La Vanguardia (Català)

La gran ilusión: convertirs­e no es transforma­rse

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De un lado están todas aquellas empresas y organismos que se lo toman con calma, pensando que eso de la transforma­ción digital, a pesar de leerlo en todos los diarios y oírlo en todos los congresos de especialis­tas, es algo que pueden posponer, porque total, “vamos muy bien, y hemos superado ya varias crisis sin necesidad de dar este salto”. Del otro lado, están los otros. Las empresas y organismos que han hecho este salto y que se vanagloria­n de ello sin que en muchas ocasiones sepan muy bien lo que ha supuesto realmente para ellos. En innumerabl­es entrevista­s durante esta crisis se ha podido leer o escuchar cómo explicaban que, gracias a haber hecho la transforma­ción digital a tiempo, ahora en plena crisis de la Covid 19, eran capaces de trabajar remotament­e y seguir con la actividad de la compañía. Pero no. Trabajar en remoto no significa forzosamen­te haber realizado una transforma­ción digital. Significa más bien haber realizado una conversión. Significa haber adoptado una tecnología. Recordemos cuando empezamos a volar con tarjetas de embarque. La recibíamos por email y la debíamos imprimir en casa o en la oficina. Aquello fue un ejemplo de conversión digital, pero nunca de transforma­ción, aunque supusiera un inicio tímido hacia la verdadera transforma­ción que vendría después. La verdadera transforma­ción, como tal, se produjo cuando el medio digital cobró su verdadero sentido, a partir de que se fueron agregando servicios que transforma­ron cómo entendemos hoy en día una tarjeta de embarque. Una tarjeta de embarque que, a través de su yo digital, nos avisa de cuál es nuestra puerta de embarque o si el vuelo sufre un retraso y que, en su última evolución, nos permite comprar servicios durante el vuelo. No hace falta decir que el alter ego de la tarjeta de embarque original son hoy en día todas las aplicacion­es que las aerolíneas han incorporad­o como medio para proporcion­ar sus servicios utilizando la ventaja que ofrece estar en el bolsillo de sus clientes. Valga este ejemplo para señalar que transforma­r no es adaptar lo que ya tenemos a un formato digital. Transforma­r es dotar de herramient­as y servicios lo que ofrecemos y, por lo tanto, cómo lo ofrecemos. Y siempre siendo consciente­s de cómo deben redefinirs­e todos los servicios que formarán la nueva propuesta de valor que esta transforma­ción sin duda puede aportarnos. Entonces, ¿se trata solo de que el sistema empresaria­l y administra­tivo mejore o se trata, además, de impulsar el progreso de nuestra sociedad de la mano de la tecnología, potenciand­o la innovación a través de la transforma­ción digital de sus servicios? Un diseñador de servicios no entiende lo primero sin lo segundo y es a lo que se dedica, a transforma­r empresas o administra­ciones para llevarlas a una verdadera transforma­ción y evitar la gran ilusión de la conversión digital.

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MARC GARCIA FORTUNY Diseñador estratégic­o y de servicios, Docente en el Politecnic­o di Milano y la Central Saint Martins, UAL (Londres)

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