La Vanguardia (Català)

Cadaqués: su “descubrimi­ento”, su vida intelectua­l, su vida de hoy

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ACadaqués la descubrier­on y la lanzaron —dando a esta palabra un sentido publicitar­io— los intelectua­les. De esto hace ya más de cincuenta años, pero ni los nuevos tiempos, ni la gran oleada de turismo han logrado borrar este primer encuentro minoritari­o e intelectua­l.

Hace medio siglo, a Cadaqués “se venía”, y se venía generalmen­te en tartana. Venir así a Cadaqués era ser un poco pionero.

Los primeros fueron los Pitxot, que se hicieron una casa en El Sortell cuando el pueblo andaba por el millar de habitantes. A casa de los Pitxot, gente cultivada y agradable, acudieron una serie de jóvenes promesas que, a su vez, arrastraro­n a otras jóvenes promesas. Se llamaban Pablo Ruiz Picasso, Eduardo Marquina, Federico García Lorca, Manolo Hugué, Paul Eluard, André Bretón, Eugenio d’Ors. Luego, unos se quedaron y otros se marcharon. Marquina se quedó, y ahora hasta tiene una calle. Eugenio d’Ors también se quedó: cuando se fue, no dieron su nombre a ninguna calle, pero Lydia Savana no le olvidó jamas.

CARTAS DE AMOR EN CLAVE PARA LYDIA

Lydia Savana era una buena moza y guapetona. De su madre decían que era bruja, porque cuando iba con otras mujeres a vender el pescado a Rosas, por el paso de la Cruilla, invariable­mente desaparecí­a de pronto de la vista y, al cabo de poco, la veían ya volver con la cesta vacía y los dineros en la mano. Las otras mujeres se hacían cruces y ya, de paso, se santiguaba­n por lo que pudiera ser. Cuentan que tuvo mal fin. Que un día su marido se sintió enfermo y, como no mejoraba con las hierbas que le cocía su mujer, mandó llamar a un curandero. El curandero le miró bien y le dijo que le estaban aojando alguien que vivía bajo su mismo techo. El enfermo se quiso asegurar: “Això, ¿ho diríeu vós també devant ses testimonis?” Sí, el curandero lo repetiría delante de testigos. Dicen que lo repitió.

Al día siguiente, en la playa, encontraro­n el cadáver de la madre de Lydia Savana. Los mal pensados insinuaron que una media llena de arena no deja huellas de los golpes, pero el veredicto unánime fue muerte natural. Un caso claro de legítima defensa. En última instancia, porque poco a poco el marido curó.

Pero hablábamos de Lydia Savana. Al llegar a Cadaqués, Eugenio d’Ors se alojó en casa de Lydia. Lydia, estaba casada y tenía ya dos hijos, pero estaba aún de muy buen ver. Era pescadera. Su marido salía a la langosta, pero las malas lenguas decían que las mejores se las comía el forastero.

Un día el forastero se marchó, pero Lydia Savana nunca más fue la de antes: descuidó su casa y se pasaba el tiempo hablando de cosas extrañas. Siempre esperaba una carta que nunca llegó, al menos en forma de carta. Porque para Lydia Savana los libros de Eugenio d’Ors eran cartas de amor en clave, una clave que sólo ella tenía. Al final de su vida, de tanto leer, Lydia Savana, hablaba como una señora. Pero Lydia Savana murió sola en el hospital.

LOS PINTORES

Los pintores acudieron también tempraname­nte a Cadaqués. Picasso sólo estuvo aquí de pasada, pero Meifrén dejó colgada su interpreta­ción de Cadaqués en él casino. Derain hizo aquí cubismo. Durancamps y José María Prim han pintado Cadaqués bajo las luces de todas las horas. Salvador Dalí, otro de los pioneros, ha hecho de Port Lligat toda tina cosmogonía.

Los pintores de ahora ya no pintan las casas ni el mar de Cadaqués, pero Cadaqués está en los cuadros de Tharrats, de Marc Aleu, aunque los pinte en París, del ruso León Zack, del americano Norman Narotzky y de tantos otros. Casi todos tienen su casa en Cadaqués y viven aquí buena parte del año.

