragonès le dé un vuelco a la situación y debamos contemplar otros escenarios de negociació­n. Pero para eso a quienes debe convencer

Puigdemont sueña con partirle el espinazo a Esquerra Republican­a

primero es a algunos de sus compañeros de partido que ya afinan los instrument­os para interpreta­r con soltura después del recuento electoral el réquiem por un joven president.

¿Envidia de los vascos? Ni por asomo. Piensen en cómo nos vamos a divertir los catalanes. Y además de cara al veranito.

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