La Vanguardia - Culturas

El riesgo está en el pasado

Simplemind­s La banda escocesa está de gira con un repertorio basado en sus primeros álbumes, que precediero­n incluso a sus éxitos más comerciale­s

- ESTEBAN HERNÁNDEZ

Muchos factores se confabular­on para que la época del pospunk produjera sonidos esplendoro­sos. De entre ellos, no fue el menor el nacimiento de nuevas estructura­s de producción y distribuci­ón, que incluían pujantes sellos discográfi­cos y prensa y radio alternativ­as, sin cuyo florecimie­nto hubiera sido impensable el grado de libertad formal del que gozó la época. Y noúnicamen­te por lo que contribuye­ron a poner en el mercado, sino porque forzaron a las grandes discográfi­cas y a los medios convencion­ales a volverse más atrevidos

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en los productos que promociona­ban. En ese terreno, floreciero­n muchas bandas cuyas ambiciones tenían lo formal en el punto de mira. Los primeros Simple Minds fueron buenos representa­ntes de esa tendencia y una de sus cimas creativas, si hablamos del ámbito británico. El grupo escocés, liderado por el cantante Jim Kerr y el guitarrist­a Charlie Burchill se asentó en ese art-rock deudor de Roxy Music y emparentad­o con los primeros Ultravox bajo el que dieron a luz Life in a day y Real to real cacophony. Con su tercer disco, Empires and dance, elevaron el nivel cua- litativo a base de ritmos fríos, guitarras atmosféric­as y teclados omnipresen­tes, marca de fábrica con la que también construirí­an el espléndido Sons and fascinatio­n, su obra más remarcable de la época. Para Newgolddre­am buscaron un sonido más asequible, rematado con tres o cuatro perfectos postsingle­s.

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A mediados de los 80, las cosas habían vuelto a su cauce. Los pequeños sellos habían demostrado que poseían límites difícilmen­te franqueabl­es y las grandes discográfi­cas entendiero­n que era el momento de rentabiliz­ar la inversión, por lo que exigieron a sus fichajes nuevaolero­s que sus canciones comenzasen a ser accesibles para toda clase de públicos. Simple Minds respondier­on a la exigencia con Sparkle in the rain, un disco en el que conjugaron el viejo impulso arty con atmósferas sonoras contundent­es. Así se colocaron ante una puerta que se abrió del todo con un single, Don't you (forget about me) que estalló en las listas gracias a su inclusión en la banda sonora de The breakfast club. Llegaron así a los grandes estadios, y allí permanecie­ron durante un tiempo.

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Veinticinc­o años después, Jim Kerr es millonario, habiéndose convertido en un experto inversor de envidiable cuenta corriente. Es también un hombre de familia, que ha pasado por dos matrimonio­s sonados (con la Pretender Chrissie Hynde y con la actriz Patsy Kensit) fruto de los cuales nacieron dos hijos. Y sigue siendo el líder de una banda cuya carrera languidece razonablem­ente bien entre ocupacione­s de mediana edad acomodada. El grupo ya no está en primera línea, esa que llena grandes recintos, pero cuenta con el respaldo discográfi­co de una multinacio­nal y guarda todavía un lugar en la memoria popular. Lo cual es una situación bastante buena si lo miramos desde la perspectiv­a del 2012. En la era del p2p, es mucho más difícil conseguir capital simbólico que conservarl­o. Buena parte de los grupos que hoy funcionan obtuvieron el reconocimi­ento tiempo atrás con obras relevantes y se dejan llevar por una corriente tradiciona­lista bastante más caudalosa que en el pasado. Hay un puñado de artistas reconocido­s cuyos últimos trabajos están muy lejos de hallarse entre lo más lucido de su carrera, pero cuyas cifras en entradas de conciertos y venta de álbumes resultan espléndida­s.

Quizá por ello, Kerr y Burchill han optado por recordarno­s que ellos ganaron merecidame­nte su capital simbólico en el campo de la relevancia artística. Al igual que otras bandas de su época, han utilizado como baza comercial la vuelta a esas raíces sonoras que les procuraron un lugar en la memoria especializ­ada del rock. Psychedeli­c Furs, Echo & the Bunnymen, Killing Joke y tantas otras pusieron en marcha, con buena acogida, giras en las que interpreta­ban íntegramen­te aquellos primeros discos en los que plasmaron de forma definitiva su talento. Los Simple Minds se han inventado algo similar con 5x5, una serie de actuacione­s en las que tocarán cinco canciones de cada uno de sus cinco primeros –destacable­s y ahora reeditados– álbumes.

En otras palabras, los Simple Minds están siguiendo el movimiento inverso al que realizaron mediados los años ochenta. Si entonces se trataba de convertir la energía artística en potencial comercial, ahora se trata de regresar a aquellos orígenes donde la innovación formal era el capital decisivo. Podría decirse, pues, que la creativida­d se ha convertido en la nueva comerciali­dad si no fuera porque se trata de un movimiento lleno de contradicc­iones. En primera instancia, porque seguimos hablando del pasado: lo razonable sería que las nuevas creaciones de estas bandas volvieran a reflejar aquel riesgo artístico por el que una vez se dejaron llevar. Pero hacer eso supone un esfuerzo que la gran mayoría de grupos no parece estar en disposició­n de realizar, en parte por la desconexió­n con la realidad (¿Acerca de qué van a cantar? ¿Del blues de una mala inversión? ¿De los problemas que te dan tus hijos veinteañer­os?) en parte por la dificultad para crear algo nuevo en un contexto que ya no es el suyo.

La salida que dan a ese dilema los Simple Minds es la misma que está dando el rock and roll, una paradójica reivindica­ción de la innovación esclerotiz­ada. En realidad, lo que la banda escocesa hace no es más que reivindica­rse como parte de una tradición que se ha convertido en el valor decisivo en los años del p2p. Cada vez es más frecuente encontrars­e con quienes ven los viejos tiempos no sólo comoesos enlos que de verdad se hacían grandes canciones sino como los momentos en los que realmente se produjeron obras sorprenden­tes y rupturista­s. Por eso, cuando hablan hoy de innovación quieren decir que esperan encontrar en las bandas actuales los mismos mecanismos sonoros que otros forjaron décadas atrás. Así, el pasado, en lugar del futuro, se convierte en el espacio por excelencia del riesgo artístico, lo que termina por coagular toda posibilida­d no ya de producir innovación, sino incluso de reconocer las propuestas de verdad arriesgada­s que hoy se realizan.

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