El último, que apague la luz
Durante este siglo, la población mundial empezará a declinar irremediablemente. Las catastróficas proyecciones demográficas auguran importantísimas transformaciones sociales, que convertirán la inmigración en un bien preciado.
DEn el año 2100 solo seis países tendrán un índice de fertilidad suficiente para mantener su población
entro de 500 años, todos los japoneses se llamar·n Sato. Así lo predice un estudio realizado en Japón por el economista Hiroshi Yoshida, profesor del Centro de Investigación para la Economía y la Sociedad del Envejecimiento, de la Universidad Tokoku, en Sendai. Sato es hoy el apellido m·s común en Japón –algo así como García en España– y, según esta proyección, puede acabar llev·ndolo el 100% de la población en el año 2531. La conclusión, un tanto provocadora, pretende ser un alegato contra la tradición legal japonesa –que también existe en países europeos, como Francia– de que las familias solo puedan transmitir a su prole un apellido y que este generalmente sea el del padre.
Que todos los japoneses acaben llam·ndose igual “no sólo ser· un inconveniente, sino que también socavar· la dignidad individual”, declaró Yoshida al diario Asahi Shimbun.
La cuestión, sin embargo, va m·s all· de la amenaza –no menor– a la identidad individual. El ejemplo ilustra los estragos del envejecimiento de la población, que en Japón se ha convertido en el primer problema nacional. Con 125 millones de habitantes, el país del Sol Naciente tiene la población m·s vieja del planeta, con una edad media de casi 50 años, resultado de décadas de arrastrar índices de fecundidad de los m·s bajos del mundo (actualmente, de 1,3 hijos por mujer, según datos del Banco Mundial, lejos del 2,1 que garantiza el reemplazo generacional). Los bajos salarios y la precariedad laboral, la carestía de la vivienda y el retraso en la maternidad –causas que podemos observar también en otras sociedades desarrolladas– explican este fenómeno. Sin que, en este caso, la inmigración extranjera –en un país fuertemente reacio a lo for·neo– haya podido ejercer de contrapeso.
Como resultado, Japón va camino de sufrir un severo declive demogr·fico. Según las proyecciones del gubernamental Instituto de Investigación sobre Población y Seguridad Social (IPSS), en el 2070 el país habr· perdido el 30% de su población y el 40% de sus habitantes tendr· m·s de 65 años. Lo que plantea graves problemas de penuria de fuerza laboral –lo que mermar· su pujanza económica– y de viabilidad de unos servicios sanitarios y sociales que estar·n m·s tensionados que nunca. Japón tiene el funesto privilegio de ser un país precursor en este terreno: la caída de la natalidad empezó allí ya en los años setenta. Pero el problema atañe a todo el mundo.
La amenaza de pérdida demogr·fica es especialmente patente en Asia, fundamentalmente en Extremo Oriente. No es sólo Japón. El problema, aunque m·s tardío, ha empezado a golpear con fuerza asimismo a países como Corea del Sur, que tiene el índice de fecundidad m·s bajo del mundo (0,7) –lo que su presidente, Yoon Suk Yeol, ha calificado esta semana de “emergencia nacional”–; Taiw·n (1,1) y China (1,2), víctima de décadas de la férrea política del hijo único. Pekín calcula que hacia el año 2035, a falta de niños, le sobrar·n 1,9 millones de profesores...
Tras haberse disparado un 80% entre 1950 y 1980, la población de Asia va a empezar a caer fuertemente. Lo cual, como subraya el economista norteamericano Nicholas Eberstadt, tendr· no sólo consecuencias internas, sino también geopolíticas. “Este declive beneficiar· a Estados Unidos, en la medida en que debilitar· a su rival”, ha escrito en Foreing Affairs, donde subraya que China tendr· enormes dificultades para desplazar a EE.UU. del primer puesto como potencia mundial.
Ciertamente, EE.UU. est· demogr·ficamente en mejor situación, en gran medida gracias a la inmigración. Pero también sufre el mismo proceso de caída de la natalidad (1,7). Igual que América Latina.
¡Y que decir de Europa! Si empezamos por el Este, Rusia (1,5), el país con m·s territorio del mundo, no sabr· pronto cómo llenarlo. Dentro de la UE, Italia (1,3) y España (1,2) se aproximan a niveles de fertilidad asi·ticos, pero el problema es general. En Alemania est· en el 1,6 y en Francia –otrora campeón de la natalidad– ha caído al 1,8, lo que llevó recientemente al presidente Emmanuel Macron a hacer un llamamiento a un “rearme demogr·fico”.
Todo indica que tales esfuerzos ser·n vanos y que la humanidad deber· afrontar en las próximas décadas importantísimas transformaciones sociales. Los últimos estudios demogr·ficos indican que este siglo se producir· un despoblamiento general de la Tierra. La población mundial alcanzar· su pico –unos 10.000 millones de personas– entre los años 2060 y 2080 y a partir de ahí empezar· a declinar. ¡frica, el continente m·s din·mico en este terreno, ser· quien m·s resistir·. Pero sólo por un tiempo. Un estudio del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) publicado en abril en The Lancet, calcula que en el 2100 solo seis países tendr·n un índice de fecundidad suficiente: Chad, Níger, Samoa, Somalia, Tayikist·n y Tonga. Hasta entonces, la hoy denostada inmigración africana puede convertirse en un preciado man·.
“Estas tendencias reconfigurar·n completamente la economía global y el equilibrio de poder internacional y requerir·n una reorganización de las sociedades”, sostiene la doctora Natalia V. Bhattacharjee, coautora del estudio, que vaticina la aparición de una “feroz competencia” para atraer inmigrantes que sostengan el crecimiento económico (el Banco de España calcula que nuestro país necesitar· 24 millones de inmigrantes en los próximos treinta años). Mientras, la Unión Europea, azuzada por los sermones apocalípticos de la extrema derecha, solo piensa en erigirse en una fortaleza inexpugnable.