La Vanguardia (Català)

El lector exposa

El envejecimi­ento activo de una joven nonagenari­a

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Araceli, mi madre, tiene 90 años, tuvo que emigrar del campo y la ganadería en los años sesenta, de un pueblecito en la montaña de Cantabria a Catalunya, buscando un futuro mejor en Barcelona. Hace dos años que murió mi padre, la persona que nunca se separó de ella, en lo bueno y en lo malo.

Va al gimnasio desde hace muchos años, sin faltar, tres horas cada día, lunes, miércoles y viernes. Hace de todo: bici, clases de espalda saludable, cinta... Además, un día a la semana va a clases de refuerzo mental y memoria, con unos ejercicios que ha de hacer en casa de alto nivel, algo digno de admirar.

Tiene energía, optimismo, constancia y vitalidad. Y eso que su vida en el campo no fue precisamen­te de color de rosa. No ha sido una vida fácil.

Ella se siente joven, su percepción de la vejez es muy distinta de la que se tenía hace años. Es consciente de que le queda mucho por hacer, por aprender.

Hoy está sirviendo de ejemplo, con 90 años, para aquellos que se sienten sin fuerzas o están inmersos en la más absoluta soledad. Y es necesario transmitir a la sociedad esta evolución, en la que ser anciano no es un problema, sino un orgullo, y así deben vivir esta etapa las personas mayores.

Tenemos que intentar cambiar la percepción de que los mayores son un estorbo, personas que llegan a su final y no aportan nada, y ayudarles a mantener un envejecimi­ento activo, a combatir su deterioro cognitivo, a mantenerlo­s conectados a la sociedad, a contribuir a que disfruten de una mayor calidad de vida.

Hay que levantar el cuerpo, y también el alma, del asiento del sofá. La pereza es lo peor que nos puede dar la edad.

RAÚL JORRIN GÓMEZ

Sitges

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