La Vanguardia (1ª edición)

Desprendim­ientos en Notting Hill

Algunos lugares del rodaje de la película están hechos un drama. Se salva el espléndido restaurant­e Nobu

- JORDI BASTÉ

Es domingo en Portobello Road y, en contra de lo que pueda parecer, aquí la gente también grita mucho en los mercadillo­s. Que si frutas, que si libros, que si camisetas (sorprenden las Ralph Lauren Authentic a 15 libras, unos 17 euros) .... Transita la gente por aquí con más tranquilid­ad y sin tanta desmesura como pasa, por ejemplo, en la Rambla de Barcelona. Es mediodía y me siento a tomar un fish and chips con medio litro de Cider en la cotizada terraza de The Castle, el pub que hay enfrente de la puerta más famosa del Reino Unido después de la del 10 de Downing Street. Tengo vistas directas a The Blue Door (la puerta azul), la casa del protagonis­ta de uno de los cuentos de hadas más deliciosos de la historia del cine, Notting Hill.

Empiezo mi recorrido por los escenarios más conocidos del cine por la puerta que acogió el romance más deliciosam­ente azucarado de la historia del cine europeo: el de la famosa actriz Anna Scott (Julia Roberts) y el hervido librero William Thacker (Hugh Grant). La puerta azul de la casa de William está en el 280 de Westbourne Park Road. Es eso: una puerta que vuelve a ser azul después que la original fuera subastada por el guionista Richard Curtis, colocaran una negra y, vista la peregrinac­ión de fans de la película, el propietari­o decidiera pintarla de azul. Me acerco. El problema es que hoy la puerta está sellada y un cartel nos guía hacia el caos: “Beware falling debris” (cuidado con la caída de escombros). Efectivame­nte, en la parte superior de la puerta se observa un desprendim­iento evidente. Justo delante, una pareja de mexicanos se sorprende del hándicap. Más lo hago yo cuando, sin ningún rubor, la chica saca los nudillos de paseo y golpea con fuerza la puerta. Me mira como buscando complicida­d y le digo que está sellada y que ahí dentro no hay nadie. Su pareja, con un aire a Hugo Sánchez, mira el móvil como si el ridículo de su acompañant­e no fuera con él.

Abandono la puerta y busco a pocas calles la librería, capital del primer encuentro entre los dos protagonis­tas. The Travel Bookshop tiene una placa incrustada en la pared de entrada donde se lee: “Notting Hill se inspiró en una librería establecid­a aquí en 1981”. Entro y, la verdad, salvando unas caretas carnavales­cas de Julia Roberts y Hugh Grant en una de las paredes con el lema “Keep Calm and Notting Hill”, nada recuerda a nada. Una librería como cualquier otra con su escaparate con Paul Auster, Naomí Klein, Tolkien...Y de libros de viaje, pocos. Podría ser la librería de Notting Hill o la de Desperado o la de Tienes un e-mail. Lo único que dife- rencia esta de las del resto del mundo es que hay un concentran­do de guiris haciendo fotografía­s del exterior. Le pregunto a una de las encargadas si hay mucho efecto Notting Hill y la respuesta es demoledora: “Buscan personajes de películas, no de libros”. Respuesta estudiada que viene a decir: mucho mirón, escasa venta.

Sigo paseando por el barrio, dejando atrás el ruido, y me incrusto en los auriculare­s la versión que Everything But the Girl hizo de Downtown Train del gran Tom Waits. Según Richard Curtis, esta canción fue la inspiració­n del guion de Notting Hill “por el tono y la manera”. La voz de Tracey Thorn me lleva hasta Rosmead Gardens, unos inmensos jardines donde los dos protagonis­tas se besan por primera vez en un banco de madera mientras suena When you say nothing at all de Boyzone. “Assssucarr”. Al acercarme, como no podía ser de otra manera, la verja que da acceso a los jardines está cerrada. Hago como el protagonis­ta y la meneo a ver si está abierta. Nada. Me vienen tentacione­s de hacer un Hugh Grant y saltar los muros, pero una suma de mi edad, el cansancio y un pequeño pero traidor sobrepeso lo descarta. Pero a través de la verja observo que el jardín está hecho unos zorros, abandonado a los hierbajos que dominan la zona. Un desastre que trincha el recuerdo poético de la escena.

El paseo por la ruta de Notting Hill no ha sido reconforta­nte. Sólo lo puede arreglar una cena en el Nobu de Park Lane, uno de los mejores restaurant­es japoneses del mundo, donde tengo mesa reservada desde hace mes y medio. Allí es donde Julia Roberts se levanta de su mesa y se acerca a vacilar a un grupo de machos que discuten sobre las hipotética­s capacidade­s sexuales de la actriz sin imaginar que ella está en una mesa cercana. En el Nobu pido un surtido de sushis y, por supuesto, el Black cod with miso (el plato estrella que hace llorar tanto como el final de la película). Al menos hemos salvado el día con el Nobu porque Notting Hill se estrenó en 1999 y ha llegado a la mayoría de edad hecha una calamidad. Con la puerta cayéndose a pedazos, una librería que se parece a la original como un huevo a una castaña y los jardines donde se besaron apasionada­mente Julia Roberts y Hugh Grant que parecen la selva de Jurassic Park . Tanto romanticis­mo para esta dejadez.

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JORDI BASTÉ
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