La Vanguardia (Català-1ª edició)
Recuerdo la guerra
Cuando empezó todo en julio de 1936 yo tenía 12 años y vivía con mi familia en el paseo Sant Joan con Còrsega. Enfrente se hallaba la fábrica Elizalde, que por aquel entonces fabricaba motores de aviación para la guerra.
Como es lógico, la fábrica fue bombardeada varias veces. Si no recuerdo mal, el primer bombardeo fue por mar desde el crucero
Canarias. Un obús impactó en los bajos del edificio y destruyó la mercería Fernández, afortunadamente sin víctimas, pues fue de madrugada.
Un día a principios de 1937 se presentaron en la finca varios milicianos de la CNT armados, que subieron hasta la azotea, donde apostaron una voluminosa ametralladora antiaérea para repeler los posibles ataques por aire a la fábrica. La ametralladora estaba sobre el techo de nuestro piso y nuestras cabezas, ya que vivíamos en el 7.º piso, el último.
Afortunadamente los pocos bombardeos que sufrió la fábrica por aire fueron desde mucha altura, por lo que la aviación no se fijó en la ametralladora antiaérea y nunca fue atacada.
Con el tiempo y aunque mis padres no comulgaban con las ideas de los milicianos de la CNT, fue inevitable el contacto personal. Mi madre, mujer y madre al fin y al cabo, cada día les subía agua para resistir el calor asfixiante bajo el sol del verano sin ninguna sombra donde resguardarse, así como algo de comer, dentro de lo poco que podíamos darles, ya que había una gran escasez de alimentos incluso para nosotros.
Terminada la guerra apareció por casa una pareja preguntando por mis padres. Se trataba del jefe del pelotón que manipulaba la ametralladora, Vicente, que venía con grandes cestas de fruta y verdura del huerto de su casa de Mollet del Vallès, como agradecimiento por la ayuda. Mis padres se alegraron de su recuerdo y sus presentes, y pensaron que la vida da muchas sorpresas, a pesar de las circunstancias en que a veces se tiene que vivir.
AUGUSTO BERNALDO PUJOL Suscriptor Barcelona