La autodestrucción de Trump
Las falsedades del presidente erosionan su poder y la relación con su partido
Los Boys Scouts tienen unas reglas de oro. Una de las primordiales señala que “un scout digno de confianza dice la verdad”.
Donald Trump nunca formó parte de esta organización.
“No le preocupa ser un presidente veraz”, diagnostica en conversación telefónica Julian Zelizer, autor y profesor de Historia en la Universidad de Princeton.
“Desconocemos qué hay en su interior le lleva a no decir la verdad, si es que no recuerda las cosas que dice o si es una estrategia. Pero hay episodios que resulta evidente que no son ciertos, se interpreten como se quiera”, matiza Zelizer.
“¿Por qué lo hace? No lo sabemos, pero para la mayoría del país socava su credibilidad, lo vemos en las encuestas”, precisa Zelizer.
La prospección más reciente de la Quinnipiac University indica que el 61% de los ciudadanos desaprueba su gestión, de los que un 55% asegura estar muy disgustado, la cifra más alta registrada a largo de su mandato.
Y a pesar de que mantiene una fuerte base conservadora, este sostén también baja. Si la aceptación entre los suyos se situó en el 84% en junio, la cifra se reduce al 76% a primeros de agosto.
En el conjunto, el 62% no lo considera honesto. Los seis meses de su presidencia suponen una constante erosión. Su conducta está marcada por una sucesión de afirmaciones manifiestamente falsas, unas que contradicen a otras sin rubor, y que convierten a la Casa Blanca en una versión actualizada del hotel de los líos de los hermanos Marx.
Estas dos últimas semanas, sin embargo, ilustran como pocas la capacidad de Trump para la autodestrucción y la confrontación con su equipo, sus aliados republicanos en el Capitolio, las instituciones o gobiernos foráneos.
Entre el lunes y el martes, alardeó de haber recibido dos llamadas telefónicas para felicitarle. Una de su homólogo mexicano, Enrique Peña Nieto, al parecer impresionado por la caída en el número de indocumentados que cruzan la frontera por su labor.
La otra, de los líderes de los Boy Scouts, para agradecerle “el mejor discurso que jamás” un presidente había pronunciado en su fiesta o jamboree, celebrada el 24 de julio. La prensa generalista, no la especializada en conspiraciones, apuntó que su intervención provocó consternación por el elogio a su ego y los insultos a los que lo observan con mirada crítica.
De hecho, nada más concluir su perorata, los Scouts replicaron que estaban al margen de partidos y que no apoyan a candidatos.
El Gobierno mexicano y la organización juvenil desmintieron en público esas supuestas llamadas de congratulación. La cuestión llegó hasta la portavoz, Sarah Huckabee Sanders, quien reconoció su inexistencia.
–¿Mintió? ¿No recibió esas llamadas telefónicas?
–No diría que mintió. Esa es una acusación bastante atrevida. –¿Cómo lo definiría? –Las conversaciones se celebraron, pero fueron en persona.
El equipo de Trump ha propiciado los denominados hechos alternativos. Esta expresión cuadra con lo ocurrido el pasado lunes.
Esa jornada amaneció con un tuit presidencial: “No hay caos en la Casa Blanca”. Al rato y tras tomar posesión el general John Kelly como jefe de gabinete, se anunció que Anthony Scaramucci, a los diez días de ser director de comunicación –de rebote propició la marcha de Sean Spicer–, había recibido el cese fulminante.
A Kelly no le gustaba el estilo del apodado The Mooch (gorrón) o “mini Trump”. La excusa para despedirlo fueron unas declaraciones de tono grueso al The New
Las encuestas de esta semana marcan una caída de la confianza entre los votantes republicanos
Yorker contra el asesor Steve Bannon y Reince Priebus, que abandonó el cargo de jefe de gabinete después de esa arremetida.
En realidad, esta escena marxista ha propiciado que saliera a la luz la guerra interna propiciada por un volátil presidente y sus consejeros plenipotenciarios, como son su hija Ivanka y su marido, Jared Kushner.
Para ellos, Scaramucci había logrado su misión, la de forzar la marcha de Priebus, hombre fichado del partido con la tarea de tratar de domar a Trump. Pero la familia lo veía como una atadura y, en parte, un traidor, porque cuando en campaña trascendió el audio en el que el entonces candidato alardeaba de coger a las mujeres por sus genitales, Priebus se puso del lado de la condena.
Si bien de entrada Trump se jactó de las declaraciones de Scaramucci, Kelly le convenció de que eran inapropiadas. Ivanka y Kushner trataron de promocionar a Dina Powell, consejera adjunta de seguridad nacional, como jefa de gabinete. Pero al certificar que el presidente había alcanzado un acuerdo con el general, se pusieron a su favor.
“Donald Trump pide absoluta lealtad, no a un ideal, sino sólo a él. A cambio, los aliados y asociados reciben inseguridad y la constante amenaza de la humillación”, escribe uno de sus biógrafos, Michael D’Antonio, en un artículo para el Daily News.
Aviso para navegantes. La irrupción de Kelly, que dejó su puesto como secretario del Departamento de Seguridad Nacional, no ha significado un cambio aparente en la actitud de Trump.
Su red social sigue atacando a los medios de comunicación que no le ríen las gracias –más bien airean sus vergüenzas–, y, en especial estas dos semanas de verano, a los colegas republicanos: por no sacar adelante una reforma que destrone la Obamacare; por atarle de pies y manos a la hora de firmar sanciones internacionales, entre las que se incluye al Kremlim –“Las relaciones con Rusia están peor que nuca, muy peligrosas. Lo podéis agradecer al Congreso, la misma gente que no puede sacar adelante una ley sanitaria”, tuiteó– o por cerrar filas con Jeff Sessions, el fiscal general y exconfidente de Trump, en horas bajas al recusarse y facilitar el nombramiento de un investigador especial para el Rusiagate.
“Este antagonismo puede tener un coste político”, remarca el profesor Zelizer. Ese conflicto, de ahondarse, plantearía incluso a muchos republicanos la idea del sálvese quien pueda.
“Ningún partido abandonó tan rápidamente los principios básicos como hizo mi partido en la campaña del 2016”, sostiene el senador republicano Jeff Flake en su libro Conscience of a conservative, que salió el pasado martes, la primera gran declaración interna anti Trump. El trumpismo se ha movilizado para financiar a quien sea para quitarle el escaño.