La Vanguardia (1ª edición)

Los tres Serrat

- Carlos Zanón –Mediterrán­eo–.c

La primera vez que escuché en una entrevista a Serrat pensé que no era él. Hasta ese momento solo le había escuchado cantar. Escucharle hablar me produjo una sensación extraña. Un cortocircu­ito entre quién componía aquellas canciones y era capaz de hacernos ver la realidad como si no la hubiéramos visto antes, y el tipo que hablaba como si le hubieran arrastrado a aquella entrevista. La contradicc­ión venía porque las declaracio­nes de gente popular que había escuchado parecían ser una extensión de sus creaciones. Serrat, en realidad, el No Serrat, era todo lo contrario. Contestaba quit·ndose de encima aquellas engorrosas canciones, toda tentación de vanidad, pinchando el globo de lo fatuo. Que lo suyo fuera algo sin importanci­a, que podía hacer cualquiera, frases que se le ocurrían mientrasse­aburría,cuatro acordes de misa y un poco de gracia al entonar. Fue la primera vez que me topaba con un artista que no iba de artista porque no lo necesitaba. Su talento era tan grande que lo podía esconder y, acaso, olvidar. Serrat dimitió de ser nuestro perro pastor, de decirnos qué debíamos pensar o decir. El No Serrat inutilizó al artista/ídolo Serrat para que el ser humano Serrat (ya llevo tres Serrat) sobrevivie­ra con los suyos, en la normalidad, lo cotidiano. No quiero decir que todo este lío no tenga su ego y su vanidad, pero, al menos ha tenido el buen gusto de amaestrarl­o y que conservara la talla adecuada para que él y nosotros podamos convivir con su obra. Y no debió ser f·cil. Porque, probableme­nte, estemos señalando del mejor letrista y compositor de la mejor canción pop de nuestra historia

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