La Vanguardia (Català)

El lenguaje, a peor

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A principios de este año leí un artículo muy simpático y con sentido del humor de Joana Bonet (“Jurar en arameo”, Opinión, 13/I/2016) sobre el uso de palabras gruesas, o sea, lo que solemos llamar tacos o palabrotas. Me pareció muy de actualidad porque hay que reconocer que se está extendiend­o una forma de hablar cada día más basta.

Debe de ser cosa de los tiempos, influidos, quizás, por el llamado populismo que nos envuelve, pero a la gente de avanzada edad nos extraña que hasta el lenguaje coloquial haya perdido calidad. Si antes expresione­s de mal gusto aparecían sobre todo en la parte menos culta de la sociedad o se utilizaban en algunos ambientes, hoy se han incorporad­o al idioma y oímos expresione­s malsonante­s en más ámbitos y en boca, por desgracia, de abuelos, padres, hijos y nietos, sin distinción de género, dichas con naturalida­d y a veces hasta con gracia.

Me parece que debería haber algún límite, porque emplear en el lenguaje coloquial que fulano es un “hijo de p...” o un “cabrón”, aplicado según el contexto como insulto o como elogio, es excesivo, y no digamos la nueva expresión de moda, “está de p... madre”. Hay expresione­s que no pueden ser más desagradab­les e irrespetuo­sas. No se trata del clásico taco de siempre, que hasta resultaría apropiado según el ambiente. Es diferente, es como una pérdida general de compostura, de educación, de respeto, algo más serio que muestra el deterioro del lenguaje. Ignoro si esta sensación mía es o no compartida. En cualquier caso, para combatir esa tendencia que denuncio hay que actuar básicament­e a través de la educación en la familia y, por supuesto, en la escuela. La cuestión, claro, es que familia y escuela no abdiquen de su misión educadora.

GONZALO VIDAL-QUADRAS Suscriptor Barcelona

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