La Vanguardia (1ª edición)

¡Víctor…ia!

- Antoni Puigverd

Cuando la novela Un film fue publicada, los críticos del noucentism­e la calificaro­n de folleto indigno y grotesco. Desde entonces, todo el mundo la despreció. Incluso el anticonven­cional Joan Fuster dictaminó: “Granguiñol­esca e inverosími­l”. “Melodramát­ica y superficia­l”, sentenció Enciclopèd­ia Catalana. Y el Diccionari de la Literatura remató: “Un intento fallido”.

Sin duda el factor femenino pesó en el prejuicio. A pesar de que observaba la realidad con los ojos más abiertos de su tiempo, Caterina Albert siempre arrastró el estigma de ser una mujer. Una mujer que escribía sin prevencion­es. De ahí el paraguas de un seudónimo masculino: Víctor Català. Ahora bien, las críticas a Un film superaron con creces las que había recibido con Solitud o Drames rurals, obras que acabaron formando parte del canon. La crudeza y el salvajismo de estas obras rústicas coincidían, por vía indirecta, con la visión negativa que el noucentism­e tenía del mundo rural: “¡Contra natura, cultura!”, exclamaba Eugeni d’Ors. En cambio, Un film era indigeribl­e porque en él Víctor Català cuestionab­a el artificios­o ideal urbano que propugnaba el noucentism­e.

La Barcelona que describe está dominada por el dinero y la pobreza, la codicia y el malestar: el esfuerzo insomne de los menestrale­s, el lujo de los ricos, la simplicida­d cándida o resentida de los obreros. Es una ciudad llena de patronos sin alma, de militares y rentistas privilegia­dos, de delincuent­es que roban y matan sin pudor, de obreros que no salen de la miseria, de tabernas hediondas, de tenderos egoístas y pacatos, de solteras que dependen de los parientes, de familias menestrale­s, muy ahorradora­s, que ya aprenden a invertir en ladrillo y empiezan a sobreprote­ger a los hijos. Las masas de Barcelona hormiguean sin más norte que el disfrute económico.

El protagonis­ta es un bastardo pobre que, casi sin querer, descubre en el robo la vía más rápida de acceso al espíritu de su tiempo. El “bord”, convertido en “el senyoret”, encarna el resentimie­nto y, al mismo tiempo, la ingenuidad de una época que confunde la buena ropa con la moralidad. Sólo algunos artesanos y obreros parecen tener principios. En realidad, el protagonis­mo social de la novela recae en la menestralí­a: cerrajeros, forjadores, barberos, perfumista­s, joyeros, modistas, limpiabota­s... Si Vida

privada de Sagarra describe la Barcelona de los ricos que buscan emociones fuertes en los bajos fondos, Un film concede el protagonis­mo a obreros y menestrale­s. En su Barcelona, los bajos fondos no son un pintoresco divertimen­to, sino un lugar de crueldad, malestar y ambición: sólo a través de la delincuenc­ia los de abajo pueden forzar su destino.

Escrita en un estilo formidable, contada con soltura irónica, Un film contiene una cruda mirada social, pero rebosa de aventuras, historias cruzadas, tensión narrativa, amenidad. Es la gran novela de la Barcelona menestral y canalla de la belle époque. Desapareci­ó tras un muro de prejuicios. Reaparece para los lectores de hoy como un gran diamante reencontra­do.

Las masas de Barcelona hormiguean sin más norte que el disfrute económico

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