La muerte de María José
Treinta años, este es mi tiempo de ejercicio como médico especialista en cuidados intensivos. También lejos de la tecnología, en las casas de enfermos que están cerca del final a los que he intentado siempre ayudar, y nunca vi nada tan emocionante como la muerte de María José, rodeada de todo el amor y toda la entrega que un compañero y cuidador puede entregar. Soy cristiano y defiendo el cuidado de la vida, he luchado mucho por ello en la cabecera de mis pacientes, cogido de su mano, pero en treinta años nada me había estremecido así.
El Dios de la bondad que espero que un día me acoja no puede desaprobar lo que yo he visto. Somos los hombres quienes deberíamos vertebrar una legislación, la más delicada, específica y justa posible, que regule hechos como este y los dote de las circunstancias que los rodeen, si cabe, de mayor afecto (me parece imposible), trascendencia e intimidad.
Es mi interior, estremecido y emocionado ante lo que he visto, el que me da una respuesta. Ahora somos nosotros los que deberíamos iluminarla con una manera, la más humana, protectora y llena de amor, pero respuesta al fin, aunque no sea yo el que sepa cuándo, dónde y quién la aplique (el cómo sí lo sé y no lo he aplicado nunca), pero algo ha cambiado para siempre desde que María José ha seguido el camino que da sentido a todo lo que conocemos, sufrimos, amamos, odiamos, rogamos, pedimos prestado o robaríamos... todo lo que nos sintoniza con ese universo trascendente al que tenemos el privilegio de pertenecer.
JORGE CAMPAMÁ BOSCH
Barcelona