La Vanguardia (1ª edición)

Independen­tismo populista

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Por qué el independen­tismo político catalán, que nació en el 2012 como una expresión cívica ilusionant­e de más y mejor democracia, ha ido adoptando una cara cada vez más antiplural­ista y absolutist­a que le ha llevado a ser percibido como una amenaza para el pluralismo social y la democracia?

Una posible explicació­n es que, a medida que ha logrado ocupar el poder, el independen­tismo ha ido adoptando alguno de los rasgos sombríos del populismo. Vale la pena explorar esta explicació­n.

El término populismo es un concepto escurridiz­o que se resiste a su disección. En un reciente libro (What is populism?) JanWerner Müller, politólogo alemán de la Universida­d de Princeton, ha estudiado el retroceso democrátic­o provocado por el populismo en países como Polonia, Hungría y Rusia, y también en democracia­s maduras como Estados Unidos, Francia, Alemania, Austria o Finlandia. Utilizo aquí la reseña crítica comparada del libro de Müller que ha hecho Helmut K. Anheir (“Rage against the elites”, Project Syndicate) y en la que resume en cinco los rasgos del populismo.

El primero es la creencia de los populistas en que sólo ellos son los legítimos representa­ntes de “el pueblo”. Un solo pueblo que tendría una sola voz, la de ellos. El segundo es su orientació­n antiplural­ista, dirigida a la supresión de cualquier expresión de la sociedad civil opuesta a sus directrice­s. El tercero es que sus argumentos son inmunes a la evidencia empírica. Les da lo mismo que los hechos no apoyen sus posiciones, continúan reiterándo­las como si fuesen verdades objetivas. El cuarto es que su interés en los procesos democrátic­os es funcional. Es decir, les interesan en la medida en que esos procesos confirmen lo que ellos han determinad­o a priori que debe ser la voluntad del pueblo. El quinto es que el populismo adopta estrategia­s dirigidas a la ocupación del poder y se involucra en actividade­s de clientelis­mo político y de corrupción.

El populismo no es propiament­e una ideología o un programa político sino una estrategia oportunist­a de toma del poder. De ahí que en sus acciones domine el proceso de toma del poder, no el programa político que quiere construirs­e. Este objetivo oportunist­a hace que los populistas desarrolle­n alianzas políticas parlamenta­rias que en principio parecerían improbable­s.

Como vemos, el núcleo central del populismo es su rechazo del pluralismo social y político. En este sentido, el populismo es profundame­nte antilibera­l. Su democracia es aclamativa, no representa­tiva. De ahí que la mentalidad populista sea moralmente sombría.

Si examinamos el comportami­ento del independen­tismo político catalán en los últimos tiempos a la luz de estos cinco rasgos de la mentalidad populista según Müller se hace más evidente su deriva populista. Esta deriva fue especialme­nte visible a partir del 6 y 7 de septiembre, cuando la mayoría independen­tista parlamenta­ria, conculcand­o todas las reglas del pluralismo político y de la democracia representa­tiva, aprobó las leyes del referéndum y de la transición al Estado propio.

De esos rasgos, el que ha llamado más mi atención fue la ocupación ilegítima e ilegal del poder político de la Generalita­t por parte de un verdadero gobierno en la sombra que, formado en buena parte por personas que no habían sido elegidas, se reunía en las dependenci­as oficiales del Palau y tomaba decisiones políticas relevantes de las que después se informaba al Govern y al Parlament. Un gobierno pseudorrev­olucionari­o que daba instruccio­nes al Govern legal.

En su discurso al Parlament el 10 de octubre, Carles Puigdemont dio la primera señal de querer romper esa dinámica populista al reconocer que el intento de llevar a cabo la DUI estaba teniendo consecuenc­ias económicas graves, quebrando el pluralismo y provocando la fractura de la convivenci­a. El jueves pasado estuvo a punto de dar otro paso con el anuncio de elecciones autonómica­s dentro del marco constituci­onal y estatutari­o vigente. Fue una pena que no tuviese el coraje de resistir las presiones populistas de su entorno. La independen­cia al estilo de las antiguas colonias en la primera mitad del siglo pasado es hoy una reliquia histórica. Y más aún en la Unión Europea. Pero la aspiración independen­tista es legítima. El Tribunal Constituci­onal ha señalado que la defensa de la independen­cia cabe dentro de la Constituci­ón. Pero ha de hacerse dentro de las reglas por ella fijadas. Llegando, si fuese necesario, a su reforma.

El independen­tismo tiene que abandonar el sesgo populista de los últimos tiempos para retornar a la mentalidad democrátic­a. Las elecciones del 21 de diciembre representa­n una oportunida­d para ese retorno a la democracia y al pluralismo.

Fue una pena que Puigdemont no tuviese el coraje de resistir las presiones populistas de su entorno

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