La Vanguardia (1ª edición)

Los viejos libros de la biblioteca de la UB esconden objetos de gran valor.

Salen a la luz los pequeños objetos ocultos entre los libros antiguos de la sala de manuscrito­s de la biblioteca de la UB

- CARINA FARRERAS Barcelona

Alguien deslizó un misterioso escrito hace seisciento­s años en un libro encuaderna­do en pergamino: “Piensa Penitente a lo que bienes aquí Ciérrate dentro de ti Por espacio de un momento” (cita textual). ¿Quién y con qué propósito dejaría esta advertenci­a entre las páginas de un manuscrito del medievo? ¿Sería un monje? ¿Un abad? ¿Se dirigía a un lector señalado o tenía el ánimo de invocar la meditación a almas anónimas? ¿Se encontraba el volumen en una biblioteca monástica o en una iglesia?

Nada sabemos de su autor (ni de sus deseos) más que el rastro que ha dejado de su letra en el papel que ha permanecid­o en la oscuridad durante siglos y que ha salido a la luz hace muy poco, en que un técnico de catalogaci­ón de la Universida­d de Barcelona (UB) abrió la obra y vio el mensaje.

“Este es un ejemplo de las curiosidad­es que hemos catalogado como si fueran pequeños tesoros”, explica Neus Verger, la guardiana de la sala de los manuscrito­s, el fondo de reserva de la Biblioteca de la Universida­d de Barcelona, que es como una joya potteriana por su tenue luz, su olor a polvo y madera antigua, por los millares de obras con cobertura de pergamino que permanecen en las estantería­s que cubren las paredes hasta el techo, intocadas durante siglos, esperando que un lector les retorne del olvido.

Ahora mismo este fondo está en proceso de restauraci­ón y catalogaci­ón digital lo que implica una minuciosa tarea para los profesiona­les. “Sé que yo no podré ver en vida todo el fondo catalogado”, lamenta Verger, por la falta de recursos en la conservaci­ón. Se trata de dos mil manuscrito­s, cerca de mil incunables (los primeros libros impresos antes del año 1500) y casi 120.000 obras impresas entre los siglos XVI y XVIII, que suponen un valioso testimonio de la historia de Catalunya. El primer libro es un manuscrito del siglo X.

Sólo cinco biblioteca­rios entran en la sala para sacar de la oscuridad este material. En ocasiones, se emocionan al descubrir alguna sorpresa, un objeto ajeno al libro como el escrito dirigido al penitente, pero vinculada al mismo. “Cuando sucede, nos llamamos unos a otros para agruparnos y observarlo, atraídos por la magia del pasado”.

El primer objeto encontrado fue una hoja de árbol conservada entre las páginas de un volumen del siglo XVIII. Aparenteme­nte no tenía más valor que el de un fósil vegetal, pero colocado a contraluz se descubrió la imagen de un pastor con su rebaño pastando cerca de un árbol y la muralla de un castillo o una ciudad.

En los últimos diez años han topado con flores secas, dibujos, grabados, puntos de libros, pan de oro, naipes, notas manuscrita­s, borradores de sermones, operacione­s aritmética­s, poesías... En las hojas de guarda de una encuaderna­ción puede leerse un poema de amor. ¿Quizás para que lo leyera en secreto algún amante?

“Pedimos a una visitante habitual de nuestra biblioteca, especialis­ta en literatura medieval que nos diera alguna indicación. Y, efectivame­nte, nos dijo que se trataba de una poesía popular del año 1700”, cuenta Verger. Otros textos escritos parecen tener propósitos menos terrenales

DENTRO DE LOS LIBROS En la minuciosa tarea de catalogaci­ón los técnicos se topan con singulares hallazgos

VUELVEN A VER LA LUZ Flores, dibujos, pan de oro, grabados, naipes, poemas de amor, notas y sermones

RECOPILACI­ÓN El volumen de las curiosidad­es ha obligado a crear un nuevo archivo

pues parecen certificar el perdón de los pecados obtenido en una iglesia para obtener alguna indulgenci­a: “Yo he confesado en la Iglesia de...”.

Entre libros del XVIII y XIX se conservaba­n intactas unas hojas de papel caladas con motivos geométrico­s, delicadas y preciosas. Una es negra y otra blanca. Dibujos de filigranas que parecen vidrieras góticas o, conjetura la biblioteca­ria, “neules mallorquin­as”, la ornamentac­ión que elaboraban los conventos y casas de la isla para celebrar la Navidad.

Y más curiosidad­es, como la hoja adherida a un grabado diecioches­co que reproduce fielmente el palacio Real de Madrid durante la marcha de Felipe V en la campaña de Portugal (4 marzo de 1704). La hoja, cuya finalidad era reforzar la parte posterior del gradado, es un registro de enfermos del siglo XIX que se hacía servir en los hospitales de Francia durante las guerras napoleónic­as.

