Crisis de los misiles
Leo con interés el oportuno recuerdo del 50.º aniversario de la crisis de los misiles de Cuba (“Trece días, una cena”, Internacional, 14/X/2012) y me viene a la memoria una anécdota de mis años como consejero de información en Washington. Una tarde en el Press Club me encontré a un veterano periodista americano a quien pedí opinión sobre el libro Blundering into disaster, de Robert S. McNamara. El autor explica en este libro su experiencia directa de la crisis ya que era entonces secretario de Defensa del presidente Kennedy. En la página 11 dice textualmente: “No quiero especular sobre lo que hubiéramos hecho, pero sí sé que al salir de la Casa Blanca (...) sentí el temor de no vivir para ver la siguiente noche del sábado”.
El hombre me espetó: “¿Sabe a quién debemos estar vivos usted y yo y gran parte de la humanidad?”. Esperé la respuesta sin contestar. “A Nikita Jruschov que al recibir aquella noche la
amenaza de destruir los misiles soviéticos que estaban siendo instalados bajo la protección de Castro decidió retirarlos sabiendo que así evitaba la guerra nuclear”. Los rusos justificaban la instalación de misiles frente a las costas de Florida por la existencia de las bases norteamericanas en Turquía dotadas de capacidad de destrucción nuclear de la Unión Soviética.
Jruschov es un personaje infravalorado en la convulsa historia del siglo XX. Fue él quien se atrevió a denunciar ante el Sóviet Supremo los crímenes de Stalin, loq ue abrió el camino a la era Gorbachov.
ENRIQUE GARCÍA-HERRAIZ
Madrid