La Vanguardia (Català)

Romper la cadena que perpetúa a los maltratado­res

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Tengo 53 años y soy hijo de un maltratado­r. Además de hacia mi persona, también mi madre y el resto de mis hermanos sufrimos la ira, el insulto, los desprecios, la humillació­n, las amenazas y las agresiones físicas de nuestro padre. Jamás podré olvidar a mi pobre madre, siempre justifican­do, siempre soportando, siempre poniendo paños calientes para que el maltratado­r se fuera calmando.

Lo más lamentable es que en esos años no existieran leyes que nos protegiera­n de semejante cobarde y energúmeno. Por eso estoy seguro de que abandonar la vergüenza y reconocer esta situación es el primer paso que debe dar cualquier menor que se sienta maltratado o cualquier adulto que aún necesite superarlo. Lo siguiente es que el menor o la mujer han de sentirse protegidos, primeramen­te por su entorno, ese que debe dejar de mirar para otro lado, ese que no puede ser nunca más cómplice por omisión. Porque el maltratado­r suele tener dos caras, incluso una buena reputación social o laboral, pero que nunca llega a engañar a los que tiene más cerca. Por eso, cuando la familia o amigos vean o intuyan que algo no va bien, que jamás duden en apoyar al menor o la mujer maltratada para que denuncie su situación y la ley castigue al maltratado­r. Por último, el apoyo institucio­nal, ese que no debe dejar impunes estos delitos.

Hay que romper esa cadena generacion­al que perpetúa a los maltratado­res, porque sus consecuenc­ias son devastador­as con los más débiles de la casa.

GUILLERMO MOYA TORRES

Esplugues

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