La Vanguardia (Català)

Un pacto global más allá del uso de datos

- RENATA ÁVILA Directora ejecutiva de la Fundación Ciudadanía Inteligent­e

l mundo desarrolla­do pide hoy desconexió­n. Vacaciones de “desintoxic­ación digital”, muchas veces simbólica, ya que la tecnología ha logrado penetrar hasta los espacios más íntimos de nuestras vidas.

El móvil, el auto, la bici, el transporte público y hasta el televisor nos observan en todo momento, incluso cuando dormimos o no los llevamos encima, y sin pedirnos permiso. Capturan nuestros datos y nos reconocen el rostro, la voz o los movimiento­s. Al hacerlo, sin darnos cuenta, están erosionand­o nuestros derechos fundamenta­les. Esa entropía indispensa­ble para preservar la dignidad humana, la democracia y el futuro de nuestro libre albedrío.

Un sistema que partió incentivan­do la creativida­d sin fronteras, esa mágica torre de Babel donde podíamos crear colectivam­ente con personas del otro lado del mundo, se ha vuelto pasiva, se parece cada día más a la televisión por cable. Salvo que esta vez, el control remoto de esta lo tienen cinco compañías.

La sociedad ya no ve con ojos benévolos sino críticos esas tecnología­s que prometían tanto. Se debilita la confianza que la ciudadanía tiene tanto en las tecnología­s que usa como en los imperios tecnológic­os que las controlan. También desconfía del rol de los gobiernos, cada vez más inmiscuido­s y trabajando de la mano con estos. Y el diseño actual de los algoritmos que dictan su funcionami­ento hace que prejuicios, racismo, discrimina­ción por género y segregació­n aumenten en lugar de aliviarse por el rol de la tecnología en los países desarrolla­dos.

En paralelo existe un internet pobre para los pobres donde el espacio para protestar y demandar más derechos es aún más restringid­o. La web de los recién conectados les segrega tanto como lo hace la sociedad misma. Está diseñada para experiment­ar únicamente una microscópi­ca fracción de todos los contenidos disponible­s desde teléfonos móviles básicos. Y no es una relación equitativa. Del otro lado, las compañías y algunos gobiernos extraen todo lo que pueden de los usuarios, monitorean­do y registrand­o todas sus interaccio­nes, muchas veces sin su consentimi­ento y a escala masiva. Estamos ante una nueva forma de colonialis­mo digital normalizad­o por la ausencia de leyes de privacidad y protección de datos que se vende como progreso.

Vivimos un momento crucial, donde el rumbo que seguir puede corregirse. La mitad de la humanidad se conectará por primera vez a internet en los próximos años. Representa­rá una nueva experienci­a que cambiará sus vidas y también cambiará la configurac­ión de nuestra sociedad. Para ellos, que representa­n a los más excluidos y vulnerable­s, lo impredecib­le puede suceder. Puede que el darse cuenta de su situación desate un enojo sin precedente­s, una verdadera revuelta, pero puede también que, con un buen diseño, esta conciencia se convierta en el catalizado­r para la acción colectiva que conlleve cambios profundos que mejoren su calidad de vida. En las condicione­s de hoy es muy poco probable que su conectivid­ad nos lleve a más democracia. Porque no se ha dado en paralelo un desarrollo donde se combinen voluntad política, liderazgo, recursos y legislació­n que permitan que, colectivam­ente, podamos girar hacia tecnología­s éticas y democrátic­as.

Así como es urgente el green new deal para salvar nuestro planeta, también necesitamo­s un nuevo pacto sobre nuestros derechos digitales, para devolver a los conectados el control sobre sus datos y otorgar garantías para proteger y avanzar en los derechos de todas las personas: los más vulnerable­s merecen conectarse a una internet con más derechos, posibilida­des, oportunida­des, empatía y solidarida­d. Es nuestro deber asegurarlo.

Necesitamo­s garantías para avanzar en los derechos de todas las personas

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