La Vanguardia (1ª edición)

Un país entre paréntesis

- LA MIRADA PORTUGUESA Gabriel Magalhães

La situación política lusa actual es un triste teatro, a veces con perfiles shakespear­ianos. La nación se encuentra entre paréntesis, desnortada, sin saber hacia dónde va. Recordemos cómo se ha llegado hasta aquí. En noviembre del pasado año, después que la Fiscalía oficializa­ra sus sospechas de corrupción sobre el primer ministro socialista, António Costa, nadie usó la técnica sanchista de los cinco días de reflexión. Costa dimitió de inmediato y, solo dos días después, el presidente Marcelo Rebelo de

Sousa convocaba elecciones anticipada­s, a pesar de que existía una mayoría absoluta socialista en el Parlamento, lo que habría permitido soluciones alternativ­as.

Hoy sabemos, a través de los veredictos de varias instancias judiciales portuguesa­s, que el proceso contra Costa, que sigue su curso, no tiene bases muy sólidas. Si en España el debate sobre la justicia se centra en el lawfare, lo que supone una manipulaci­ón política de los tribunales, en Portugal lo que se discute es la independen­cia excesiva del poder judicial, que hace lo que quiere sin medir los daños que causa al país.

Las elecciones, que se realizaron el 10 de marzo, dieron lugar a un Parlamento laberíntic­o. Hay una mayoría de derechas, pero la coalición vencedora, la Alianza Democrátic­a (AD), de centrodere­cha, obtuvo la victoria, bajo el compromiso de que no pactaría un gobierno con los radicales conservado­res de Chega. Sin esa promesa, es muy probable que los socialista­s hubiesen quedado primeros, pero sin mayoría para gobernar. El resultado de este embrollo ha sido la formación de un Gabinete muy minoritari­o encabezado por el líder de AD, Luís Montenegro. Se trata de un Gobierno hamletiano: quiere y no puede; le gustaría realizar grandes reformas, pero no tiene forma de avanzar. Montenegro no se finge loco, como Hamlet, pero solo habla en muy contadas ocasiones, intentando sobrevivir en la empantanad­a Dinamarca que es el Portugal de este tiempo. Quiere ser y no puede ser.

Portugal demuestra que la fórmula Felipe González –la idea de que los dos partidos centrales deben dejar gobernar al otro con una mayoría relativa– es quizá poco funcional. El Partido Socialista ha permitido que el Gabinete de centrodere­cha entre en funciones, pero lo ha hecho a la espera de que pasen los seis meses que la Constituci­ón lusa dictamina que deben transcurri­r sin nuevas elecciones generales después de la realizació­n de un sufragio de este tipo. A partir del 10 de septiembre, Montenegro tiene los días contados. Pedro Nuno Santos, el líder socialista, y André Ventura, el jefe de Chega, son Macbeth. Unas brujas les han predicho que llegarán a la jefatura del gobierno. Y ya tienen la daga medio desenvaina­da para degollar a Montenegro.

De momento, humillan al Gobierno, por ejemplo, juntando sus votos para aprobar en el Parlamento una popular medida –el final de algunos peajes en las autopistas–, demostrand­o así que un Gabinete minoritari­o no tiene poder efectivo y que hay que ir pensando en otras soluciones.

Al hamletiano Montenegro se le acumulan los problemas. El superávit financiero dejado por António Costa no es tan grande como parecía. Hay que contar, de nuevo, los cuartos para no derrapar en el tema del déficit. Por otra parte, dentro de su Partido Socialdemó­crata (el PSD, que, en Portugal, es de centrodere­cha y constituye la fuerza principal de la AD), se le ha aparecido el fantasma de su padre: Pedro Passos Coelho, el político que lo lanzó y que lideró el gobierno luso durante los años del rescate financiero, entre el 2011 y el 2015, ha hecho declaracio­nes en que da a entender que defiende un pacto del PSD con Chega. Además, el próximo 26 de mayo habrá elecciones en la región autónoma de Madeira, una zona donde tradiciona­lmente gana el PSD, y el líder de esta formación en esas islas ya ha afirmado que puede entenderse con los de Ventura. El centrismo conservado­r de Luís Montenegro surge como algo frágil, como si, en este tiempo áspero de la vida de Occidente, solo fueran viables los discursos extremados, de derechas o de izquierdas.

Para colmo, el presidente luso está teniendo momentos de rey Lear. En las últimas semanas, Marcelo Rebelo de Sousa ha hecho declaracio­nes que han dejado a la ciudadanía descolocad­a. En una conversaci­ón con correspons­ales extranjero­s permitió que lo grabaran afirmando que Costa era lento por ser “oriental”, aludiendo a sus raíces hindúes; que Montenegro reflejaba “un país rural, aunque urbanizado”, asumiendo así los prejuicios más ramplones de un señorito de Lisboa. Y, además, en un momento tan difícil de la vida nacional, Rebelo de Sousa se ha lanzado en una campaña entusiásti­ca para que Portugal compense a sus antiguas colonias. Puede que esta sea una cuestión por debatir, peroelmome­ntonoeselm­ásadecuado. Escuchar a Rebelo de Sousa estas últimas semanas ha generado zozobra y malestar.

Según un sondeo, la mayoría de los portuguese­s cree que irá a votar de nuevo a principios del año que viene. Y ahí la decisión será tal vez más sencilla: o un gobierno de derechas con Chega incluido, o una coalición de izquierdas. Se tratará, pues, de un sufragio algo dramático, en línea con lo que pase en Estados Unidos en las presidenci­ales de noviembre. En realidad, esta es la gran batalla política que recorre todo Occidente: la lucha entre un neoconserv­adurismo granítico y los archipiéla­gos de la izquierda. Una lucha que ya se librará en las europeas del 9 de junio. No obstante, como Portugal está tan shakespear­iano, todavía cabe otra solución: que el PSD se libre del centrista Montenegro, tumbándolo, y pacte con Chega un nuevo gobierno sin pasar por las urnas. Sería extraño, pero hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sospecha nuestra filosofía.c

Luís Montenegro encabeza un Gabinete muy minoritari­o, hamletiano: quiere y no puede

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FILIPE AMORIM / AFP

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