El riesgo está en el pasado
Simpleminds La banda escocesa está de gira con un repertorio basado en sus primeros álbumes, que precedieron incluso a sus éxitos más comerciales
Muchos factores se confabularon para que la época del pospunk produjera sonidos esplendorosos. De entre ellos, no fue el menor el nacimiento de nuevas estructuras de producción y distribución, que incluían pujantes sellos discográficos y prensa y radio alternativas, sin cuyo florecimiento hubiera sido impensable el grado de libertad formal del que gozó la época. Y noúnicamente por lo que contribuyeron a poner en el mercado, sino porque forzaron a las grandes discográficas y a los medios convencionales a volverse más atrevidos
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en los productos que promocionaban. En ese terreno, florecieron muchas bandas cuyas ambiciones tenían lo formal en el punto de mira. Los primeros Simple Minds fueron buenos representantes de esa tendencia y una de sus cimas creativas, si hablamos del ámbito británico. El grupo escocés, liderado por el cantante Jim Kerr y el guitarrista Charlie Burchill se asentó en ese art-rock deudor de Roxy Music y emparentado con los primeros Ultravox bajo el que dieron a luz Life in a day y Real to real cacophony. Con su tercer disco, Empires and dance, elevaron el nivel cua- litativo a base de ritmos fríos, guitarras atmosféricas y teclados omnipresentes, marca de fábrica con la que también construirían el espléndido Sons and fascination, su obra más remarcable de la época. Para Newgolddream buscaron un sonido más asequible, rematado con tres o cuatro perfectos postsingles.
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A mediados de los 80, las cosas habían vuelto a su cauce. Los pequeños sellos habían demostrado que poseían límites difícilmente franqueables y las grandes discográficas entendieron que era el momento de rentabilizar la inversión, por lo que exigieron a sus fichajes nuevaoleros que sus canciones comenzasen a ser accesibles para toda clase de públicos. Simple Minds respondieron a la exigencia con Sparkle in the rain, un disco en el que conjugaron el viejo impulso arty con atmósferas sonoras contundentes. Así se colocaron ante una puerta que se abrió del todo con un single, Don't you (forget about me) que estalló en las listas gracias a su inclusión en la banda sonora de The breakfast club. Llegaron así a los grandes estadios, y allí permanecieron durante un tiempo.
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Veinticinco años después, Jim Kerr es millonario, habiéndose convertido en un experto inversor de envidiable cuenta corriente. Es también un hombre de familia, que ha pasado por dos matrimonios sonados (con la Pretender Chrissie Hynde y con la actriz Patsy Kensit) fruto de los cuales nacieron dos hijos. Y sigue siendo el líder de una banda cuya carrera languidece razonablemente bien entre ocupaciones de mediana edad acomodada. El grupo ya no está en primera línea, esa que llena grandes recintos, pero cuenta con el respaldo discográfico de una multinacional y guarda todavía un lugar en la memoria popular. Lo cual es una situación bastante buena si lo miramos desde la perspectiva del 2012. En la era del p2p, es mucho más difícil conseguir capital simbólico que conservarlo. Buena parte de los grupos que hoy funcionan obtuvieron el reconocimiento tiempo atrás con obras relevantes y se dejan llevar por una corriente tradicionalista bastante más caudalosa que en el pasado. Hay un puñado de artistas reconocidos cuyos últimos trabajos están muy lejos de hallarse entre lo más lucido de su carrera, pero cuyas cifras en entradas de conciertos y venta de álbumes resultan espléndidas.
Quizá por ello, Kerr y Burchill han optado por recordarnos que ellos ganaron merecidamente su capital simbólico en el campo de la relevancia artística. Al igual que otras bandas de su época, han utilizado como baza comercial la vuelta a esas raíces sonoras que les procuraron un lugar en la memoria especializada del rock. Psychedelic Furs, Echo & the Bunnymen, Killing Joke y tantas otras pusieron en marcha, con buena acogida, giras en las que interpretaban íntegramente aquellos primeros discos en los que plasmaron de forma definitiva su talento. Los Simple Minds se han inventado algo similar con 5x5, una serie de actuaciones en las que tocarán cinco canciones de cada uno de sus cinco primeros –destacables y ahora reeditados– álbumes.
En otras palabras, los Simple Minds están siguiendo el movimiento inverso al que realizaron mediados los años ochenta. Si entonces se trataba de convertir la energía artística en potencial comercial, ahora se trata de regresar a aquellos orígenes donde la innovación formal era el capital decisivo. Podría decirse, pues, que la creatividad se ha convertido en la nueva comercialidad si no fuera porque se trata de un movimiento lleno de contradicciones. En primera instancia, porque seguimos hablando del pasado: lo razonable sería que las nuevas creaciones de estas bandas volvieran a reflejar aquel riesgo artístico por el que una vez se dejaron llevar. Pero hacer eso supone un esfuerzo que la gran mayoría de grupos no parece estar en disposición de realizar, en parte por la desconexión con la realidad (¿Acerca de qué van a cantar? ¿Del blues de una mala inversión? ¿De los problemas que te dan tus hijos veinteañeros?) en parte por la dificultad para crear algo nuevo en un contexto que ya no es el suyo.
La salida que dan a ese dilema los Simple Minds es la misma que está dando el rock and roll, una paradójica reivindicación de la innovación esclerotizada. En realidad, lo que la banda escocesa hace no es más que reivindicarse como parte de una tradición que se ha convertido en el valor decisivo en los años del p2p. Cada vez es más frecuente encontrarse con quienes ven los viejos tiempos no sólo comoesos enlos que de verdad se hacían grandes canciones sino como los momentos en los que realmente se produjeron obras sorprendentes y rupturistas. Por eso, cuando hablan hoy de innovación quieren decir que esperan encontrar en las bandas actuales los mismos mecanismos sonoros que otros forjaron décadas atrás. Así, el pasado, en lugar del futuro, se convierte en el espacio por excelencia del riesgo artístico, lo que termina por coagular toda posibilidad no ya de producir innovación, sino incluso de reconocer las propuestas de verdad arriesgadas que hoy se realizan.
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