Unañodecuentos
Cuentos Se publican por primera vez en España todos los cuentos del premio Nobel de Literatura de 1934, Luigi Pirandello. El siciliano tenía la intención de escribir 365 relatos, uno por día del año, pero sólo pudo llegar a los 215
Recuerdo la vez en que Montse Roigmedejó atónito. Su ilusión, dijo, era que algún medio de comunicación le propusiera escribir no ya un artículo sino un cuento diario. Aceptaría encantada. ¡Qué horror¡ Acabamos hablando de Luigi Pirandello (Agrigento, Sicilia, 1867Roma, 1936) que había recopilado todos sus cuentos –en veinticuatro volúmenes– bajo el título de Cuentos para un año ( Novelle per un anno). Lo cierto es que Pirandello deseaba llegar a los 365 cuentos, pero se interpuso una pulmonía que lo llevó a la muerte y solo pudo concluir 215.
Ahora se publican por primera vez completos esos Cuentos para un año, cuidadosamente impresos por Nórdica en 2.300 páginas. Un acontecimiento ejemplar en este tiempo de rebajas que hubiera hecho feliz a Josep Pla. Es sabido que el de Llofriu sentía debilidad por Montaigne y también por Pirande- llo, a quien situaba, en particular los relatos del maestro siciliano –premiado con el Nobel en 1934–, entre Proust y Joyce. Un criterio en cierto modo discutible. ¿No hubiera sido más acertado colocarlo en la línea sucesoria de Chéjov y vinculado con el verismo de Giovanni Verga? Eso no altera el valor de la obra de Pirandello. Ocupa un lugar preferente en mi memoria de lector su novela clásica –me temo que tal vez descatalogada– El difunto Matias Pascal ( Il fu Mattia Pascal, 1904), en la que jugaba muyhábilmentecon la problemática identidad y la doble muerte del personaje reflejada en espejos que fundían lo real y lo ficticio. Lo cierto es que en vida el prestigio internacional del dramaturgo, autor de piezas que si bien aquí ya no se representen –ignoro por qué– siguen resultando fascinantes como Seis personajes en busca de autor ( 1921), Cada cual a su manera (1924) y Esta noche se improvisa (1930), difuminó en parte al narrador aunque su teatro se nutra de los cuentos. Vean sino el último del tercer volumen, Coloquios con los personajes, una estupendo relato autobiográfico que se identifica con la estructura y temática de Seis personajes en busca de su autor.
Me atrae que Pirandello se confesara presionado por sus criaturas, que le exigían que las creara para así poder vivir en la ficción. Pocos autores han expresado de manera tan llana el choque entre vida y literatura, realidad y arte. En una carta de 1888, el Pirandello posromántico y realista se sinceraba ante su hermana: “Yo vivo por la alegría de ver narrar la vida desde mis páginas, extrayéndolas de mi cuerpo, demi sangre, de mi carne, de mi cerebro. Es un trabajo constante de destrucción para crear”. De manera que todo cuanto Pirandello fue, cuanto vivió desde su Agrigento natal, pasando por la Universidad de Bonn, hasta al- canzar la consagración universal y ser disueltas sus cenizas en la atmósfera romana; cuanto pensó, sintió y experimentó él que decía ser “hijo del Caos” –según él nada alegórico– durante casi setenta años de vida, todo se encuentra encapsulado en esos 215 cuentos que configuran los paisajes interiores de una auténtica geografía personal.
Los cuentos hay que leerlos sin un orden de prelación, uno aquí y otro allá, buscando que la sorpresa salte donde menos se espera, dejándose llevar por el olfato de la intuición. Sin conocerlos del primero al último, no me atrevo a destacar uno, ni media docena. Sin embargo, eso sí, llevo algunos incrustados en el recuerdo: Candelora, El viaje, La luz de la otra casa, El tren ha silbado… Tampoco me decido a escribir sobre el interés pirandelliano por los conflictos del individuo al margen de sus condicionantes sociales. Lo que importa ahora mismo es que sus cuentos sean degustados con placer porque sencillamente –aparte de legitimar el loable esfuerzo editorial– la obra narrativa (y la dramática) de Luigi Pirandello sigue siendo de primer rango literario, o sea, perdurable.