La Vanguardia (Català-1ª edició)
Al banco de sentar
Una plaza sin bancos es como un parque sin árboles, y un jardín sin flores. Es uno de los placeres estáticos que brinda la ciudad al ciudadano. Es el desfile de modelos de toda edad y condición. Un museo andante y en movimiento. Son las cariátides del Partenón y las estatuas clásicas griegas, vestidas y coloreadas en acción, al sol y a la sombra, mojadas y secas, todo un espectáculo increíble y muy barato.
También pasa por delante de tus ojos el teatro de la vida. La incansable niñez, la ruidosa y desvencijada adolescencia, la esbelta juventud, la madurez granada y la vejez de los huesos cansados por el tiempo y el trabajo. La vida de cada día.
Si además te encuentras con un amigo o una amiga, y tiene tiempo de sentarse contigo, y poner a parir o ensalzar al alcalde de turno, al bobo del vecino, los desastres mundiales, los incendios de la bella Grecia, las inundaciones de la supuesta preparada Alemania y la mirada de las vacas en el prado, la falsa placidez de la ciudadanía ante la situación actual del trabajo precario y la desigualdad, ves la película más bella del momento.
Si a eso le añades el sonido de las campanas de cualquiera de las iglesias que te llaman a misa, aunque no vayan más que los de la boda de turno disfrazados de guapos y guapas, no se puede pedir más al espectáculo ni a esa mañana gloriosa.
Y todo esto por un banco, que aunque no esté pintado de colores, te ha permitido gozar de la vida y evitar el insoportable olor de los recuerdos podridos.
Daniel Ezpeleta