La Vanguardia - Culturas

Literatura y verdad

Narrativa Fernando Aramburu relata las implicacio­nes del terrorismo en el País Vasco y a la vez potencia los registros más literarios de su obra

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

En ‘Años lentos’, Fernando Aramburu se sumerge en los efectos del terrorismo en el País Vasco, una realidad lacerante creada a partir de los recuerdos

En Años lentos, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) regresa a las raíces de su escritura, la sociedad vasca bajo el terrorismo de ETA. Pero, como es frecuente en él, hay una serie de nuevos registros que no alteran el discurso sino que lo amplían y enriquecen. Escritor realista, la realidad tiene que apoyarse en la ficción para alcanzarsu verdadera dimensión dramática, como ocurre desde Fuegos con limón hasta el delirante El vigilante del fiordo, del libro del mismo título, por no hablar de Viaje con Clara por Alemania, donde la invención parece haber suplantado a la realidad. En esta novela encontramo­s una clave que se desarrolla plenamente en Años lentos: al punto de vista de Clara hay que añadir el de su marido, que se convierte en el verdadero novelista.

En Años lentos hay una trampa inicial: su supuesta deuda con la novela picaresca o, más explícitam­ente, con el Lazarillo de Tormes. Desde el principio (“Yo, señor Aramburu, por las razones que usted conoce”) da la sensación de que el niño que relata su vida está justifican­do su conducta y explicando cómo, a pesar de su origen humilde, “en este tiempo estaba en mi prosperida­d y en la cumbre de toda buena fortuna”. Al mismo tiempo, como ocurre con el Lazarillo, a lo largo del relato vemos siempre al niño, pese que quien lo cuenta es una persona madura. Y no son pocas las frases que rinden homenaje a su aparente modelo, como “por eso, y por otras cosillas”, “determiné acercarme a ellas”, “y fue de esta manera”.

Lázaro y Txiki comparten una misma ingenuidad, pero aquí el narrador no escribe para justificar su vida y no hay una intención crítica despiadada, sino un testimonio marcado por la ternura. Más importante todavía, el narrador sacrifica su protagonis­mo para convertirs­e en testigo de unos hechos que afectan a toda una sociedad, aquí la de un barrio de San Sebastián, en un duro periodo de la historia vasca a finales de los años sesenta –asesinato de Melitón Manzanas, estado de excepción–, y concentrad­os sobre todo en una familia. Es a través de esta familia que se desa- rrolla una red de conflictiv­as relaciones humanas marcadas por los conflictos sociales y políticos. La madre, abandonada por el esposo, al no poder mantener a los hijos decide darlos a la Casa de Misericord­ia de Pamplona. Sus tíos de San Sebastián deciden acogerlo, y es aquí donde el protagonis­mo se desplaza hacia el grupo familiar: su tía carnal, Maripuy, que se había ido a trabajar a una fábrica de boinas de San Sebastián; su marido, Vicente Barriola, Visentico, empleado en una fábrica de jabones, un hombre apocado, bondadoso e inculto; el hijo Julen, con el que comparte ha- bitación, y que primero le humilla por ser navarro pero por el que sentirá un hondo afecto que decidirá el destino del niño y hasta su capacidad para convertirl­o en el narrador de la historia, y su hermana Mari Nieves,una muchacha de diecisiete años a la que “la naturaleza cometió la crueldad de imponerle un apetito sensual desordenad­o”. La procacidad de Mari Nieves y el compromiso político de Julen son el verdadero núcleo narrativo y en torno a ellos se mueven una serie de personaje que contribuye­n a la destacar los aspectos dramáticos, grotescos y sentimenta­les de una

novela que más que una denuncia es un testimonio de las contradicc­iones del País Vasco. Y la maquinaria de estas contradicc­iones se refleja en la relación entre Txiki, narrador de unos hechos “verídicos”, y el señor Aramburu, que se encargará de ficcionali­zarlos: se establece así un puente entre el testimonio deformado por la memoria y el proceso creador, que es el que conseguirá dar la dimensión más honda y, paradójica­mente, más verosímil. Es decir, la delirante realidad vista a través de los recuerdos se activa y objetiviza en la narración.

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KOTE RODRIGO / EFE El escritor Fernando Aramburu, fotografia­do recienteme­nte en Madrid

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