Lograron acorralarme

Un día iba paseando con mi madre y mi hermana por una conocida ciudad del noroeste peninsular, hace ya algunos años. Era una media tarde de otoño. Yo llevaba un gorro polar con orejeras, casi me cubría toda la cara. Pero aun así pude sentir una mano ajena rozando parte de mi rostro. Se trataba de tres individuos que, sin saber muy bien cómo, consiguieron apartarme de mi madre y mi hermana hasta acorralarme en su dirección. Lograron que me diese de bruces con ellos frente a frente, y el del medio aprovechó para alargar el brazo hasta mí mientras susurraba algo entre risas. Fue tan rápido que ellas ni se dieron cuenta. Y yo, con el impacto tras lo sucedido, no fui capaz de contarlo.

Estoy segura de que, por desgracia, más de una persona se sentirá identificada con lo que me ocurrió a mí. Y esto es tan solo la punta del iceberg de un tipo de violencia estructural donde el asesinato es la consecuencia más grave.

El machismo es una lacra omnipresente en todos los estratos sociales, con un gran componente de responsabilidad individual. Por tanto, creo que es necesario evitar el discurso paternalista de que las “mujeres deben ser fuertes”. Sí, deben ser fuertes, pero con recursos que fomenten un acompañamiento constante y en igualdad real. El derecho a poseer un futuro libre de violencia machista nos pertenece. Y para ello existe un gran método de prevención: la educación.

Ariadna Silva Fernández A Estrada (Pontevedra)