¡Víctor…ia!
Cuando la novela Un film fue publicada, los críticos del noucentisme la calificaron de folleto indigno y grotesco. Desde entonces, todo el mundo la despreció. Incluso el anticonvencional Joan Fuster dictaminó: “Granguiñolesca e inverosímil”. “Melodramática y superficial”, sentenció Enciclopèdia Catalana. Y el Diccionari de la Literatura remató: “Un intento fallido”.
Sin duda el factor femenino pesó en el prejuicio. A pesar de que observaba la realidad con los ojos más abiertos de su tiempo, Caterina Albert siempre arrastró el estigma de ser una mujer. Una mujer que escribía sin prevenciones. De ahí el paraguas de un seudónimo masculino: Víctor Català. Ahora bien, las críticas a Un film superaron con creces las que había recibido con Solitud o Drames rurals, obras que acabaron formando parte del canon. La crudeza y el salvajismo de estas obras rústicas coincidían, por vía indirecta, con la visión negativa que el noucentisme tenía del mundo rural: “¡Contra natura, cultura!”, exclamaba Eugeni d’Ors. En cambio, Un film era indigerible porque en él Víctor Català cuestionaba el artificioso ideal urbano que propugnaba el noucentisme.
La Barcelona que describe está dominada por el dinero y la pobreza, la codicia y el malestar: el esfuerzo insomne de los menestrales, el lujo de los ricos, la simplicidad cándida o resentida de los obreros. Es una ciudad llena de patronos sin alma, de militares y rentistas privilegiados, de delincuentes que roban y matan sin pudor, de obreros que no salen de la miseria, de tabernas hediondas, de tenderos egoístas y pacatos, de solteras que dependen de los parientes, de familias menestrales, muy ahorradoras, que ya aprenden a invertir en ladrillo y empiezan a sobreproteger a los hijos. Las masas de Barcelona hormiguean sin más norte que el disfrute económico.
El protagonista es un bastardo pobre que, casi sin querer, descubre en el robo la vía más rápida de acceso al espíritu de su tiempo. El “bord”, convertido en “el senyoret”, encarna el resentimiento y, al mismo tiempo, la ingenuidad de una época que confunde la buena ropa con la moralidad. Sólo algunos artesanos y obreros parecen tener principios. En realidad, el protagonismo social de la novela recae en la menestralía: cerrajeros, forjadores, barberos, perfumistas, joyeros, modistas, limpiabotas... Si Vida
privada de Sagarra describe la Barcelona de los ricos que buscan emociones fuertes en los bajos fondos, Un film concede el protagonismo a obreros y menestrales. En su Barcelona, los bajos fondos no son un pintoresco divertimento, sino un lugar de crueldad, malestar y ambición: sólo a través de la delincuencia los de abajo pueden forzar su destino.
Escrita en un estilo formidable, contada con soltura irónica, Un film contiene una cruda mirada social, pero rebosa de aventuras, historias cruzadas, tensión narrativa, amenidad. Es la gran novela de la Barcelona menestral y canalla de la belle époque. Desapareció tras un muro de prejuicios. Reaparece para los lectores de hoy como un gran diamante reencontrado.
Las masas de Barcelona hormiguean sin más norte que el disfrute económico