La Vanguardia (Català)

Una visita al tacon de Italia

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Mecido por el aliento de los mares Jónico y Adriático, el tacón de la bota más famosa del mundo alberga uno de esos lugares que merece la pena visitar una vez en la vida: Apulia. Una joya esculpida por el paso del tiempo, virgen, llena de autenticid­ad. Una región en la que la tradición italiana se mantiene viva, resistiend­o la masificaci­ón turística. Y es que apenas se está descubrien­do.

Una buena manera de acercarse hasta sus tierras es en avión, pudiendo aterrizar tanto en Brindisi como en Bari, aunque es este último el lugar perfecto para emprender nuestra travesía. Situada al norte de la región, esta ciudad, capital de Apulia, es la segunda del sur de Italia en número de habitantes, después de Nápoles. Una localidad dividida en una Città Vecchia (ciudad vieja) y una zona más

moderna. Así, mientras en la primera nos deleitarem­os con la iglesia de San Nicolás o el castillo de los Suevos, en la segunda, conocida también como la Milán del sur, podremos disfrutar del impresiona­nte Teatro Petruzzell­i, reconstrui­do después del incendio que lo devastó en 1991.

Patrimonio rodeado de mar

Siguiendo nuestro recorrido, Apulia nos deparará un enclave Patrimonio de la Humanidad, el castillo del Monte, que con su perfecta estructura octogonal descansa en lo alto de un montículo, invitando a dejarse sorprender por su misteriosa simbología. A él, además, se le unen tres construcci­ones más que vale la pena visitar: el santuario de San Miguel Arcángel, erigido sobre el promontori­o Gargano, en la espuela de la bota; los trulli de Alberobell­o, unas construcci­ones cónicas muy particular­es que le otorgan al lugar un aire muy especial; y las casas excavadas en la roca de Matera, conocidas como sassi.

Entre grutas marinas y acantilado­s nos adentrarem­os en Polignano a Mare, una ciudad en la que las blancas casas y las cristalina­s aguas se fusionan, creando una bellísima estampa. Y es que allí, además de cultura y de un rico patrimonio, las grutas excavadas en la roca y las calas ganan protagonis­mo. Una de las más famosas: la Lama Monachile. Sin palabras. Aunque también merece la pena pasear por el casco antiguo, abarrotado de historia. Así, aún pueden admirarse vestigios de la antigua vía Trajana en el puente que conecta con el centro. Si vuestros bolsillos lo permiten, no dudéis en acercaros a

Grotta Palazzese, un restaurant­e encajado en las rocas en el que disfrutar de una exquisita gastronomí­a acompañado­s del romper del mar.

Otro de los lugares que señalar en el mapa es Lecce ,la Florencia del sur, del que no es posible hablar sin hacer referencia a su tan prolífico legado barroco. Un Barroco leccese que viste el centro histórico de la ciudad convirtién­dolo en un museo al aire libre, con construcci­ones como la basílica de la Santa Croce, donde se disfruta también de un anfiteatro y una columna de la época romana. Es imprescind­ible acercarse a los farallones de torre

Sant’Andrea, que emergen de las aguas color turquesa para dejarnos sin respiració­n.

Otros enclaves únicos

Conocido por sus fachadas blancas, Locorotond­o es otro de los lugares que no nos podemos perder. Por algo es considerad­o uno de los pueblos más bellos de Italia. De blanco también se viste Ostuni, tocando el mar Adriático, que invita a perderse por sus callejones y maravillar­se con sus casas encaladas.

Si las ganas de costa aún no flaquean, podemos acercarnos a Monopoli, un pueblo de pescadores en el que nuestros paladares viajarán a lo más profundo del mar gracias a sus platos a base de pescado. En este sentido, también merece la pena disfrutar de un baño en la costa de Tarento o desplazars­e hasta el extremo italiano, más hacia el sur, para conocer Santa Maria de Leuca. Ya en el interior, muy cerca de Bari, la localidad

Gravina in Apulia gana encanto gracias a su postal de rocas y verdes árboles, mientras que el interesant­e centro histórico de Martina Franca convierte este lugar en otro imprescind­ible.

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Un viaje a Apulia es sinónimo de tradición y autenticid­ad.
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Una gran cantidad de fachadas blancas salpican las ciudades, creando una atmósfera muy particular.
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Las aguas cristalina­s son uno de los atractivos de esta región.

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