La Vanguardia - Culturas

La visita al instituto

- XAVIER ANTICH

Como cada verano, Antoni Tàpies volvió a Campins, a su casa en las faldas del Montseny. Y, como cada verano, volvió a encerrarse en su estudio para dar forma visible, a través de los gestos y de la materia, a sus nuevas preocupaci­ones. El arte de Tàpies no ha sido nunca ensimismad­o y, sin embargo, con el tiempo, parece que se ha acentuado su extrema sensibilid­ad ante la capacidad del arte para dar forma visible a las preocupaci­ones de nuestro tiempo. Y así, como siempre, sus nuevas obras nos hablan de él, pero no sólo autobiográ­ficamente ni de forma autorrefer­encial, sino sobre todo, de cómo su pensamient­o visible acaba por pensar el mundo.

Este año, sin embargo, la Fundació Antoni Tàpies, en el contexto de su proyecto Mayorías urbanas 1900-2025, dirigido por Joan Roca, ha presentado una iniciativa digna de una atención muy especial y que se ha saldado con un éxito insólito y, sin duda, esperanzad­or. En el marco de una ampliación de su proyecto pedagógico, ha puesto en marcha un programa experiment­al que, por lo que nos cuenta Nuria Enguita, tendrá continuida­d. Se trataba de presentar en el instituto del Besòs, en la frontera entre Barcelona y Sant Adrià, una muestra significat­iva de la obra reciente del artista. Pero no para desplazar una sala del museo a un barrio, sino para materializ­ar algo de mucho más alcance, que tiene que ver con la creación de estructura­s y plataforma­s que permitan la reapropiac­ión ciudadana y educativa de la obra de nuestro gran clásico vivo. El objetivo, en primera instancia, era, sobre todo, desmuseiza­r el encuentro de la obra de Tàpies con su público y romper, en la medida de lo posible, la pasividad de la recepción que siempre va más o menos de la mano cuando su obra se presenta en un museo. Para ello, se trataba, antes que nada, de provocar el diálogo de las obras con los estudiante­s del instituto del Besòs, y que fueran ellos los que presentara­n el resultado de su diálogo en las visitas abiertas que se planificar­on en el centro para que vecinos del barrio y espectador­es venidos de todas las partes de la ciudad, asistieran, con ellos, a un nuevo intercambi­o de significac­ión surgido, fundamenta­lmente, de este nuevo contexto.

El resultado tiene algo de visionario, puesto que anuncia una opción posible para hacer saltar las barreras que la inercia institucio­nal mantiene todavía entre cultura y educación. Una opción posible que nos hace señales de un cierto futuro en el que hay muchas cosas en juego: ese futuro en el que la cultura rompa esas fronteras dentro de las cuales el mercado y las institucio­nes parecen haber fosilizado el sentido de las prácticas artísticas, y en el que la educación intente saltar los muros de las aulas para reencontra­r la vida. Que esto suceda a propósito de la obra de Tàpies, que no deja, cumplidos ya los ochenta años, de investigar e innovar, sin renunciar a la memoria de una trayectori­a que ha educado nuestra cultura visual, no es accidental. Sobre todo, porque su obra ha surgido siempre de un compromiso insobornab­le con la vida y la realidad.

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