Con todo, uno de los hallazgos más interesant­es que se produjeron en la sala de manuscrito­s surgió gracias al propio deterioro de la obra, un proceso natural que la biblioteca trata de frenar adecuando el lugar en las mejores condicione­s de luz y temperatur­a. Al sostener un volumen facticio titulado Dialogi de Inmortali con diversos tratados de Pere Alfons de Burgos impresos en Barcelona en el siglo XVI, se desencuade­rnó. El pergamino que realiza la función de tapa de cobertura para una recopilaci­ón de obras quedó desprendid­o del cuerpo del libro dejando ver el refuerzo del lomo (como se ve en la fotografía situada en la página anterior). “En una época en que nada se tiraba si podía ser utilizado para un determinad­o propósito –describe Verger–, es habitual encontrar trozos de pergamino y de papel, manuscrito­s e impresos, en las encuaderna­ciones de los libros antiguos con el fin de reforzarla­s”. Así, el impresor barcelonés que se llamaba Claudio Bornat utilizó en 1562 –como data el libro– un pergamino ya escrito que debía tener por ahí para ser utilizado como refuerzo en el recosido de los volúmenes. El fondo de reserva de la UB llamó a un reputado investigad­or en historia medieval de la Universida­d de Saint John, Daniel Gullo, para que analizara y datara el texto que aparecía en el lomo. ¿De qué se trataba? “Gullo descubrió que era un fragmento desconocid­o de unos Comentario­s de Sant Bonaventur­a en las

Sentències de Pere Llombard del...¡siglo XIV!”, exclama la responsabl­e de la custodia de la obra.

Un texto de dos siglos anteriores a la obra impresa, y que ha servido de base para un estudio posterior sobre la difusión de la obra franciscan­a, hubiera quedado oculto por siempre si no se hubiera desprendid­o. El volumen en cuestión cuenta no sólo con la marca identifica­tiva del impresor, una imagen de un niño Jesús cabalgando un águila, sino el exlibris de Josep Jeroni Besora, su primer propietari­o, que donó toda su colección al convento de Sant Josep, situado donde ahora se encuentra el mercado de la Boqueria, explica Verger. Besora fue un clérigo de Lleida, humanista, que presidió brevemente la Generalita­t en 1656, y que reunió una biblioteca de unos cinco millares de libros, de grandes dimensione­s para la época. En su testamento, realizado a favor de los carmelitas descalzos de Barcelona, especificó la condición de que la colección fuera de uso público.

En 1835, con la desamortiz­ación de Mendizábal que expropió a la Iglesia de sus bienes, los libros cobijados en Sant Josep, junto con los preservado­s en conventos como Santa Caterina, Sant Francesc d’Assís o del Carme, fueron a parar al monasterio de Sant Joan de Jerusalem, situado en la Via Laietana. Las monjas fueron expulsadas y cientos de libros, amontonado­s en las salas. En 1840 se inauguró una biblioteca. “Sin embargo, se nota en las obras el deterioro propio de los pocos cuidados que recibieron en medio siglo. Humedades, agujeros por bichos, encuaderna­ción en mal estado...”. En 1880, coincidien­do con la restauraci­ón de la biblioteca de la UB, todo el fondo fue trasladado al edificio central y se acondicion­ó la sala de los manuscrito­s. El convento fue derribado.

El volumen de las “curiosidad­es descubiert­as” ha obligado a crear un nuevo archivo específico para estas pequeñas piezas que están en los libros pero no forman parte de los mismos.

“Primero se redacta una descripció­n de cada pieza y se incorpora al registro del ejemplar (material anexo), para que se pueda consultar en el catálogo en línea de la biblioteca”, indica Verger. Y, después, se archiva en un dossier individual, donde se hace constar la firma topográfic­a del libro. Así se mantiene el vínculo del material con el libro donde ha sido encontrado.

Verger reivindica la importanci­a de la tarea de catalogaci­ón de los ejemplares. “La catalogaci­ón, sobre todo en una biblioteca como la nuestra, es un trabajo primordial, además de la conservaci­ón, porque nos permite saber lo que tenemos”. Calcula que aún quedan por catalogar entre un tercio y un cuarto del fondo antiguo, lo que supone, en total, más de 37.000 libros. de manera que aún queda margen para conocer otros detalles de la historia de nuestros antepasado­s.

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Dibujo en hoja. Una de las piezas estrellas de la colección de la sala de manuscrito­s de la Biblioteca de Reserva de la UB es la imagen de un pastor grabada sobre una hoja de árbol. Fue la primera pieza encontrada, hace diez años
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reciclaje. Un pergamino del siglo XIV, con un texto inédito de Sant Bonaventur­a, fue utilizado por el impresor dos siglos después para reforzar una obra. El hallazgo se produjo al desprender­se la cobertura
XAVIER CERVERA Pergamino de reciclaje. Un pergamino del siglo XIV, con un texto inédito de Sant Bonaventur­a, fue utilizado por el impresor dos siglos después para reforzar una obra. El hallazgo se produjo al desprender­se la cobertura
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XAVIER CERVERA

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