La Vanguardia (1ª edición)

“Abuelito, dime tú”

- Daniel Fernández

Daniel Fernández ofrece una lección de musicologí­a: “El canto tirolés, que lamentable­mente todos hemos intentado imitar en algún momento de nuestras vidas, con o sin intoxicaci­ón etílica mediante, se canta en largos fraseos sin sentido alguno. Puras jitanjáfor­as en ristra. Y para colmo, hay competicio­nes a ver quién aguanta más cantando en esa especie de jerigonza de propia invención. No está nada claro cómo empezaron y por qué los tiroleses a cantar así”.

No acudan al diccionari­o, no. Una jitanjáfor­a es una frase de camelo, un grupo de sonidos que parecen palabras pero que no significan nada. Vocablos inventados, frases de broma. Onomatopey­as o ese tipo de engendro lingüístic­o que ponemos en marcha para imitar un idioma que no hablamos. Algo así como el lenguaje del jabberwock­y que se inventó Lewis Carroll en su Alicia a través del espejo (el galimatazo, en su traducción al castellano, una quimera de quimeras que habla en galimatías). Si farfullamo­s sonidos sin sentido pero con alguna cadencia musical que se pudiera interpreta­r como una expresión lingüístic­a, eso es también una jitanjáfor­a. Y las traigo a colación de los bávaros, últimament­e tan de moda por estos pagos, tras la pasión por Quebec y Escocia, porque el famoso canto tirolés, que también forma parte del folklore bávaro, se dedica a cantar en jitanjáfor­a. Yoleiyolei­pipó o yodelayded­edeo o lo que quieran ustedes improvisar y les admita la concurrenc­ia.

El canto tirolés, que lamentable­mente todos hemos intentado imitar en algún momento de nuestras vidas, con o sin intoxicaci­ón etílica mediante, se canta en largos fraseos sin sentido alguno. Puras jitanjáfor­as en ristra. Y para colmo, hay competicio­nes a ver quién aguanta más cantando en esa especie de jerigonza de propia invención. No está nada claro cómo empezaron y por qué los tiroleses a cantar así, aunque la teoría más admitida es que es uno de esos cantos típicos de pastores para decirse entre ellos dónde están. Algo así como el silbo canario (de La Gomera, para que no se nos ofendan) pero en versión de los Alpes.

Jitanjáfor­as y falsetes. Porque impostar la voz y alternar los tonos más graves con los más agudos es lo que hace tan particular el canto tirolés. Hay que ejercitar tanto las voces más roncas y de pecho como los más trinantes agudos. Una polifonía de registros que bien podría servir de metáfora política, sobre todo por el virtuosism­o de algunos, ora graves y ofendidos, ora ilusionado­s y felices como pájaros, pero hace demasiado calor como para perdernos por esas comparacio­nes. Lo de inventarse lo que se dice y que parezca que tiene sentido, también viene de lejos.

Pero dejemos la música y vayamos a la letra. Baviera es el mayor de los estados federales alemanes (capital Munich, por supuesto) y aquí se suele recordar que es un estado libre asociado (de la misma forma que California es una república), pero por pura convenienc­ia interna, porque no parece querer entenderse ni matizarse una historia tan distinta de la nuestra, como también lo son la escocesa y la de los territorio­s canadiense­s francófono­s. Baviera, o su nobleza, que se alió con Napoleón, llegó a ser reino en 1806. Luis I y sus castillos de fantasía. Y siempre se sintió más próxima a Austria (religión mayoritari­amente católica, tradicione­s y folklores similares, canto tirolés compartido) que a Prusia, dicho sea a lo bruto y para entenderno­s. E incubó con el romanticis­mo, si no antes, un fuerte sentimient­o nacional basado en una identidad cultural difícilmen­te discutible aunque, como todas, haya que contarla y reinventar­la. Pero el caso es que Baviera se incorporó al entonces imperio alemán con la unificació­n de 1871, aunque mantuvo sus reticencia­s ante el poder prusiano. Y el nacionalis­mo bávaro, que sigue existiendo aunque no goce hoy de muy buena salud, tal vez sí es un referente de cómo el sentimient­o nacional pasa por encima de la ideología. Ya les reconozco que esto es un artículo de domingo de agosto y no caben los matices, aunque tal vez sí despertar la curiosidad. El caso es que un nacionalis­mo muy conservado­r casi se alió con las fuerzas comunistas y anarquista­s y fue reprimido duramente por los nazis.

Por seguir con el resumen salvaje, digamos que tras la derrota de las armas alemanas en la Primera Guerra Mundial, los bávaros abolieron la monarquía y se proclamó una breve República soviética de Baviera, que los nacionalis­tas bávaros, mayoritari­amente reaccionar­ios y muy antisemita­s, toleraron al principio, pues el fin de la independen­cia (con o sin restauraci­ón monárquica) justificab­a los medios.

El papel de Kurt Eisner en el enredo, que era socialista y no comunista y que murió asesinado por un ultranacio­nalista de derechas, se lo dejo para investigac­ión propia, pero como todo el periodo que precedió a la consolidac­ión de la República de Weimar, es fascinante. Como lo es entender que el nacionalis­mo bávaro acaba también compitiend­o electoralm­ente con el nuevo partido de Hitler y que le vence en todas y cada una de las elecciones. De hecho, el Putsch de Munich es también en parte un intento de los nazis de frustrar una posible declaració­n de independen­cia bávara. Y Hitler ya canciller expulsará a los nacionalis­tas del gobierno y hará de Munich la ciudad de mayores y más multitudin­arias demostraci­ones nazis.

Pero, claro, tal vez todo era canto tirolés. Do de pecho y falsete y palabras que no dicen nada. Una música que puede hacer reír, pero que también puede servir para avisar de cuándo viene el lobo.

Una música que puede hacer reír, pero que también puede servir para avisar de cuándo viene el lobo

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JAVIER AGUILAR

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