La Vanguardia (Català)

El lector exposa

Casados con la red

- ENRIQUE STUYCK ROMÁ Madrid

Si queremos navegar por internet no nos queda otro remedio que aceptar las cookies, que no sé lo que son; me lo han intentado explicar mil veces y no me aclaro. Lo que sí sé es que me han dicho que hay que aceptarlas y, como soy un mandado, las acepto, y aquí paz y después gloria, que diría un castizo.

Pero no sólo hay cookies en la red en la que estamos todos atrapados, queramos o no. Cualquier navegador que se precie se permite el lujo de obligarte a aceptar unas determinad­as condicione­s para seguir haciendo uso de sus servicios. Y lo hacemos dócilmente, como corderos a punto de ser degollados, con tal de saber qué parada de autobús te queda más cerca para volver a casa o dónde puedo encontrar aguacates maduros en el trayecto de regreso, porque en la frutería de mi barrio siempre están verdes.

La mayoría de los seres humanos somos así de confiados o de ingenuos, y no nos percatamos de las invisibles garras de un Gran Hermano, con nombre y sin apellidos, que está siempre al acecho para hacerse con nuestra intimidad, que son nuestros datos personales.

Las personas somos así de contradict­orias. Pensamos una y mil veces la redacción de una carta comprometi­da y nos compromete­mos a la primera, y sin dudarlo, con los mal llamados servidores, porque, de servir, sólo se sirven a sí mismos y a sus intereses.

Para bien o para mal estamos casados con las redes. Es un matrimonio de convenienc­ia para una de las partes, a la que damos el sí quiero muy alegrement­e, sin reparar en las consecuenc­ias. Yo el primero y por eso me confieso, por si sirviera para algo.

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