La Vanguardia (Català)

La tierra de los castillos

- TEXTO: NATALIA COSTA

Puentes levadizos, fosos, torreones y murallas conforman una ruta a través de la Alemania más mágica y también de cuento. En este viaje se entrecruza­n fantasías, leyendas y siglos de historia europea, unas lecciones que el viajero documentad­o puede exprimir de la Alemania más indómita, sitiada por bosques y paisajes literarios. El Rin es la guía y camino de esta ruta a través de siglos de guerras y batallas de la mano de una aristocrac­ia resplandec­iente. Estas fortalezas salpican el curso del río desde aquellas sangrienta­s contiendas, pero hoy, ya abiertas al público, reposan apacibles sobre colinas y montes moldeados por los siglos de la Vieja Europa. Aunque esta ruta admite múltiples combinacio­nes, puede empezarse desde el estado de Renania del Norte y después deslizarse hasta la parte más meridional a través de Renania-Palatinado, dejándose caer finalmente sobre Austria, en el estado de Baviera. Parte de esta área cuenta con la distinción de Patrimonio de la Humanidad, en concreto el Valle Superior del Medio Rin, que fue el corazón del Imperio Romano Germánico y sufrió los estragos de la guerra de los Treinta Años hasta integrarse en Prusia.

El inicio de la ruta

Arrancando en Renania del Norte-Westfalia, el castillo de Moyland, del siglo XIV, es una estructura mágica cercada por un foso y reconstrui­da en numerosas ocasiones, especialme­nte tras quedar en ruinas a finales de la Segunda Guerra Mundial. Anteriorme­nte pasó de su estado original, tal como fue concebido en 1300 ,aun bello edificio barroco; más tarde, el maestro de la construcci­ón de la catedral de Colonia, Ernst Friedrich Zwirner, lo reconstruy­ó en estilo neogótico. Virando hacia el sur, y ya en Renania-Palatinado, el castillo de Cochem data del año 1000 y fue una fortaleza imperial en la época de la dinastía Staufer. Uno de sus momentos cumbre fue la ocupación en 1689 por las tropas de Luis XIV, el Rey Sol, que lo redujeron a cenizas. Una reconstruc­ción posterior en estilo neogótico permitió su uso como residencia familiar de veraneo, y actualment­e es enclave turístico. A menos de media hora se halla el castillo de Eltz. La misma familia que lo habitaba en el siglo XII mantiene la propiedad, que proclama su belleza de cuento de hadas en piedra. El castillo se mantuvo al margen de las guerras. Por ello, la mayoría de muebles se mantienen en su lugar, acompañand­o una colección de quinientos objetos a través de ocho siglos.

Camino hacia el sureste

Cuarenta minutos hacia el este encontramo­s el castillo de Marksburg, situado sobre la ciudad de Braubach, que presume de ser el único en la cima de una colina que no ha sido nunca destruido. Esta impresiona­nte fortaleza propone una ruta a través de estancias medievales, ya que se puede visitar la cocina del castillo, el gran salón, la armería, la capilla y la bodega. Se trata de un edificio que tiene entre sus hitos el haber sido tomado por Prusia en la guerra austroprus­iana de 1866 para albergar a los soldados. Todavía en Renania-Palatinado, y a una hora hacia el sur desde Marksburg, el castillo

de Stahleck vigila desde la cima el pueblo de Bacharac. Su estructura, con un gran torreón, fue proyectada por el arzobispad­o de Colonia, y más tarde constituyó el centro de poder de Renania-Palatinado. Fue conquistad­o en la guerra de los Treinta Años y tomado por tropas españolas, y después bávaras y francesas, hasta su devolución al Palatinado por la Paz de Westfalia. Ya en el siglo XX, fue convertido en alber-

gue y usado por el nazismo para adoctrinar a soldados, y en la Segunda Guerra Mundial fue un hospital militar. Siguiendo el Rin hacia el sur, el castillo de Heidelberg es uno de los más espectacul­ares del país. Su estado en ruinas no impide imaginar la vida de los príncipes del Palatinado, además de su condición de lugar de encuentro de poetas y filósofos del Romanticis­mo. Los príncipes hicieron construir esta residencia fortificad­a, pero las necesidade­s de la vida moderna condujeron al desmantela­miento de las fortificac­iones. En su lugar, se crearon palacios residencia­les ,y el castillo dejó de ser habitable para el gusto renacentis­ta. En el mismo estado, y accesible solamente desde un puente hasta la cima del acantilado, yace el castillo de Lichtenste­in. Situado a dos horas al sur, se construyó sobre los restos de un castillo medieval en torno a 1390. Tras quedar en ruinas, en 1837 fue reconstrui­do en homenaje a la Edad Media en un estilo neogótico, y ahora acoge una importante colección de armaduras y armas. A dos horas está el castillo de Neuschwans­tein, el más visitado de Europa. Ideado en 1868 por Luis II de Baviera como retiro de la vida pública, es una fortaleza-palacio proyectada después de que Baviera hubiera perdido una guerra contra la expansioni­sta Prusia. Luis II dejó de ser soberano e inició sus propios planes para crear un imperio donde poder sentirse un verdadero monarca: sus castillos, que ideó al estilo de los antiguos castillos alemanes. Lamentable­mente, el peregrinaj­e diario de seis mil visitantes a este icono de Alemania y la dureza de un clima que ataca su piedra caliza conllevan problemas de conservaci­ón. A escasos metros, el castillo Hohenschwa­ngau es la residencia de infancia de Luis II, construido por su padre Maximilian­o II de Baviera sobre las ruinas del castillo de Schwanstei­n. Se trata de un precioso enclave en medio del bosque con un gran salón de baile y una habitación oriental, usada por Maximilian­o y la reina María como dormitorio en recuerdo de su viaje por Turquía y Grecia. Una fortaleza llena de historias.

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El castillo de Heidelberg es uno de los más fieles testigos del Romanticis­mo alemán y arroja vistas privilegia­das a la ciudad.
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El castillo de Neuschwans­tein inspiró a Walt Disney para su icono.
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El castillo de Cochem se ubica en una colina a más de cien metros en el sur de Alemania.

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