Lección magistral
Brendel / Cuarteto Casals El legendario pianista retirado canta, susurra y sugiere en una luminosa ‘master class’ con el mejor cuarteto español. Juntos desmenuzan ‘La muerte y la doncella’ de Schubert. Crónica de un acontecimiento excepcional
Alfred Brendel y el Cuarteto Casals protagonizan una ‘master class’ luminosa sobre ‘La muerte y la doncella’ de Schubert
El anciano se asoma al escenario y sonríe bajo unos anteojos de vidrio tan grueso que lo hacen parecer un búho socarrón. Abajo, la platea se va llenando de jóvenes con estuches de instrumentos al hombro. Mientras charlan, se quitan abrigos y bufandas. Afuera sopla el viento helado, pero adentro les espera una fiesta.
El compositor Benet Casablancas, director del Conservatori del Liceu, ha organizado en su auditorio una master class presidida por el octogenario Alfred Brendel, uno de los más grandes pianistas del siglo. El viejo maestro protagonizó una gira de despedida en el 2008 pero no se resigna a retirarse: hoy dará una clase pública al más importante cuarteto de cuerdas que ha dado España.
En el pasillo, los miembros del Cuarteto Casals se preparan para entrar en escena. La primera violinista, la madrileña Vera Martínez Mehner, luce una camisa roja de seda con un moño por delante, como para un concierto. Los hermanos Arnau y Abel Tomás, segundo violín y cello, respectivamente, visten camisas negras. La camisa de Abel, el hermano menor, es más sport, con suaves rayitas blancas. Por su parte, el viola inglés Jonathan Brown vino de camisa celeste, como para trabajar.
Brendel baja a la platea y se sienta en primera fila. Desde atrás, sólo se atisban las hebras blancas, finas, que escapan de su cabeza, y los brazos, que se mecen al ritmo de sus explicaciones. “Gracias por el privilegio de dejarme trabajar con ustedes”, les dice.
I. Allegro. El cuarteto ataca las cinco notas enérgicas con las que comienza La muerte y la doncella. No han elegido una obra cualquiera: hace quince años, cuando Vera, Arnau y Abel eran estudiantes en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, soñaban con formar un cuar- teto para tocar esta joya de Franz Schubert. Es por La muerte y la doncella que se formó el Cuarteto Casals, y hoy la ponen sobre la mesa para que Alfred Brendel la desmenuce.
Schubert fue también esencial en la carrera del pianista: desde los años cincuenta, sus interpretaciones de los impromptus, momentos musicales y lieder del compositor son consideradas modelos de precisión y poesía. A Schubert dedicó Brendel gran parte del emotivo concierto de despedida en el Palau de la Música, al que los Casals peregrinaron hace cuatro años.
Tocan de principio a fin el primer movimiento, allegro. Brendel lidera los aplausos, y se pone a la tarea. Les pide que busquen la fluidez entre una frase y la siguiente. Les hace tocar una y otra vez, pide a Vera que baje el volumen de su primer violín para que se escuche el cello, les canta una frase como la tocaría en el piano.
Los Casals se han convertido en el primer cuarteto español en alcanzar renombre internacional. En tres lustros han interpretado 120 cuartetos en las salas más prestigiosas de Europa y América. La temporada que viene han sido contratados para tocar la integral de los cuartetos de Schubert en cuatro países. Y aquí están, como alumnos dedicados, cada uno volcado hacia delante en su silla, mirando con insistencia al maestro, como si les costara verlo en medio de la niebla.
Brendel les pide que lo perdonen por “ir tanto al detalle” antes de sugerirles que “preparen el acento antes de atacarlo”. En la platea no se escucha ni una tos. “Hagan el final como un tren que se detiene lentamente”, indica, y levanta las manos como si estuviera deteniendo el tren.
II. Andante con moto. El día anterior, jueves 2 de febrero, Brendel había brindado una conferencia en
la sala pequeña del Palau de la Música sobre el carácter de la música en las sonatas de Beethoven. Allí tocó al piano fragmentos de más de una docena de sonatas, y parecía que le salieran por la punta de los dedos. “Las piezas suenan como los elementos”. En sus dedos, había fragmentos que sonaban como fuego, como agua, como tierra.
Ahora el Cuarteto Casals toca el segundo movimiento de La muerte
y la doncella, un maravilloso y plañidero andante, y tengo la impresión de que parte del público ya lo está escuchando con los oídos de Brendel. “Muy bien, pero no tan lento: tocaron con su cerebro y no con su corazón”, dice, y se ríe como si fuera un niño travieso.
Mientras tanto, Vera Martínez pasa la mirada controladora de uno a otro de sus compañeros; Abel Tomás toca con vigor y mira a su hermano Arnau; Arnau entrecierra los ojos como en un éxtasis místico; y Jonathan Brown lee con rigor académico la partitura, y cada tanto mira fugazmente a Brendel, quien sigue anotando con su lápiz.
El maestro levanta la cabeza y les pide que repitan el final. Canta –“¡Ta-ríííí-ra!”– mientras abre los brazos y los sacude como la heroína romántica en una ópera de Verdi.
III. Scherzo. El Casals es un cuarteto joven, impetuoso, que The New
York Times definió como “audaz y refinado”. El 26 de enero, en el Auditori, en medio de un cuarteto de Shostakóvich, Jonathan tocó con tanta fiereza un pasaje rápido que su cuerda se rompió. Se pusieron todos en pie y salieron del escenario, como si fueran un solo ejecutante. Y volvieron con más intensidad, si cabe.
Ahora tocan con ligereza un scherzo juguetón. “Sustenten las notas como si estuvieran flotando en el aire, pero sepan cuándo deben tocar el suelo”, dice Brendel. “Fíjense: aquí hay una nota especial, tienen que sacarla a la superficie”. Lo dice susurrado, como si la nota estuviera escondida y ellos tuvieran que descubrirla.
Hacia el final del tercer movimiento, Brendel les pide a Arnau y a Jonathan que toquen solos un fragmento difícil: “Toquen esto pianissimo pero con la mayor intensidad”, dice. ¿Muy suave y a la vez muy intenso? Los músicos lo entienden inmediatamente.
Han pasado dos horas y el auditorio sigue hipnotizado. Antes de dar por concluida la sesión, antes de subir al escenario a saludar desde un rincón con su porte de pastor protestante, sus ojos de búho miope y benigno, nos deja, como al pasar, la única sentencia de la noche: “Pienso que hay dos tipos de músicos. Unos tocan las notas largas y se olvidan de las cortas. Otros tratan de dar su espacio a las notas pequeñas. Yo soy del segundo grupo”.
A esta altura de la noche, ya todos lo sabíamos.