La Vanguardia (1ª edición)

El dolor de la madre artista

La escultora alemana Käthe Kollwitz perdió a un hijo en la Primera Guerra Mundial y a un nieto en la Segunda

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al AMAPOLA ROJA

Esta es la historia de una familia, de dos estatuas y de tres sepulturas. Los desdichado­s acontecimi­entos que las entrelazan, y que conectan a tres cementerio­s de otros tantos países, esbozan el mapa del sufrimient­o que azotó a millones de europeos en las dos grandes contiendas bélicas del siglo XX. La pintora y escultora alemana Käthe Kollwitz perdió a su hijo Peter en el frente belga durante la Primera Guerra Mundial, y el dolor por la pérdida moldeó su obra, con la muerte como asunto principal. En la Segunda Guerra Mundial murió su nieto, también llamado Peter, que cayó en el frente soviético. La artista dolorida trasladó su aflicción a la escultura y a las artes gráficas.

Käthe Kollwitz nació en 1867 en Königsberg (hoy Kaliningra­do, territorio ruso), y tras estudiar arte en su ciudad natal, en Berlín y en Munich, se casó en 1891 con el médico Karl Kollwitz (su apellido de soltera era Schmidt). La pareja se instaló en el barrio berlinés de Prenzlauer Berg, ahora acomodado, y entonces habitado por gente trabajador­a y humilde. Abundaba allí la miseria, y los Kollwitz, que eran socialdemó­cratas, procesaban la injusticia social cada uno a su manera: el doctor atendía a pacientes pobrísimos, y la artista retrataba la desesperac­ión de los obreros, la penuria de las madres, el hambre de los niños.

El matrimonio tuvo dos hijos: Hans, nacido en 1892, y Peter, que vino al mundo en 1896. En los años siguientes, Käthe apuntaló su formación artística en París y Florencia, e ingresó en el grupo de creadores Secesión de Berlín.

El hijo menor no marchaba del todo bien en el colegio, pero tenía traza con el dibujo, así que en 1912 su madre lo matriculó en una escuela de arte. Pero llegó el verano del 14, estalló la Gran Guerra, y la Alemania del káiser Guillermo se apuntó. Peter Kollwitz decidió presentars­e voluntario. Padre y madre intentaron disuadirle, pero fue inútil. Los estudiante­s alemanes estaban empapados de nacionalis­mo, y se alistaban en masa. Tras una corta instrucció­n militar, Peter partió el 12 de octubre hacia el frente de Flandes. Sólo viviría diez días más. Tenía apenas 18 años cuando murió cerca de la localidad belga de Dixmuda, en la noche del 22 al 23 de octubre.

La madre rota decidió entonces trasladar su congoja a su creación artística, y dedicó quince años a concebir las dos estatuas que velan ahora el reposo del hijo muerto, y de todos sus camaradas, en el cementerio militar alemán de Vladslo, en Bélgica. Son los padres de duelo, ambos de rodillas: él mira al frente, con las manos cruzadas sobre el pecho; ella, encorvada, aferra su manto. Sus rostros tienen los rasgos de los afligidos Karl y Käthe Kollwitz. La autora hizo los modelos de las dos figuras a menor tamaño, y fueron esculpidas en granito belga.

En 1932, los desolados padres las depositaro­n en Roggeveld, el camposanto en el que Peter estaba entonces enterrado, pues en aquel momento los restos de los caídos alemanes yacían en pequeños cementerio­s dispersos. Incómoda ante el aspecto primoroso de los cementerio­s militares británicos y belgas, Käthe escribió en su diario el 23 de julio de ese año: “La guerra no es un asunto agradable; no es decoroso el embellecer con flores las muertes en masa de todos estos jóvenes. Un cementerio de guerra debe ser sombrío.”

En los años cincuenta, esos restos de combatient­es alemanes fueron concentrad­os en cuatro cementerio­s ampliados, y Peter fue trasladado al de Vladslo, en el que yacen 25.638 soldados. Peter comparte lápida con otros muertos –son lápidas cuadradas, a ras de suelo, con una veintena de nombres cada una–, y se halla ante las dos estatuas dolientes.

A su madre no le fue dado ver ese emplazamie­nto definitivo. Käthe Kollwitz, anciana y viuda, murió el 22 de abril de 1945 en Moritzburg, cerca de Dresde, poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Tenía 77 años y la violencia bélica había asestado un segundo golpe a su familia. En 1942, su nieto de 21 años, de nombre Peter como el tío al que nunca conoció, murió en el frente ruso. El doctor Kollwitz había fallecido en Berlín dos años antes.

Con altísima probabilid­ad, los restos del nieto de la artista reposan en el bloque 10 del cementerio de Rjev, a 180 kilómetros de Moscú. Rjev tiene una sección alemana y otra rusa, y fue erigido en el 2002 para reunir los cadáveres de combatient­es que habían sido inhumados en distintos lugares de esa zona, que fue escenario de una batalla terrible. En el 2014, para conmemorar el centenario del inicio de la Gran Guerra, la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra encargó una réplica de las esculturas de los padres de duelo de Vladslo y las envió a Rjev como símbolo. Y Käthe Kollwitz, ¿adónde fue cuando dijo adiós? La artista descansa junto a su marido Karl y a otros tres parientes bajo una lápida vertical en el cementerio berlinés de Friedrichs­felde. Las inscripcio­nes con los nombres –la profesión de Käthe no figura, pero sí la de su marido– están coronadas por un relieve de bronce que ella creó en 1936 inspirándo­se en un verso de Goethe. Su hijo Peter reposa a 840 kilómetros de ella, en Bélgica, y su nieto a más de 1.700, en Rusia. Las estatuas de los padres desconsola­dos –la original y su réplica– que ella concibió con dolor les velan cerca de sus sepulturas.

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VIRGINIA MAYO / AP Estatuas de los padres de duelo, concebidas por Käthe Kollwitz, en el cementerio militar de Vladslo (Bélgica), donde reposa su hijo
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Un poema y una flor están unidos a la Gran Guerra. Escribió el verso el militar canadiense John McCrae (1872-1918), y dice así: “In Flanders fields the poppies blow/between the crosses, row on row” (En los campos de Flandes se mecen las amapolas/entre...
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