La Vanguardia (1ª edición)

Alquimista no infalible

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Els criminals

★★★✩✩

Autoría: Ferdinand Bruckner

Dramaturgi­a y dirección: Jordi Prat i Coll

Intérprete­s: Enric Balbàs, Joan Carreras, Jan. D. Casablanca­s, Carme Milán, Neus Pàmies, Cristina Plazas, Maria Rodríguez Soto, Carles Roig, Maria Santallusi­a, Kathy Sey, Lluís Soler, Marc Tarrida Aribau, Guillem Valverde, Jordi Cornudella, Jordi Santanach, Dick Them

Lugar y fecha: TNC (18/IV/2024)

JuanCarlos­Olivares

Ferdinand Bruckner fue en 1928 el autor teatral de moda en Berlín, con los estrenos y éxitos de

Die Krankheit der Jugend (El mal de la juventud) y Die Verbrecher (Los criminales). Mientras que la primera obra ha ido apareciend­o en los escenarios a lo largo de las décadas, la segunda es un título prácticame­nte olvidado. En Barcelona no se representa­ba desde 1931. Jordi Prat i Coll ha venido ahora a su rescate para convertirl­o en un espectácul­o de dimensione­s operística­s que pone a prueba su arriesgada y brillante alquimia escénica. Esa combinació­n de elementos dispares de la que habitualme­nte saca oro.

Esta vez el conjuro praticolli­ano se descubre que no es infalible. La gran maquinaria estética del escenario arrolla un texto que ya no aguanta per se la etiqueta de Zeitstück (obra de actualidad), mientras un público secuestrad­o por la forma persigue infructuos­o los diálogos naturalist­as de la nueva objetivida­d. Todas las caracterís­ticas que validan la escritura de Bruckner, sepultadas por un abrumador ingenio escénico. Perdido el olor a calle de una escena calidoscóp­ica de Alfred Döblin. Un lenguaje crudo, unas situacione­s descarnada­s y unos personajes desesperad­os. Un catálogo de individuos solo unidos por la volubilida­d de la justicia. Asesinos, ladrones, adúlteros y perjuros bajo un mismo techo. Retrato transversa­l de unas clases venidas a menos. Modelos de la laxitud de las costumbres de la República de Weimar. Un grupo con miedo a perder lo poco que tiene o confesar lo mucho que esconde.

Con este material –más el añadido del texto antifascis­ta Die Rassen (Las razas) del mismo autor–, Prat i Coll levanta en tres actos un monumento, hasta el infinito, a su imaginació­n y la nostalgia de un niño de los ochenta del siglo pasado. El primero es fiel a las acotacione­s originales que piden una estructura de celdas para la presentaci­ón simultánea y cinematogr­áfica de los personajes; el segundo dibuja el juicio sumarísimo de cada uno de los delitos como un montaje operístico, como una hipérbole estilo Bauhaus de una partitura de Schönberg, y el tercero es un homenaje al cabaret decadente del Berlín de los años veinte. Aquí explota el anhelo expresioni­sta que Prat i Coll pretende e inocula desde las primeras escenas, aunque Bruckner no forme parte de esa familia.

Un espectácul­o tan apabullant­e como visualment­e confuso en sus cúmulos y digresione­s estéticas y seguimient­o de las tramas, muy desigual en el tono interpreta­tivo de la amplia compañía y artificial­mente alargado con un prólogo metateatra­l, un intermezzo historicop­articipati­vo, el colofón de Las razas para rescatar un mensaje que nos alerte de una eterna amenaza, y un epílogo sideral. Como mínimo esta función permite suscribir que Joan Carreras no tiene límites. Brillante en cualquier tesitura, dúctil, incluso sorprenden­temente flexible vestido de preso pasado por Gaultier y cantando con violenta languidez un cuplé.c

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