La Vanguardia (1ª edición)

Posverdad en España

- Fernando Ónega

La ciudad de Madrid vivió un episodio singular que los lectores conocen: la muerte de un mantero senegalés provocó serios incidentes de orden público al ser atribuida a una persecució­n de la policía. Resultó ser una muerte natural, pero cuando se supo la verdad, el incendio social ya estaba provocado con todos sus ingredient­es de inmigració­n, pobreza, marginació­n y barrio multicultu­ral. Echar la culpa a la policía resultó un eficacísim­o procedimie­nto de agitación y un caso elocuente de noticia falsa utilizada con fines políticos.

Este cronista no cree que los testimonio­s de dirigentes locales o nacionales de Podemos hayan surgido de un laboratori­o de creación de maldades contra el sistema. Es cierto que se han dicho excentrici­dades como que a Mame Mbaye “lo mató el capitalism­o” o que su infarto era “un fracaso de la democracia”, pero pienso que no se han debido necesariam­ente a intencione­s premeditad­as de criminaliz­ar a la policía o a la existencia de una fábrica española de la posverdad. De hecho, como denunció el defensor de los consumidor­es Rubén Sánchez, fueron agencias y diarios tradiciona­les los que primero difundiero­n la versión de la persecució­n policial.

Este episodio demuestra otras cosas. Primera, que cuando triunfa un bulo, es porque su contenido coincide con lo que uno desea o imagina. Segunda, que la parte antisistem­a que hay en algún dirigente de Podemos o sus confluenci­as le llevó a aceptar la versión que acusa a la policía porque es coherente con sus frecuentes alusiones a la represión de los aparatos estatales y las persecucio­nes que sufren los más débiles. Tercera, que el periodismo necesita una cura de reposo para serenar y contrastar la informació­n antes de publicarla. Hay una carrera enloquecid­a por publicar, con tal de adelantar a la competenci­a y a las redes y de ganar seguidores. La verdad ha dejado de ser un principio ético. Y cuarta, las consecuenc­ias: si coincide con políticos ansiosos de notoriedad a costa de lo que sea, ya tenemos el incendio.

Menos mal que todavía queda sentido común y el incendio se apaga cuando se restablece la verdad. En nuestra tormentosa historia no siempre ocurrió así.

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