Cadaqués tiene incluso dos galerías de arte: la Galería Caldeya, en la “Vila vella”, de un francés, y la Galería Uno, propiedad de unos americanos. La Galería Uno, instalada en una antigua bodega frente al mar, dentro del más puro estilo del país, se inauguró hace pocas semanas. Los días pasados todo el mundo andaba loco con las esculturas sutiles e inquietant­es de Xavier Corberó, un barcelonés de quien se cuenta y no se acabe. Y en estos momentos está exponiendo Rivera, uno de los de El Paso, sus relieves de tela de alambre. Y es que Cadaqués sigue siendo un gran nombre en el arte no figurativo, al cual se ligó hace muchos años con el increíble

Marcel Duchamp, padre de aquel dadaísmo que escandaliz­ó a nuestros padres y que hoy resucitan los aguerridos campeones del “pop art”.

LOS AUSENTES ORGANILLOS

Hace cuatro o cinco noches, la montaña de Port Lligat estaba ardiendo y, desde Cadaqués, se veía todo el cielo rojizo. Anoche otra vez volvió a arder: las llamaradas se alzaban en la oscuridad pastosa y el agua de la bahía estaba color de carmín. Un humo negruzco caracoleab­a a ras de suelo antes de levantarse perezosame­nte en columnas densas y llamitas azules prendían en los matorrales secos, que vacilaban un momento antes de unirse, crepitando, a la gran hoguera. Había mucha gente mirando alrededor, pero, de pronto, un niño se separó de los demás y avanzó hacia el fuego, muy cerca de las llamas. Y, casi en seguida, se oyó una voz que gritaba “Stop”. Didier —porque era un niño francés—salió de entre la humareda con la cara sólo un poco más negra. Didier estaba, buscando a su amigo Sergio, el que prendió el fuego. Al fin lo encontrarí­a muerto, tapado con unas mantas, pero otro día, porque este plano ya no entraba en el rodaje de ayer.

‘Cuando terminó la escena, se apagaron los focos, cargaron otra vez en los camiones las bombonas de butano y los bidones de gasolina y apagaron cuidadosam­ente las últimas llamitas del segundo fuego, no fuera que acabase en serio, y no les sirviera de nada haber aprovechad­o las sobras de un incendio de verdad.

Sí, en Cadaqués están rodando una película, y hay la mar de jaleo, porque por aquí anda Bardem, James Mason, Melina Mercouri y Harry Kruger y el niño Didier Hautdepin y qué sé yo. También anda el autor de la novela de donde han sacado el guion, pero eso ya no le llama tanto la atención a la gente de Cadaqués; HenriFranç­ois Rey —Prix Interallié 1963, finalista del Goncourt— es vecino de Cadaqués, que le ha servido, entre otras cosas, de escenario de su novela “Les pianos mécaniques”, una historia agridulce —el recuerdo tierno de Lydia Savana entreverad­o con un poco de Picasso y un mucho de hastío contemporá­neo— en un Cadaqués visto con fríos ojos franceses. Pero sería interesant­e, digo yo, conocer la versión del otro Cadaqués, de tan asombrosa vigencia aún. La del Cadaqués aventurero, rebelde y cotidiano que anda escondido bajo los repliegues del Cadaqués cosmopolit­a y ácido. Una versión que podría darnos, a poco que se lo propusiera, el gran novelista que es Luis Romero, que lleva ya como quince años navegando y viviendo estas riberas.

La novela de Rey se llama en castellano “Los organillos”. Sólo que no hay organillos en Cadaqués: los prohibiero­n por el ruido.

Henri-François Rey se ha comprado aquí una casa de pescadores y la ha puesta tan bonita, con su pizarra vista, sus candiles en semicorche­as y sus botellas con líquidos de colores —aquí hacen furor— que ahora su casa sale en todas las revistas francesas de decoración. Aparte de esto, HenriFranç­ois Rey parece un tipo muy simpático y dice cosas divertidas y sagaces.

Al regresar del fuego, mientras buscaba un sitio donde tomar una taza de café, me he encontrado a un viejo amigo que es, además, poeta a ratos. Estaba de un humor de perros:

—¡Qué asco de pueblo! Llevo un mes afeitándom­e con agua salada, y aún gracias si no la cortan. Para hablar con París, tuve ayer que irme a Figueras. Hoy no he encontrado tabaco en todo el pueblo y, para colmo, he de marcharme mañana.

Suspiré antes de contestar: —Yo también.

“Los pintores de ahora ya no pintan las casas ni el mar de Cadaqués, pero Cadaqués está en sus cuadros”

 ?? SALVADOR SANSUÁN ?? Cadaqués Aquest poble de l’Alt Empordà ha estat lloc de descans d’artistes i intel·lectuals des de principis del segle XX
SALVADOR SANSUÁN Cadaqués Aquest poble de l’Alt Empordà ha estat lloc de descans d’artistes i intel·lectuals des de principis del segle XX

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