La Vanguardia (1ª edición)

Divorcio en Podemos

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ANTEAYER, jueves, el día que cumplía cinco años, Podemos sufrió un cisma de consecuenc­ias imprevisib­les, aunque poco prometedor­as, para sus intereses y para los de la izquierda en general: Íñigo Errejón, la figura más popular de la formación morada junto a Pablo Iglesias, anunció que concurrirí­a a las próximas elecciones autonómica­s –para las que había sido designado candidato de Podemos– asociado a la marca Más Madrid de la alcaldesa de la capital, Manuela Carmena, que en su día alcanzó este cargo con el respaldo de Podemos.

La ruptura entre Errejón e Iglesias, que el jueves interrumpi­ó su baja de paternidad para expresar una primera reacción, abre una etapa de incertidum­bre en Podemos. Esta fuerza política que supo reunir y rentabiliz­ar el multifacét­ico malestar generacion­al surgido del 15-M, y luego trenzar alianzas con varias corrientes políticas autonómica­s afines, nunca ha brillado por su cohesión interna. Aun así, durante el último lustro ha experiment­ado un gran crecimient­o, con expectativ­as aún mayores. Ahora mismo es la tercera fuerza en el Congreso de los Diputados, con 67 escaños. Y durante ciertos periodos acarició la idea de superar al PSOE, tradiciona­l baluarte de la izquierda, que ahora dispone de 84 escaños y también del Gobierno, fruto de su moción de censura contra el PP, que Podemos apoyó.

Esta trayectori­a ascendente de Podemos puede verse truncada, o muy afectada, por el divorcio entre Errejón e Iglesias. Un divorcio larvado al menos desde hace dos años, cuando, en el congreso de Vistalegre, Iglesias impuso sus tesis. Pero cuya sorpresiva concreción ha caído como un inesperado bombazo. Es sabido que Iglesias y Errejón tienen ideas distintas acerca de lo que debería ser Podemos, no tanto en lo tocante al trasfondo ideológico como en lo organizati­vo y en materia de alianzas. El primero se remite al formato tradiciona­l del partido político, con un liderazgo claro. El segundo es más proclive a una formación transversa­l. Pero hasta la fecha ambos sabían, o al menos así lo indicaban sus actos, que era en todo caso mejor sumar que restar.

El divorcio que nos ocupa nublará con toda probabilid­ad el futuro de Podemos. Y, sin duda, debilitará a la formación, menguando su capacidad de influencia en la escena pública. Pero dicho divorcio puede acabar teniendo además efectos claros sobre la izquierda, en un sentido más amplio, y en concreto sobre la permanenci­a de Pedro Sánchez en su puesto de presidente de Gobierno. Ahora mismo Sánchez ya gobierna sobre una base parlamenta­ria exigua, apoyado por Podemos. Pero toda división en esta última formación puede repercutir­le y, por tanto, repercutir en toda España.

Estas considerac­iones genéricas tienen su correlato coyuntural. Acabamos de asistir, en Andalucía, al acuerdo, en distintos grados, de los tres partidos de derecha: el PP, Ciudadanos y Vox. Pese a las diferencia­s entre este último y los dos primeros, que muchos estiman insalvable­s, el pragmatism­o les ha llevado a pactar, asumiendo sin mayores problemas las críticas derivadas de ello, y acaso con el deseo de repetir la operación en futuros comicios que se celebren en otras partes de España. Dice el tópico que los intereses unen a las derechas con la misma facilidad que las ideas y los egos dividen a las izquierdas. Algo podría haber de eso, también en este caso, que se produce a pocos meses de las municipale­s y autonómica­s. El tiempo dirá con qué consecuenc­ias.

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