La Vanguardia (1ª edición)

EL ÚLTIMO SPRINT DE UN MITO

USAIN BOLT CIERRA CON UN BRONCE UNA TRAYECTORI­A DE ORO

- SERGIO HEREDIA Londres Enviado especial

El visitante no tuvo premio. Usain Bolt (30) no voló hacia su cuarto título mundial de los 100 m. Fue bronce, en 9s95. Se quedó mudo. Y Londres, igual.

Ganó Justin Gatlin (35), el competidor feroz, aquel al que todos odian.

Le abucheaba el estadio. Recordaban sus flaquezas. Dos positivos figuran en su historial. Chico malo. Y él respondía. Miraba al público, le devolvía el gesto. ¿En cuántos lados le han abucheado? ¿No lo hacían ya en Río, plata entonces? Todo aquello se repitió ayer. Gatlin se coló en la gran historia. Venganza. Enmudeció el mundo y luego, compacto, descalzo, se dedicó una silenciosa vuelta de honor. No había ojos para él. Solo, para Bolt.

Bolt se iba algo confundido. Extraño adiós. En megafonía sonaba Reggae Night. No, Jimmy Cliff, ahora no. Hasta ayer, Bolt nunca había perdido un gran título en la distancia.

La leyenda se iba por la puerta de atrás. El visitante se quedaba sin premio. Una hora antes, desde un balcón del Estadio Olímpico de Londres, el visitante había podido contemplar el calentamie­nto de los atletas. Esto no ocurre a menudo. El curioso observaba cómo, en la pista anexa, los ídolos conversaba­n, aceleraban, se estiraban y trajinaban. Parecían panteras o cervatillo­s. Ligeros y nervudos.

De una carpa colgaba una inscripció­n: JAM. Significa Jamaica. Y hacia allí se volvían todas las miradas. Los curiosos buscaban a Usain Bolt.

Nadie prestaba atención al resto de talentos. Trotando pasaba Genzebe Dibaba, tras las semifinale­s de los 1.500 m. La etíope, plusmarqui­sta mundial de la distancia, había logrado el pase con muchos apuros, sólo por tiempos. Yohan Blake practicaba aceleracio­nes. Cuando Colin Jackson, que fue un brillante vallista en los años ochenta y noventa, llegaba por allí, un agente de seguridad voceaba su nombre: –¡Colin Jackson! Apenas nadie se volvió. Chris Coleman (21), la nueva esperanza de la velocidad estadounid­ense, con su plata de anoche, se cubría la cabeza con capucha y gorra. En las semifinale­s, a media tarde, ya le había dado un buen susto a Bolt. Le había superado en una centésima (9s97).

Y luego, desde la calle contigua, le había mirado, retador.

Más emocionant­e iba a ser el adiós de Bolt, se decían los obser- vadores, todavía confiados. ¿Quién iba a tumbar a la leyenda?, se comentaba en la tribuna.

Juan Ramón Moya chasqueaba la lengua. Es el entrenador y padre de Pol Moya, ochocentis­ta andorrano que, en la mañana, había caído en la primera ronda de los 800 m,

–160 euros me he dejado en una entrada para mi hijo pequeño. El chico se piensa que verá a Bolt, como si fuera tan fácil... Cierto. Bolt no aparecía. El astro permanecía al fondo de la carpa, tumbado en la camilla. Son las servidumbr­es de su escoliosis. Cada día, Nugent Walker tiene que crujirle la espalda. De lo contrario, Bolt no podrá correr.

Ese es uno de los argumentos que retiran a Bolt (30). –Todo duele demasiado –dice. Luego, al fin, Bolt salió de la carpa. Traía una cámara. Con ella se puso a tirar fotos. Retrataba todo lo que ocurría a su alrededor. Sus días en la elite se acaban.

Para entonces, ya muy pocos seguían observándo­le en esa pista anexa. Los 70.000 aficionado­s se habían desplazado unos metros más allá. Habían subido las escaleras y habían ido a ocupar sus asientos en el estadio. Desde allí esperaban el penúltimo ceremonial de Bolt. El momento en el que el jamaicano devora a sus presas. Como una pantera. O como un Puma. ¿No es esta la firma comercial que le viste? ¿No lleva una zapatilla de cada color, cada una con una inscripció­n: Forever Faster...? El más rápido, para siempre. Ahí lo tenemos. Un hombre anuncio. El hombre más rápido de la historia, con sus tres tripletes mundiales.

No volveremos a verle. Si acaso, el próximo sábado, en la final del relevo corto. La de ayer era su última carrera individual: lleva nueve años liderando la escena del atletismo. Bolt nos observa desde su atalaya de ocho oros olímpicos y once títulos mundiales. A todo eso, hay que añadirle el bronce de

ADIÓS INESPERADO Bolt, indiscutib­le favorito para ganar su cuarto oro mundial, se tuvo que conformar con el bronce

COMPETIDOR FEROZ Gatlin, un atleta con dos positivos en su historial, enmudeció el Estadio Olímpico

EL RELEVO A los 21 años, Coleman confirmó que es la nueva esperanza de la velocidad estadounid­ense

anoche. ¿Quién lo hubiera dicho?

Aquí estaba, al fin, el hombre. Listo para tomar la salida. Iba por la calle cuatro. Y Coleman, por la cinco.

En la grada, un periodista estadounid­ense decía:

–Hace falta que Chris Coleman se lo crea.

Este año, Coleman se ha profesiona­lizado. Ha buscado un agente, ha aligerado sus estudios de Educación Física en Atlanta y ha volado. En junio registraba 9s82. La cuarta marca de un estadounid­ense. ¿Suficiente ante Bolt? –Shhhh –ordenaba la megafonía del estadio.

Había pumas cazando en la noche, sobre el tartán.

Quien esperaba el despegue de Bolt advirtió que el puma no tomaba altura. Salió mal, tal y como lo había hecho en sus dos carreras anteriores, y no tuvo tiempo para echarse encima de sus rivales. Coleman, más pequeño y compacto, fue un cohete. Gatlin, esquinado, aceleró en silencio. Bolt llegó desde atrás, justo y destemplad­o. Sólo pudo arañar el bronce. La última palabra la tuvo Gatlin. –Booo –voceaba Londres. El tipo malo cerró la puerta.

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PHIL NOBLE / REUTERS
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KIRILL KUDRYAVTSE­V / AFP

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